¡’Arriba d’ellos, bichillos’!
Por Luis Rivero , 27 enero, 2015
Arriba d’ellos, bichillos’ fue otrora –para quien no lo sepa– el grito de guerra de la afición de la UD LAS PALMAS para animar a su equipo. Coexistió con el riqui-rica y fue mucho más tempranero que el ahora generalizado pío-pío. El ‘arriba d’ellos’ se convirtió en la época –según cuentan– en una especie de santo y seña que insuflaba moral en la tropa, armándola de coraje en el terreno de juego. Se solía agregar el ‘bichillos’, lo que le daba un aire cercano y cariñoso que agasajaba a los jugadores –para exaltar la autoestima, que se diría hoy–. A pesar de su carácter gregario con tintes de grito tribal y ‘guerrero’, en absoluto suponía forma alguna de incitación a la violencia en los terrenos de juego. Por el contrario, gozaba de un ánimo pacífico y espíritu deportivo, pues enaltecía el valor y la deportividad de los jugadores en el campo y de la afición en el graderío. Pero las palabras, a veces, las carga el diablo. Y como no suele haber palabra mal dicha, sino mal entendida, esta incomprensión ha sido causa de no pocos desaguisados en la historia.
Me contaba mi padre –gran aficionado a nuestra UD Deportiva Las Palmas, de aquellos que frecuentaban el Insular en su mejor época ‘emperchado’, me imagino, con su guayabera de los domingos– cierta anécdota sobre el ‘arriaba d’ellos, bichillos’. Sucedió cuando ocupaba la presidencia de un modesto pero señero club de fútbol local: el Unión Carrizal, en una de sus etapas más gloriosas. Se solía desgañitar desde la banda dando ‘esperríos’ para animar a los suyos. Y en uno de estos encuentros de trascendencia para los locales, se le ocurrió al hombre largar aquel: ¡‘Arriba d’ellos, bichillos’! Que tantas veces habría proferido en el viejo Estadio Insular. Este inocente grito de exaltación deportiva, en tiempos de rancio franquismo, fue interpretado por una pareja de guardias civiles presentes en el campo como un posible grito subversivo que bien pudiera incitar a los aficionados a la “alteración del orden público” o a saber qué… De manera que los civiles “le cogieron la matricula” y, al finalizar el encuentro, fue interrogado de manera intimidatoria por los agentes de la benemérita. A ver “qué había querido decir con eso de ‘arriba de ellos’. Que si acaso con “ellos” no se referiría a los gobernantes y secuaces del “glorioso Movimiento”… Aclarado el entuerto, lo dejaron libre y sin cargos. Por fortuna.
La anécdota me la hizo recordar una amiga cubana hace unos años, a cuento de otra historia similar –de las tantas– de palabras bien dichas y mal comprendidas, cosa que sucede en casi todas partes (En todas casas cuecen habas, que se dice). Y del amplio anecdotario de aquel país (Cuba), me contaba esta amiga –conocedora ella de estas cosas– que cuando el cantautor cubano Silvio Rodríguez estrenó aquella canción: “Ojalá” –me parece que se titula– y recurría en sus estrofas a una rebuscada metáfora que venía a decir: “A tu viejo gobierno de difuntos y flores”. Esto fue interpretado por funcionarios del régimen cubano como una frase contrarrevolucionaria medio encriptada. Por tal motivo fue interpelado su autor, a ver qué había querido decir con eso de: “tu viejo gobierno de difuntos y flores”, que a quién se refería él y que si acaso no estaría dirigiéndose –subrepticiamente– a “nuestro Comandante en jefe”. Y es que la frasecita se las trae… Como mismo, aquél nuestro: ‘Arriba d’ellos’.
El poder adolece de estos males, y cuando la mala conciencia no da tregua ni reposo, se obsesiona en ver conspiraciones y mensajes celados en cualquier sitio. Con continuas incitaciones a la rebelión por todas partes. Al poder no le gusta la ironía ni la sátira ni las frases que se prestan a dobles o triples interpretaciones, y mucho menos que le lleven la contraria. Como si todos fuéramos sospechosos de algo, no se sabe de qué, “pero algo habrá hecho…”. Y es que la esquizofrenia paranoica es un atributo ligado muy a menudo a los gobiernos despóticos, aunque se disfracen de demócratas de toda la vida. Como aquel ministro que se chuleaba frente a los periodistas, con veladas amenazas, mientras “les tomaba la matrícula”. Y es que las palabras, a veces, las carga del diablo…
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