CATALUÑA: MEMORIAL DE AGRAVIOS
Por Alfonso Vila , 22 octubre, 2017
Mucha gente conoce la declaración de independencia de Companys de 1934, aunque sea de una manera parcial y sesgada. La resumiré:
Estamos ya en el siglo XX, en plena Segunda República. El 6 de octubre de 1934 se produce la proclamación del Estado catalán (dentro de una supuesta “República Federal Española”) por parte del presidente de la Generalitat Lluís Companys. Hace así lo mismo que su antecesor Francesc Macià había hecho el 14 de abril de 1931. Pero si entonces la situación se resuelve en muy poco tiempo y por la vía diplomática, pues Macià se desdice casi inmediatamente y acepta como válido un futuro Estatuto de Autonomía (que ya será una realidad en 1934), en el caso de Companys la situación requerirá el uso de la fuerza por parte del estado español.
De este modo la escasa resistencia nacionalista es barrida por el general Batet, Capitán General de Cataluña, que, a pesar de tratar de reducir el número de muertos y de ir “con pies de plomo” con los sublevados, no puede evitar que los muertos asciendan a una cifra de entre cincuenta y cien según fuentes. La rendición del Gobierno de la Generalitat se produce en 24 horas. Todo el gobierno catalán es detenido, junto con otras 3.000 personas, y el Estatuto de Autonomía y la Mancomunidad Catalana, los dos grandes logros de los nacionalistas desde el fin de la monarquía, son abolidos. Las consecuencias negativas son evidentes. Pero acabemos este pequeño recordatorio con las palabras que el historiador Gabriel Jackson dedica a este hecho en su libro La República Española y la Guerra Civil:
“El coronel Macià había ido demasiado lejos proclamando la república catalana. Madrid se había apresurado a negociar con él. En el compromiso resultante los catalanes habían renunciado a su república separada a cambio del compromiso firmado de un Estatuto de Autonomía. Lluhí sugirió que lo que la Generalitat esperaba realmente era un regateo semejante. Tras proclamar la República Federal negociarían con Madrid, concediendo el Estat Català contra un arreglo satisfactorio del problema de la ley de cultivos”.
Hay que señalar que Jackson se refiere a la entrevista del día 6 de octubre entre Azaña, que en ese momento se encuentra en Barcelona pero sin representar al estado español, puesto que el Jefe de Gobierno es Lerroux, y un miembro del gobierno de la Generalitat, Juan Lluhí. Según opina Jackson, y según lo que se deduce de la entrevista (que Azaña menciona en sus escritos) los políticos catalanes cometieron un error de calculo terrible: utilizaron una proclamación independentista como un método para forzar a negociar al gobierno central, aprovechando la circunstancia de que este gobierno estaba luchando en esos momentos contra la sublevación de los mineros asturianos y pensando que esa jugada les serviría para solucionar un problema político (el de la Ley de Cultivos) que enfrentaba desde hacía tiempo a ambas partes. Naturalmente esto es sólo una posible explicación. Pero el mismo Jackson apunta otra: Lluhí también confesó a Azaña que “el Consejo de la Generalitat no podía contener a las masas y que tendrían que canalizar el movimiento nacionalista o disparar contra sus propios seguidores”.
¿A quién se refiere Lluhi? Pues entre otros muchos al Consejero de Orden Público de la Generalitat José Dencàs, que controlaba un grupo radical separatista, el Estat Català, que colocó a Companys entre la espada y la pared y que luego, oliéndose el fracaso, huyó de Barcelona antes de ser detenido con el resto del gobierno catalán.
Pero vamos a continuar retrocediendo en la historia, desde 1934 hasta el final de la edad media. La historia de Cataluña está llena de rebeliones, en orden cronológico inverso y saltándonos la llamada “Semana trágica” de 1909, la siguiente es la rebelión contra el general Espartero, regente del reino de España de 1840 a 1843. La ciudad de Barcelona se rebela contra el regente por una cuestión meramente económica: el gobierno preparaba un acuerdo comercial librecambista con Gran Bretaña y eso, con la eliminación de los aranceles que suponía, era una pésima noticia para la industria algodonera catalana. Se producen tumultos que acaban con detenidos y rápidamente empiezan los tiros y las barricadas. Los soldados se repliegan en la fortaleza de Montjuic y desde allí se bombardea la ciudad. En realidad Barcelona también será bombardeada en los días finales de la regencia de Espartero, esta vez dentro de la serie de revueltas generales entre progresistas, republicanos y moderados que darán lugar a la caída del regente, pero no por Prim, como se venía creyendo, sino por su superior, Laureano Sanz y Soto de Alfeirán, Capitán General de Cataluña.
