B
Por José Luis Muñoz , 4 abril, 2014
Hace unos cuantos años, cuando vivíamos en plena burbuja inmobiliaria y reinaba en el país esa alegría de la que ahora todos nos arrepentimos, cada españolito tenía un piso, una segunda vivienda, un coche de alta gama y hasta un huerto. En esos años de borrachera económica hasta yo estuve tentado de comprarme una propiedad, y recuerdo haber echado el ojo a una casa de piedra enorme y de tres plantas de un tranquilo pueblo del Empordà, no muy lejos de donde había vivido Josep Pla y de donde entonces vivía Luis Racionero, ideal para retirarme a escribir. Recuerdo, cuando entré en negociaciones con la inmobiliaria que gestionaba su venta, que el precio era asumible porque en aquellos tiempos se daban hipotecas que nunca vencían y se traspasaban de padres a hijos y nietos, pero poco duró mi alegría cuando me dijeron: Pero nos tendrá que dar el 80% en dinero B. ¿Dinero B? Ni lo tenía ni casi sabía qué era dinero B. Ahora todo el mundo lo sabe, como la prima de riesgo, porque en estos últimos cuatro años hemos hecho un curso acelerado de economía. No tengo dinero B, les contesté. El intermediario inmobiliario que tenía delante puso cara de asombro, como si yo viniera de Marte, luego me dijo que la operación de compra sin esas condiciones era imposible y yo salí de aquel despacho muy avergonzado de no tener dinero B. Quizá, por esa frustración, seguí buscando casas por el Empordà y siempre me pedían ese dichoso dinero B que oscilaba entre el 40 y el 60% del valor de la vivienda. Lo fácil que habría resultado en aquellos tiempos llenar las arcas del estado enviando a un ejército de inspectores de Hacienda que se hicieran pasar por compradores de viviendas, pero no se hizo.
Vivíamos en una euforia económica incomprensible, y yo me daba cuenta de ello, de que un día u otro todo estallaría, porque por entonces viajaba mucho y veía desde el aire el páramo que era España, la pobreza de la piel de toro castigada por la aridez de la pertinaz sequía que se alterna ahora con inundaciones. Pasar el Pirineo y cambiar el color del mapa.
En aquellos años, que ya son historia, se vendían los pisos sobre plano, sin que estuvieran hechos los cimientos, y se volvían a vender, y a revender, una y otra vez, inflando su precio sin que los muros estuvieran ni siquiera alzados. Todo era una riqueza ficticia. Y encima pagada en B.
Me había olvidado de la segunda letra del abecedario y primera consonante hasta que surgió el caso Bárcenas, también B, que todo apunta que es el caso PP. En uno de los pocos programas de televisión que sigo, Al Rojo Vivo de la Sexta, Esther Palomeras comentaba el auto del juez Ruz—ese hombre que trabaja lento, porque nadie le ayuda en su ingente trabajo, pero seguro—que habla sin medias tintas de la caja B, si B, del partido que gobierna en estos momentos la nación y que debería darnos ejemplo moral a los ciudadanos, y todo hace sospechar que de sisas en esa caja B, y no de las inversiones en obras de arte o arriesgadas operaciones bursátiles, viene la fortuna de Bárcenas, el hombre que no osaba citar Rajoy cuando le mandaba mensajitos por SMS. El lamento de la periodista, que lo uno al mío e imagino que al de unos cuantos millones de españoles indignados, hartos e incendiados ya por este asunto que apesta nuestra democracia en horas bajísimas, es que ya se admita como algo normal esa caja B, ya nada presunta según afirma el juez Ruz, del PP, y que la oposición se haya olvidado del asunto una vez que los periódicos El Mundo, descabezada la mosca cojonera Pedro J. Ramírez, y El País hayan dejado de hablar de ello. Y que el PP ni siquiera desmienta esa caja B de la que el juez Ruz habla, como si tener millones en ese dinero opaco para el fisco fuera lo más normal del mundo.
Hagamos memoria de la secuencia de toda esta película de serie B que ingenuamente creímos que se circunscribía a los chicos de la Gürtel pero tiene un montón de actores principales, secundarios y cameos en todas las autonomías gobernadas por el PP. Primero salieron las fotocopias de los papeles de Bárcenas que el tesorero del PP decía que no eran suyas porque aquella no era su letra y el juez lo castigó un día a copiar cien veces PAC, Mariano, JM, etc. Luego, no lo olviden, el PP desdeñó esos papeles publicados en El Mundo y El País como fotocopias falsificadas y manipuladas, y así también lo asumió felizmente algún director de la caverna mediática que luego no ha rectificado. Luego se produjo la desafección hacia Bárcenas de todos los que habían estado a su lado y puesto la mano en el fuego por él, incluido su amigo el presidente de la nación. Fue entonces cuando algún iluminado miembro de la cúpula del PP, apasionado lector de Ray Bradbury o Philip K. Dick, dijo que eran falsificaciones de Bárcenas, convertido en el Fu Manchú de la película, fabricadas veinte años atrás por el tesorero para cubrirse las espaldas o para vengarse. Cuando los papeles de Bárcenas pasaron a ser documentos reales cuyos apuntes contables deberían avergonzar a todos los miembros del gobierno que en ellos salían reflejados, si es que tienen vergüenza, esperamos en vano explicaciones de los afectados. En cada línea de esa meticulosa contabilidad manuscrita hay donantes que aún es hora de que den explicaciones de porqué daban ese dinero y qué recibían a cambio y receptores que deben explicar qué hicieron con el dinero recibido y en concepto de qué, y entre líneas, la debacle económica de este país al que quieren tanto porque es su finca particular en la que especulan con nuestro dinero. Están ahí multimillonarios apuntes que son B, según todos los indicios, B que seguramente proviene de otro dinero B que salió de las arcas de las empresas que lo tenían en buena cantidad y que se aseguraron multimillonarias contratas a lo ancho y largo del territorio español de obras, autovías, autopistas, altas velocidades y aeropuertos, tan grandiosos como innecesarios. Y como amargamente dijo Esther Palomera ayer por la mañana, aquí no pasa nada, es normal que un partido, el que nos gobierna, el que nos pide que cumplamos con nuestras obligaciones fiscales, tenga una caja B que certifica que son ellos precisamente los que no las cumplen. Y lo malo del caso es que los que tendrían que ser una mosca cojonera, los partidos de la oposición, quizá por aburrimiento o por cansancio, o porque este es el país de Aquí no pasa nada, han dejado de serlo, se han rendido.
Así es que permítanme que me ría, me carcajee, cuando algún medio de aquí, refiriéndose a algún país del otro lado del Atlántico, lo tilde paternalistamente de república bananera y lo haga desde esta piel de toro podrida hasta los cimientos en la corrupción que no puede dar lecciones de nada a nadie.
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