Carta a don Pablo Iglesias Possé
Por Fermín Caballero Bojart , 20 noviembre, 2014
Tierra, 20N-2014.
Camarada:
Le escribo desde la recóndita España del planeta Tierra de la segunda década del siglo veintiuno. Lo de camarada es un mero formalismo porque aún se lo oigo decir a algunos ancianos con verdadera pasión. Fui estudiante, hijo de obrero y universitario superviviente de las protestas de mil novecientos ochenta y seis. Superviviente terrícola porque todavía tengo trabajo, hipoteca y residencia en la dilapidada España de las autonomías. Desde mi despacho veo morir, cada atardecer, la esperanza que encierran esas misivas políticas que tratan de soliviantar a su proletariado. Y aún no han llegado las elecciones.
España quiere seguir siendo una Monarquía parlamentaria. Franco murió para algunos y para otros gobierna un nuevo Borbón. Para todos una derecha con mayoría absoluta errática, nauseabunda, cuyos vómitos alteran los estómagos bien alimentados de los que estudiaron, protestaron y acordaron con el gobierno del PSOE, de mediados de los ochenta del pasado siglo, que el hijo del obrero tuviese las mismas oportunidades para llegar a la Luna que los nietos del temible dictador. Bien como licenciado, doctor o eurodiputado con estudios.
Durante aquellas protestas de fin de siglo, antes de correr delante de los caballos de la policía, preferí marchar a una sala de juegos; aún éramos críos que disfrutábamos con el futbolín. Los cabecillas sindicales universitarios, con la valentía que da la sinrazón, decidieron redirigir la manifestación hacía el palacio de la Moncloa. Sí, don Pablo, entonces unos socialistas presidían éste, nuestro terrícola país, desde un palacete.
Media Cataluña, siendo generoso, quisiera independizarse pero la Constitución de 1978 va para récord de longevidad. La magna carta y los amedrantadores altavoces del artículo 8, apartado 1 [Las Fuerzas Armadas, constituidas por el Ejército de Tierra, la Armada y el Ejército del Aire, tienen como misión garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional] esparcen el miedo. Ahogan el aire de libertad que aún respiramos (José Hierro, 1981). El precepto ha sido arengado recientemente por el Jefe del Ejército de Tierra. Corto y cierro a la espera de que el Rey ponga sentido común a la televisión en Nochebuena. Se lo están poniendo fácil; como las bolas a Fernando VII.
Pero la realidad es que a día de hoy disfrutamos de unas leyes hipotecadas por mayorías negociadas. Cuando no había crisis: amparadas en la reforma transitoria; con la depresión económica: amparadas en recortes bananeros. Y, para desgracia de todos, como nunca llueve a gusto de nadie en este invertebrado país, en medio de la tormenta los mejor situados han hurtado -robado sin violencia- hasta la saciedad. Bueno, los profesores de la facultad de Derecho, que por entonces sí acudían a clase para cobrar, ya nos recomendaban no usar tarjetas de crédito en caso de fuga.
Antes de despedirme le pido perdón, don Pablo, en nombre de mi abuela. Retiró precipitadamente su retrato de la pared cuando unos falangistas entraron en su casa. Aún le dio tiempo de acuchillar al cochino, en el patio trasero, metiéndole en la boca un trozo de jabón de Castilla para que no chillara. Mi anciano padre revive la historia cada vez que en televisión (feroz invento don Pablo) las opiniones disfrazadas de ideas políticas alimentan con terror al electorado. Los falangistas se llevaron a mi abuelo. Una llamada al conde de Torre-Arias evitó que le fusilaran. Y así continua hoy el Estado de derecho, con llamadas de amigos para evitar penas mayores porque la cárcel esta abarrotada de demócratas.
Llamadas al miedo, sin programa electoral, es lo que parece que el pueblo quiere. Le urge porque ya temblaron los pilares de un siglo nuevo que exhaló vientos de negrura. Cayeron las torres gemelas con dos aviones, murieron inocentes entre las vías del tren, las guerrillas no terminan, los misiles y las alarmas no dejan de sonar sobre los ríos sagrados. Los diplomáticos no terminan de trabajar en Oriente, en Occidente, en América o en Asia. Todos miran al cielo buscando la verdadera huida sin tarjetas opacas. Ya se encargará la tecnología de mover transferencias estratosféricas. Y la tercera guerra mundial, cuando alcance a los nietos del político protesta de moda, será una lucha por el agua de un planeta desértico entre los pocos obreros que aún defiendan su derecho a la vida, por que los hijos del pablismo pasajero quizás solo vivan empeñados en reivindicar, desde las colonias interplanetarias, su derecho a la Luna. O habrán negociado el justo reparto de Marte con los chinos antes de que tengan que retirar, meados en los pantalones del traje espacial, un retrato de chino mandarín anoréxico de la pared y sea una abuela extremeña la que introduzca una pastilla de jabón por cada ojo a los cerdos marcianos antes de que traten de arrebatarla sus ideas, y su voto, don Pablo. Por que a los pablines, una vez conquistado el espacio, la pobreza les va a dar igual.
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