Balzac: esplendor y miseria
Por José de María Romero Barea , 2 marzo, 2015
“El mes de septiembre de 1835, una de las más ricas herederas del faubourg Saint-Germain, la señorita del Rouvre, hija única del marqués del Rouvre, contrajo matrimonio con el conde Adam Mitgislas Laginski, joven polaco proscrito” (p. 309). Así comienza la novela La amante imaginaria. En ella, el narrador es por turnos un santo, un criminal, un juez honesto, un juez corrupto, un ministro, una prostituta, una duquesa, pero siempre un genio. El relato se encuentra incluido en el primer volumen de La Comedia Humana (Hermida Editores, Colección El Jardín de Epicuro – Ficción, 2015), de Honoré de Balzac (Tours, 20 de mayo de 1799 – París, 18 de agosto de 1850).
El autor francés afirma en el prólogo que su objetivo es describir de modo casi exhaustivo a la sociedad de su tiempo para, según su famosa frase, hacerle “la competencia al Registro Civil” (p. 17). Pocas veces un novelista se había interesado tanto en relacionar los diferentes modos de la experiencia. La amante imaginaria no es solo una novela, sino una metáfora bastante obvia de cómo Balzac concibe la Comedia, su gran obra, como un puente entre lo más alto y lo más bajo de la sociedad: “A los burlones de París les fue, pues, difícil reconocer a un gran señor en una especie de estudiante frívolo que, en la conversación, pasaba con indiferencia de un tema a otro, que corría en pos de las distracciones con tanto más ardor cuanto que acababa de escapar de grandes peligros, y que, viniendo de su país, en el que su familia era conocida, se creyó libre para llevar una vida desordenada sin correr el peligro del descrédito” (p. 314).
Las historias de la primera entrega de la Comedia, bien traducidas por Aurelio Garzón del Camino, muestran el germen de los principales caracteres de obras posteriores. Algunas de ellas son, en cierto sentido, un ensayo de relatos de mayor envergadura; todas están, sin duda, plenamente logradas. Balzac se descubre como el interlocutor ideal: unas veces un sabio, otras un niño, las más un observador infatigable.
Se sabe que el autor francés escribió asolado por las deudas. Tal vez por ello, teje y desteje las tramas, nos coge por las solapas y nos arrastra a través de ambientes, siempre escondido tras sus personajes, como si huyera de sus acreedores. En la novela La casa de El gato juguetón, los personajes parecen seguir el único impulso de su indomable voluntad: “Recorrer los salones, mostrándose en ellos con el brillo prestado por la gloria de su marido, verse envidiada por todas las mujeres, fue para Agustina una nueva cosecha de placeres; pero también fue el último destello que iba a arrojar su dicha conyugal” (p. 79).
En el relato El baile de Sceaux, Balzac demuestra ser el bisabuelo de escritores tan diversos como Colette y Antoine de Saint-Exupéry: “Sceaux posee otro atractivo no menos poderoso para el parisiense. En medio de un jardín, desde el cual se descubren vistas deliciosas, se encuentra una inmensa rotonda abierta por todas partes, y cuya cúpula, tan ligera como amplia, está sostenida por elegantes pilares. Este dosel campestre protege una sala de baile” (p. 139).
La Vendetta muestra la decadencia de costumbres ancestrales. La bolsa es un relato sobre la locura, la pasión ilícita y el delito. Asistimos a un exacerbado sentido del melodrama: “El robo era tan flagrante, y negado con tanto descaro, que Hipólito no podía ya seguir dudando acerca de la moralidad de sus vecinas. Se detuvo en la escalera, la bajó con trabajo: sus piernas temblaban, sentía vértigo, sudaba, tiritaba, y no podía andar luchando con la atroz conmoción causada por la ruina de todas sus esperanzas” (p. 297). Nada se improvisa en sus extensas descripciones. La historia se cierra sobre sí misma, como una caja china. Por ella discurre la “circulación misteriosa de la sangre y el deseo” que admiraba Proust.
Juntas, las novelas de esta entrega proporcionan una visión general e inaudita de las obsesiones y el arte de un gran escritor. Oscar Wilde afirmó que el siglo XIX, tal y como lo conocemos, fue una invención de Balzac. Leyendo el volumen de la edición Hermida, la verdad de esta boutade se hace evidente. Humana, por oposición a la Divina de Dante, la Comedia se ocupa de personajes de todos los ámbitos de la sociedad: señores y señoras, empresarios y militares, empleados pobres, prestamistas implacables, aspirantes a políticos, artistas, actrices, estafadores, avaros, parásitos, aventureros sexuales, chiflados. Se trata, sobre todo, de una crónica de la modernidad en todo su esplendor y miseria.
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