Burocracias
Por Paloma Rodera , 15 abril, 2014
Hace unos días estaba intentando solicitar una beca. En este maremagnum en el que nadamos a diario intentando no sólo construir un futuro, si no en el que intentamos vivir un presente. Decidí que con el cambio de estación y la llegada del buen tiempo pasear por Madrid era la mejor opción. Siempre que tengo que realizar trámites intento tomármelo con filosofía. Prepararme de ante mano para las colas, el hecho de que falte algún documento o alguna copia que en el último momento hay que subsanar yendo a la fotocopiadora más cercana (porque los organismos oficiales parecen no tener fotocopiadoras) y casi nunca la más barata. Hete aquí que para llegar a mi destino paso por unas obras que están en el edificio, atravieso una serie de registros pertinentes y máquinas de rayos x. Entrego el DNI en la entrada, que me cambian por una pegatina con un número y mi nombre. Y ya por fin, llego a mi destino. Un par de trabajadoras, quienes han de recepcionar el papeleo de mi beca, pero que parece que esta mañana prefieren escuchar los últimos hits del pop adolescente que atender a soñadores buscando un sitio. Por supuesto no hay una respuesta a mi entusiasmado ‘buenos días’, ni una mirada, ni tan siquiera de reojo, a mi sonrisa de oreja a oreja. Tan sólo esperan con impaciencia a que saque todos los documentos requeridos, que no miran. Los cogen, ‘¡qué de papel malgastado!’, me miran con cara de madre, con cierta condescendencia y siguen cantando. Les deseo un buen fin de semana y me voy a conformarme con que hace sol y Madrid está precioso por las mañanas.
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