Buen viaje, Jules
Por Víctor F Correas , 24 marzo, 2015
Todo el mundo lo sabe: se muere.
Tres días antes los periódicos ya anunciaron que su estado de salud era grave. Grave, decían. No los ha leído, ni falta que le hace. Para qué. Quiere morir, ansía hacerlo. La cabeza reposa en los cojines. Mantiene las manos cruzadas. Qué mejor manera para esperar a la muerte, tranquilo. Para qué escapar de ella si sabe que lo atrapará por mucho que lo pretenda. La cita es ineludible; incluso ha hecho todo lo posible por adelantarla. Los periódicos ya lo advirtieron el día anterior: una parálisis lo mantiene postrado en la cama. La maldita diabetes, que lo hizo preso tiempo atrás y que espera su rápida y definitiva rendición, que cree no tardará en llegar. Ya son 77 años los que lo contemplan. La vida a punto de consumirse en un suspiro.
―Maldito disparo ―murmura con los ojos cerrados.
Una manera como cualquier otra de citar a la parca. Para qué hacerla esperar. Fue en el estómago días atrás, pero no tuvo suerte. Hasta en eso la fortuna ha decidido darle la espalda. Jules oye entrar a una persona en su habitación. Cansado, gira la cabeza y lo mira, pero no hay nadie. Está solo, sin más compañía que su propia soledad. Suspira. ¿Un delirio? Pudiera ser. La lenta agonía tiene estas cosas. Maldita vida, maldito sobrino, maldita invalidez. Maldice una y otra vez.
―¿Cuándo querrás llegar de una vez?
Se desespera. La cita se retrasa aunque es inevitable. Ha vuelto a girar la cabeza. En la mesa que hay junto a la pared opuesta repara en la pluma, que lleva mucho tiempo durmiendo en la tinta, y esboza una tenue sonrisa. Ha sido feliz escribiendo. Lo mejor que pudo hacer, abandonar los estudios de derecho. Decisiones que uno toma en la vida a sabiendas de que el convencimiento lo hará caminar por la senda correcta. La que él escogió, y fue la correcta. No quería ser como su padre, y no lo ha sido.
Cierra los ojos. Ha notado un mareo, o algo parecido, pero pronto se sumerge en un sueño. El mar lo envuelve. Todo es negro, pero pronto aparece la luz. Lo saluda su viejo amigo Nemo, que le da la bienvenida a la nave Nautilus. El apretón de manos le devuelve la felicidad. Se siente a gusto en la nave. Tanto, que no quiere salir de ella. Nemo ordena bajar más. La luz es mayor, cada vez más grande, y Jules es inmensamente feliz. Ni siquiera siente dolor alguno. Nemo le dice que el viaje será largo, muy largo. A Jules le da lo mismo. Se sienta en un sillón junto a Nemo. Respira hondo y su sonrisa se amplifica.
―Estaba deseando emprender este viaje.
Hoy hace 110 años Julio Verne emprendió el más largo de los viajes que su fructífera mente jamás imaginó. Y ahí sigue, invitándonos a viajar en cada página, en cada uno de sus libros.
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