Cosas que suelen pasar
Por Víctor F Correas , 20 octubre, 2014
Cosas que suelen pasar a menudo. Ocurren cuando se tienen ganas, muchas ganas. De ciscarse en la respectiva madre, de quedar la cara hecha un cromo al prójimo, etcétera.
Y Publio Cornelio Escipión y Aníbal Barca se las tenían tiesas desde que se dieran hasta en el cielo de la boca en esta tierra de conejos llamada Hispania. Durante trece años estuvieron sin verse las caras, como si desearan encontrar el momento pero no lo vieran; o la oportunidad de desearse lo mejor. La educación que nunca falte. Pero el gusanillo estaba ahí; les picaba, vamos. Arrearse como si no hubiera ningún mañana más. Como poco. Y lo hicieron. ¿En Hispania? No. Publio Cornelio Escipión escogió jugar en campo ajeno. Las victorias en casa del enemigo escuecen, y mucho. Pero no sólo derrotarle; destrozarle, humillarle; devolverle de esa manera el dolor causado a su familia, que eso de matar a un padre y a un tío no se olvida. Cannas siempre presente. El pellejo del enemigo al precio que sea. Eso excita a cualquiera. Y él no iba a ser menos. Un recuerdo imborrable para su viejo amigo Ánibal, de los que no se olvidan. Que lo guarde para los restos.
Eso fue lo que ocurrió en las llanuras de Zama, a un paso de Cartago. Jugar en campo ajeno sabiéndote superior es una experiencia inolvidable. Lo sintió Publio Cornelio Escipión. Incluso él y Aníbal se vieron las caras días antes de darse lo que no estaba en los escritos. El cartaginés prefería una rendición honrosa a una humillante derrota. Formas de ver las cosas. El romano. no. «Ahí te voy a joder vivo», puede que le contestara Publio Cornelio Escipión. Conocía las tácticas cartaginesas, sus métodos de batalla. Pero por encima de todo confiaba en sus soldados. Esos nunca le fallarían. Ganar, derrotar, humillar. Y que tus dioses, o quienes sean, Aníbal Barca, te acompañen, que te va a hacer falta. Todos ellos juntos.
Tal día como ayer, 19 de octubre, hace 2216 años, Publio Cornelio Escipión derrotó a Aníbal Barca. Fin de las Segundas Guerras Púnicas. Y fin de Cartago. Roma empezaba a sentirse dueña del mundo. Y lo conseguiría.
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