Ärtico, de Gabriel Velázquez
Por José Luis Muñoz , 27 julio, 2014
Que todas las historias han sido contadas es bastante cierto. Que, por fortuna, aún quedan muchas formas de contarlas, también. El salmantino Gabriel Velázquez sorprende con esta contundente y minimalista película a medio camino entre la ficción y el documental que habla del estado de una cierta juventud en estado de crisis. Cuatro jóvenes, dos muchachos y dos muchachas, son radiografiados por la cámara de este director y cada uno de ellos, después de una presentación en primer plano y una queja de sus circunstancias personales, actúan en una de las ciudades más hermosas de España, Salamanca, y sus no menos estéticos alrededores—ese árbol majestuoso que se refleja en una pequeña charca mientras uno de los quinquis hace prácticas de tiro—, una belleza del entorno que contrasta abruptamente con la miseria existencial de sus protagonistas. Ellos, Jota (Víctor García) y Simón (Juanlu Sevillano) son quinquis y pequeños delincuentes que viven en un suburbio gitano, tratantes de ganado cuando tienen oportunidad, sin estudio, formación o trabajo; ellas cuidan bebés y utilizan sus cochecitos como estancos expendedores de drogas. Uno de ellos es padre de un hijo no deseado al que no quiere porque le obliga a convivir con una mujer que no le provoca más que indiferencia y aguantar a todo un clan familiar por el que no siente ningún apego; el otro acaba de dejar embarazada a una novia que le recrimina que no haga nada positivo en su vida y se la lleva a una barraca de campo con la ilusión de formar una familia independiente. Las chicas asisten a conciertos de rock duro, se drogan, ligan lo que pueden, miran su vida sin esperanza y la aceptan como una maldición impuesta de que la que no podrán liberarse.
Ärtico está filmada con una austeridad bressoniana, con una cámara muchas veces más atenta a los objetos que a los actores. Planos generales, el noventa por ciento fijos, en los que los intérpretes entran y salen, y muy distantes para que el espectador no vea las caras de los actores, simplemente se las imagine, y suenen lejanas sus voces. Gabriel Velázquez utiliza la contundencia del fuera campo para su única escena de sexo—la cámara rehúye expresamente el baile de cuerpos que se aman para centrarse en los objetos de esa cabaña en donde uno de los protagonistas guarda la barca—y de violencia—oímos los disparos y las imprecaciones, y luego vemos que arrastran un cuerpo. Y esa apuesta minimalista, fría y austera—en la secuencia del ambulatorio los actores son simples sombras chinescas—es lo que hace que la cuarta película (Sud express, Amateurs, Iceberg) de Gabriel Velázquez sea fascinante.
El director se permite en esos cuatro trazos personales y con unos personajes con los que Carlos Saura podría haber filmado un remake de Deprisa, deprisa, un final lleno de esperanza: esa salida de los niños al patio de la escuela. Y en medio el Tormes, la catedral de Salamanca por la que se permite el único movimiento de cámara, un traveling circular, y una banda sonora hecha a base de quejidos gitanos y el ritmo endiablado de las manos del tratante de caballos sobre la madera de una mesa que sella el trato. Hambre y frío da Ártico, retrato de un presente desolador.
Título original: Ärtico
País: España
Año de producción: 2014
Género: cine quinqui
Duración: 78 minutos
Director: Gabriel Velázquez
Estreno en España: 27/06/2014
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