At Waterloo Napoleon did surrender
Por Víctor F Correas , 18 junio, 2015
Humo. Rabia y dolor. Y muerte a su alrededor. Demasiada, más de la que preveía. El escenario que tiene ante sus ojos es gris.
Entre jirones desgajados por la parca asoma un campo plagado de cadáveres; dieciséis horas antes, después de que los cielos dejaran de derramar toda el agua del mundo, lo pisaban centenares de miles de soldados. Apenas podían despegar los pies del barro, ni mucho menos empujar los cañones para situarlos en el punto exacto. La caballería pocas veces se había visto en una parecida. Pero él lo quiso así. El Emperador, aclamado por su pueblo a la vuelta de esa maldita isla, Elba, donde le encerraron durante largos meses, haría lo posible y lo imposible por devolver la gloria a Francia. Y eso debía suceder en las tripas del Mont Saint Jean, cerca de un pueblecito llamado Waterloo. Todo eso lo recuerda ahora, horas después de ser derrotado, prácticamente aniquilado todo su ejército; que huyó ante el empuje de las tropas comandadas con Wellington. Ese viejo zorro se la había jugado de nuevo, como en España. Ni los viejos granaderos de la Guardia Imperial pudieron darle esa victoria que ansiaba como nada. Cayeron. Como la infantería, la caballería, la artillería… Nada. Nada salió como planeó. Por no estar allí, junto a sus hombres, dirigiendo el combate. Los malditos dolores, que le apartaron de la gloria, y que ahora, en la derrota, siente con mayor dureza. La humillante retirada, la huida para no ser capturado por el enemigo, que le derrotó de manera tan brillante. Ese Duque de Wellington.
Quizás todo esto pensara Napoleón Bonaparte, al que hoy hace doscientos años le infligieron la mayor derrota que nunca sufrió. Y fue allí, en Waterloo, donde perdió. Los libros de historia recuerdan ese día, los movimientos tácticos cual partida de ajedrez, la batalla, su desarrollo. Y también ABBA, que algún siglo después venció en Eurovisión gracias a Waterloo. Lo que no pudo conseguir Napoleón.
Pero este dieciocho de junio viene sembrado. Conviene también recordar a ese general de elevada estatura, altivo y de finos ademanes llamado Charles de Gaulle que desde Londres animaba a sus compatriotas franceses a unirse a él para expulsar a los nazis del país. Fue hace setenta y cinco años, días después de ver a Hitler asomando el mostacho por la Plaza del Trocadero, desde la que contempló la Torre Eiffel. Algo intolerable, en su opinión. Ni los bárbaros se atrevieron a tanto cuando invadieron Roma. Por eso alentó a sus compatriotas hasta echarlos. Lo que costó mucho tiempo. Y vidas.
Y el día va de franceses. En este caso toca francesa. Juana de Arco, que hoy hace quinientos ochenta y seis años derrotó a los ingleses en Patay y los expulsó al norte dejándolos casi sin comandantes ni arqueros. Los franceses encontraron libre el camino hacia Reims, donde apoyarían la coronación de Carlos VII de Francia un mes más tarde, el diecisiete de julio. Meses después, a Juana de Arco le agradecerían cálidamente los servicios prestados a la corona y al país. En la hoguera, mismamente.
Para terminar el resumen del día, nacimientos y fallecimientos importantes. Nacimiento el de Habermas, hoy hace ochenta y seis años, filósofo y figura clave de la llamada ‘Teoría crítica’, que proponía el pensamiento de la sociedad como vía para transformarla. Muchos jóvenes estudiantes a lo largo de la década de los sesenta, fascinados por el pensamiento de Habermas, quisieron ponerla en práctica. Quisieron, sin más. Y fallecimientos, tres: el primero, el de Roald Admusen, hace ochenta y siete años, que halló la muerte en su intento por rescatar a su rival italiano, el explorador Nobile, en el Mar de Barents junto a varios pilotos franceses. Nobile sería rescatado poco después por un avión sueco; el segundo, el de Aleksei Maksimovhich Peshkov, al que le dio por escribir. Viendo que con ese nombre no iría demasiado lejos decidió llamarse Máximo Gorki, y sus escritos alentaron a buena parte del movimiento revolucionario soviético; y el de Saramago, don José, hace cinco años en Lanzarote. Se perdió lo mejor, todo lo que vivimos en la actualidad. ¡Lo que hubiera disfrutado, Dios!
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