De ahí pasamos al final de la Guerra de Sucesión española, cuando los catalanes, perdida ya inevitablemente la guerra con la marcha del Archiduque de Austria, se niegan a rendirse y a reconocer a Felipe V porque saben que con él sus fueros tienen los días contados y continúan una resistencia tan heroica como inútil. La ciudad caerá en 1714 y los Decretos de Nueva Planta acabarán con casi todo el sistema de derecho foral, además de con sus instituciones políticas propias (algo que por cierto no les ocurrió a los vascos y a los navarros, que, al contrario de catalanes, aragoneses, valencianos y mallorquines, habían optado con reconocer desde el principio a Felipe V).
Continuamos retrocediendo en el tiempo y llegamos a la gran rebelión de 1640. Ese año, en plena guerra entre la monarquía española y la francesa, la zona fronteriza de Cataluña se subleva contra las tropas castellanas y los funcionarios reales, llegando a matar al virrey de Cataluña. Se declara la república catalana pero la situación se vuelve incontrolable. la Generalitat catalana pide ayuda al rey de Francia y permite la entrada de un ejercito francés para la defensa de su territorio y para controlar a los campesinos y grupos sociales desfavorecidos, que dan rienda suelta a todo tipo de ataques contra la nobleza y la burguesía urbana. La invasión de las tropas de Felipe IV lleva finalmente a la oligarquía catalana a reconocer como conde de Barcelona al rey francés, con lo que de facto pierde la independencia política.
La situación se prolonga por diez años, en los que los catalanes tienen que mantener a un ejercito francés en su territorio (situación que provoca las mismas quejas y graves inconvenientes para los campesinos que provocaba anteriormente el mantenimiento del ejercito del Conde-Duque Olivares) y tienen que ceder una parte de la administración a los franceses (que favorecerán el establecimiento de mercaderes extranjeros, con la consiguiente competencia frente a los locales). Después del Tratado de Wesfalia, en 1648, la situación se vuelve propicia para Felipe IV que prepara una nueva invasión, esta vez con éxito. En el Tratado de los Pirineos de 1659 las monarquías francesa y española firman la paz definitiva y el territorio de Cataluña es reintegrado en su mayor parte a la corona castellana.
¿Y hay más? Pues sí, es poco conocida pero tenemos que hablar de una guerra civil del siglo XV, que empieza contra una rebelión contra su rey legítimo y acaba como el rosario de la Aurora. De 1462 a 1472 la ciudad de Barcelona encabeza una rebelión contra el rey Juan II que hace que los catalanes, que no aceptan su afán de poder y sus constantes desafíos a las instituciones forales, tengan que aceptar a tres reyes distintos, los tres extranjeros, con la esperanza de que sus ejércitos les ayuden a escapar del ejército del rey de Aragón, que recordemos es conde de Barcelona y rey legitimo, no sólo de Aragón y los condados sino también de los reinos de Valencia y Mallorca, regiones de la Corona de Aragón que se mantendrán al margen de la guerra civil. Así, en pocos años, el Consell del Principat acepta tener un rey castellano, un rey portugués y un rey francés, y todo para nada, porque la guerra es finalmente ganada por Juan II, que recupera y somete a las ciudades rebeldes. ¿El precio? La total ruina de la economía. Cataluña pasa a ser de una de las regiones más ricas de la Corona de Aragón, que en ese momento también incluye Cerdeña, Sicilia y Nápoles, a una de las más pobres. Y además se pierden las comarcas del Rosellón y la Cerdaña, que pasan a manos francesas. Y de nada servirán los intentos del rey vencedor por recuperarlas. Juan II morirá en Barcelona pocos años después y será enterrado en el monasterio de Poblet. Su hijo, Fernando, se casará con Isabel de Castilla y se convertirá en Fernando el Católico. Lo que viene después será otra historia.
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