Baja el paro, aumenta la precariedad laboral en España
Por Carlos Almira , 23 julio, 2015
La disminución de las cifras del paro en España en vísperas de las elecciones generales, es sin duda una buena noticia para el Gobierno y, en general, para el Estado de Partidos en nuestro país.
La precariedad es la norma de la nueva estructura del mercado laboral. Esto puede entenderse como una consecuencia, a la vez, de la mundialización del capitalismo (según el modelo norteamericano-chino de bajos costes productivos y plena libertad del capital), y de la integración de los Estados soberanos en instituciones supranacionales cuasi soberanas.
Lo primero impone la competitividad a los trabajadores a nivel mundial; lo segundo, impide cualquier política económica y laboral a nivel nacional, que vaya contra la corriente dominante (por ejemplo en un sentido Keinesiano).
La consecuencia de lo anterior es una estructura laboral acorde con la nueva sociedad postindustrial (y postdemocrática). Se perfilan en el mundo desarrollado, tras el desmantelamiento de las estructuras productivas de la última Revolución Industrial (vía destrucción del tejido productivo, terciarización y deslocalización), unas sociedades que ya no se asientan sobre la prosperidad, el progreso democrático, las libertades y el enriquecimiento de la vida personal (el crecimiento del yo), sino en la nítida separación entre la élite, que tiene la vida asegurada (a distintos niveles de renta), y la masa que no la tiene (también a distintos niveles de renta y cualificación profesional). Esta estructura social no era compatible con la sociedad industrial. A efectos políticos, es un sujeto mucho más manejable, más fácilmente gobernable, por una reducida minoría tecnocrática, que la sociedad industrial (con sus trabajadores, profesionales y clases medias organizados en sindicatos y partidos activos).
La nueva sociedad posdemocrática es, además, tanto más necesaria cuanto que el capitalismo global amenaza con fragilizarse y encontrar sus límites “naturales”, a la vez que exige decisiones sobre variables cada vez más complejas, cuyas consecuencias tienen cada vez mayor alcance, o son simplemente, impredecibles.
La estructura económica basada en los servicios, mucho más descentralizada y permeable a una tecnología de control, que no conlleva una concentración peligrosa de los factores productivos, es la fórmula ideal para el capitalismo global regido por la meritocracia, a partir de la simbiosis instituciones supranacionales/multinacionales.
El Gobierno de España puede vender que el paro se reduce, mientras los partidos de la oposición le reprochan, en víspera electoral, que avanza la precariedad. Pero la precariedad, matriz de la nueva sociedad que exige el capitalismo global, no es un accidente sino una meta. Cuando en el mundo desarrollado, la inmensa mayoría de los trabajadores y las clases medias no puedan organizar su vida personal sobre su trabajo, las demandas laborales y la democracia serán cosa del pasado. Entonces el sueño (la pesadilla) de unos pocos se habrá, por fin, cumplido acaso sin remisión.
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