Camisa nueva
Por Redacción , 3 febrero, 2014
Empiezo esta nueva columna en “El cotidiano” con una taza de te y algunas dudas. Esa comezón que te hace buscar y al final encuentras. Dudas que como señuelos nos van llevando, titubeantes, hacia delante.
Como periodista ambiental he investigado y escrito a lo largo de los años buscando un mundo más justo y sostenible, y ahora estoy pelín harta.
Sostenibilidad es el invento del capital para justificar que no mueva un ápice su posición hegemónica en la sociedad. Sostenibilidad es una palabreja que ningún niño podrá articular de forma natural, luego es sospechosa. Se le llena la boca a los encargados de la responsabilidad social de las empresas, y hasta a los presidentes, parece como si se hubieran tomado un polvorón. Así que no voy a defender más lo que está siendo diariamente ultrajado. Me voy a otro escenario mucho más prosaico, un espacio natural entre monte y viñas. Un cachito de tierra plantado de almendros entre los que he amarrado un cordel de esparto y donde suelo tender mi ropa. La que menea el aire en este lunes fresco de enero, un ventarrón que traspasa casi toda la península de oeste a este y que es barrunto del temporal que azota a las costas cantábricas.
La ropa queda seca en menos de una hora y sin arrugas , con aroma a pino y laurel. Antes la colgaba en una azotea madrileña como divorciada alegre, y en un patio tamaulipeco junto a los colibrís y las mariposas, y antes en otra terraza salina de El Puerto de Santa María y mucho antes en la playa de El Palmar de Vejer, en mitad de la duna, donde la ropa quedaba impregnada por el ozono que llevan los peces y las aguas limpias del océano.
Ropa que cubre tu cuerpo y tu cama, tu mesa y tus humedades. Ropa limpia y sucia. Ropa que se seca de forma natural, con este sol y estos vientos que barren el cielo y abrillantan las montañas. Nada que ver con la ropa apelmazada y encogida por inmundas secadoras eléctricas, consumidoras de una energía que hoy nos venden como oro las élites extractivas, ésas que en pos de la competitividad, están dejando a la clase media en cueros. Ésas que no dudan en repetir a diestro y siniestro que los salarios han de bajar aún más mientras se parapetan en sueldos multimillonarios y blindados. Ésas que tienen cogidas la sartén por el mango y a los gobernantes por los huevos.
Así que tiendo, y pienso seguir tendiendo, mi ropa al sol, como cualquier hija de vecina. Mientras se hable de ropa tendida, estamos con los pies en la tierra, la cara al sol y la camisa, si no nueva, al menos limpia. Que eso sí, pobres pero muy dignos.
Comentarios recientes