Balón de oro, eterno debate
Por Jordi Junca , 21 octubre, 2014
Apenas una semana antes de decidirse la lista de los 23 nominados, el debate acerca de quién merece el Balón de Oro vuelve a ser de rabiosa actualidad. Un debate que, en los últimos años, se centra en la validez de los títulos colectivos cosechados como argumento de peso para tomar una decisión.
Parece ser que la gloria no es un bien que pueda compartirse. Las páginas de historia que pueden escribir los equipos en su conjunto no acaban de convencer. Los jugadores necesitan escribir alguna de esas páginas por si solos. La gloria, ese bien tan preciado. La inmortalidad. Dentro de ese mundo que funciona gracias a un esfuerzo colectivo, solo unos pocos consiguen trascender. En ciertos aspectos, los futbolistas de hoy son los gladiadores de ayer.
En la antigua Roma existían unos centros de entrenamiento regentados por los lanistas, quienes hacían las funciones de lo que hoy sería un presidente. Los gladiadores convivían con otros gladiadores, juntos proporcionaban más o menos ingresos al lanista en función de su rendimiento. Seguramente se creaban esos lazos de camaradería, la concepción de un bien común. Y, sin embargo, solo unos pocos alcanzarían el reconocimiento y la fama. A esos pocos la gente los idolatraba. Las mujeres soñaban con acostarse con ellos. Eran lo más parecido a dioses sobre la Tierra. 2.000 años después, nos empeñamos en seguir despreciando el trabajo de todo un grupo para adular a unos pocos elegidos. Con ese ánimo nació el Balón de Oro. Reconocer la superioridad de un individuo frente a los demás, otorgarle esa pequeña dosis de inmortalidad.
Llegados a este punto uno se pregunta si ese título debe entregarse al mejor jugador en el sentido más estricto de la palabra o si, en cambio, el galardón debería ir dirigido al hombre más destacado de un equipo campeón. Los gladiadores, por su parte, podían recibir una espada de madera que los liberaba de la esclavitud. La recibían por méritos propios, sin importar los resultados de sus compañeros. Es cierto. Dentro de esa colectividad había un lugar para el número uno. La verdad, no sé si ocurre lo mismo con el mundo del fútbol.
Michel Platini declaraba recientemente que el Balón de Oro tiene que ser para alguien que haya conseguido la Copa del Mundo. Eso, claro, el año que se haya celebrado. Bueno, pues el mismo Platini decía que los mejores jugadores del mundo son sin duda Cristiano Ronaldo y Leo Messi. Creo que en eso estamos casi todos de acuerdo. Pero entonces, si son ellos los mejores del mundo, ¿Por qué deberían recibir el Balón de Oro otros jugadores? Supongo que no es tan descabellado decir que todo depende de lo determinante que uno sea. Si Neuer fue decisivo para que Alemania se hiciera con el Mundial de Brasil, es evidente que merece un reconocimiento. Y aun así, ¿Merece ser considerado el mejor jugador del año 2014? De eso no estoy tan seguro. Ya tuvieron la oportunidad de reconocerle su trayectoria nombrándolo el mejor jugador del Mundial. Y, cuidado, ese día se decidieron por Leo Messi.
A lo largo de la historia del Balón de Oro la polémica siempre ha estado ahí. En 2006 se lo llevó Cannavaro, central de una Italia campeona del mundo. Ese mismo año Ronaldinho había ganado Liga y Champions con el F.C.Barcelona, siendo el máximo estandarte de un equipo que por fin había despertado. Sin embargo, parece que fue la opinión de Platini la que prevaleció. Italia había ganado el mundial, luego un italiano tenía que llevarse la preciada distinción. ¿Qué había aportado Cannavaro al panorama futbolístico? En mi opinión, no demasiado. No en un sentido global, cómo decirlo, no al nivel de Johan Cruyff o Di Stéfano. Así que los títulos se habían convertido en un argumento de peso para tomar una decisión. Quizás nos estábamos alejando del significado original, la razón de ser del premio. El debate ya había empezado.
Ese debate, a pesar de todo, no siempre tuvo vigencia. Efectivamente, cuando no hubo discusión, cuando un jugador realmente lo mereció, se guardaron los títulos en la nevera. Ronaldo lo ganó cuando todavía militaba en las filas de un F.C.Barcelona que no había ganado ninguno de los grandes títulos, aunque sí había levantado la Recopa de Rotterdam. Era el mejor y todo el mundo estaba de acuerdo. Su zancada, su sangre fría, su imaginación. Fueron argumentos suficientes para olvidar un pequeño detalle: el Barça no había ganado ni la Liga, ni la Copa de Europa. Brasil tampoco había vencido en ningún Mundial. Simplemente no había manera de parar a ese tío.
Con todo, si bien es cierto que los títulos no tienen por qué ser determinantes, podría ocurrir que se convirtieran en la constatación de una temporada brillante. Ese es el caso de los últimos Balones de Oro, antes de que France Football se uniera con la FIFA. En 2007, se lo llevó Kaká. El año siguiente fue el turno de Cristiano Ronaldo. En 2009, el año del triplete del F.C.Barcelona, fue para Leo Messi. Los tres jugadores fueron los mejores. Además, su indiscutible liderazgo propició que sus equipos se alzaran con la preciada Champions League. En estos tres casos todo encaja, pero por desgracia eso no siempre ocurre. Es verdad, lo normal sería que los mejores jugadores militaran en los mejores equipos. Eso no significa que tal cosa suceda necesariamente. Ante la duda, tal vez los títulos cosechados podrían ser un elemento a tener en cuenta. En ningún caso, no obstante, deberían prevalecer los reconocimientos colectivos cuando de lo que se trata es de esclarecer quién es el mejor.
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