Apuntamientos kantianos con palabras de Cervantes
Por Eduardo Zeind Palafox , 13 marzo, 2017
Por Eduardo Zeind Palafox
Retengamos en la memoria una afirmación que Lotario dijo a Anselmo en «El curioso impertinente», de Cervantes, y meditemos de achaques antropológicos. La afirmación dice: «Es de vidrio la mujer».
No sabemos qué es el prójimo, pues todo humano es tiempo y éste no se percibe, pero decimos que la mujer, en general, es de vidrio. Recuérdese que los datos de los sentidos forjan, poco a poco, nuestro lenguaje. Éste, luego, es pictórico, más apto para dibujar que para conceptuar.
El «yo», dice Kant en el «Libro segundo de la Dialéctica trascendental» de la «Crítica de la razón pura», es fuente de paralogismos.
Imposible afirmar certeramente que el «yo» está en el espacio, pues es tiempo. El tiempo, tenemos dicho, no se percibe. Tampoco podemos decir que el «yo» es simple, que siempre somos los que somos. Menos podemos decir que el «yo» es compuesto, pues diciéndolo caeríamos en contradicción. ¿Cómo que muchas voces afirman que representan un «yo»? Ni los demonios, según leemos en Mateo 8: 29 («¿Qué tienes con nosotros, Jesús, Hijo de Dios?»), se atreven a tamaños embelecos lógicos.
Soñamos que nuestro «yo» es libre, mas al meditar profundamente nuestra existencia descubrimos que andamos atados a leyes de la naturaleza. El remedio para todo lo anterior es pensar en Dios, que nos hizo y al que vamos para ser infinitos.
Si no podemos librarnos de los paralogismos mentados, piénsese, tampoco podemos sostener que la cultura a la que pertenecemos fue hecha por un «poder consciente» o por la «cotidianidad inconsciente». ¿Fue Cervantes quien inventó la cristalina mujer o fue una metáfora que heredó? El filólogo cervantino, por no hallar la metáfora en libros anteriores al «Quijote», no puede aseverar que fue Cervantes el origen de lo dicho por Lotario.
Y si no podemos distinguir entre lo originado con conciencia y lo originado dormidos, tampoco es posible separar los hechos que captamos de las percepciones que urdimos al captar hechos.
¿La noción vidriosa ha sido puesta sobre la idea de mujer o la idea de mujer ha sido puesta sobre la noción vidriosa? ¿El vidrio representa la idea de mujer mejor que la mujer misma?
La mujer, que es un «yo», repetimos, no es perceptible, mas el vidrio sí. El lenguaje, decimos nuevamente, está hecho de percepciones. Luego, la idea de mujer, la semántica femenina, fue puesta sobre la léxica noción vidriosa y ésta es anterior a aquélla.
Con la vidriosa noción, entonces, substanciamos lo imperceptible, y haciéndolo creamos una identidad. La literatura, véase, con fragmentos de estro cervantino ha dado materia a lo inmaterial, ha distinguido lo humano, que es casi todo invisible. Evidenciar lo invisible es resolver antinomias. La ciencia, al reificar invisible, es literaria, y siéndolo alimenta el lenguaje que tanto le estorba.
La mujer, por ser cristalina, está en el espacio, es simple, mas no libre, pues es posible que algo o alguien la rompa. ¿Quién puede cuidar tan apreciado ser en este mundo de accidentes? Dios.–
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