“Cegados por el sol”, el rescate emocional
Por Mario Blázquez , 4 mayo, 2016
Marianne (Tilda Swinton), una estrella del rock, y Paul (Matthias Schoenaerts) son una pareja que disfruta de unas tranquilas vacaciones en una villa de la isla de Pantelleria. Su paz se verá alterada por la repentina aparición del antiguo manager y pareja de ella, Harry (Ralph Fiennes), acompañado de su hija Penelope (Dakota Johnson). El reencuentro, bajo una aparente cordialidad, estará ensuciado de vivencias de un pasado que lo convierten en una inquietante combinación de celos, cuentas pendientes y rencores.
“Cegados por el sol” es una película que navega entre diferentes géneros y sensaciones: habla sobre el amor, el deseo, el sexo, el pasado que nunca desaparece… y menos si viene condicionado por una pasión no enterrada. Remover el pasado es sobre lo que versa la película de Luca Guadagnino. Un pasado dominado por el extremo, por la exaltación y la incontinencia, donde sólo existe la naturaleza humana que se abre paso, explora y vive; en contraposición, la quietud y el conservadurismo del presente.
Y todo ese pasado es encarnado por el personaje de Harry (un Ralph Fiennes pasado de rosca), cuyo culmen es cuando aún disfruta como un niño bailando “Emotional Rescue” de los Rolling Stones. Un personaje, por otro lado, nada irreal. ¿Quién no he tenido un amigo así? El que se te pega cuando quieres huir de él, el que está presente cuando deseas estar solo, el que te invita a hacer algo que no deseas hacer, o que deseas pero crees que no es apropiado. El amigo que es capaz de irrumpir en tus vacaciones y aposentarse en tu casa, junto a una extraña joven a quien presenta como su hija.
Con su estruendosa irrupción, Harry pondrá contra las cuerdas a Marianne (la siempre inquietante Tilda Swinton, que ni siquiera necesita hablar en esta película). Ese remanso de paz del que disfruta junto a su actual pareja, Paul, un tipo tranquilo y sosegado, pero con un turbio pasado con las drogas y excesos del que a duras penas ha escapado, se tornará en pólvora. Porque Harry, a pesar de generar un clima de tensión en esa ilusoria e impostada calma, es como una especie de mito de Fausto, que pese a no ser invitado, en el fondo sembrará la duda de que quizá le necesitaban. Su pretensión no es sólo la de abrir discriminadamente viejas heridas y resucitar un pasado de fuego cruzado que aún persiste entre los tres, sino también añadir un cuarto elemento en discordia, Penelope, que pese a observarles con tanta distancia como desprecio, resulta ser el arma ejecutora de la tragedia. La más joven los tantea, los observa, como si esperara su momento, en el que le tocará jugar con los mayores.
Y en medio de ese cuadrilátero, es donde Marianne se aferra a Paul, quien ha sido el más débil de los tres, el que ha tenido que reinventar una nueva vida. En ella, Marianne cuida de él, conteniéndose no sin grandes esfuerzos, por lo que en cuanto reaparece Harry, que puede arrastrar todo lo que quiera a su paso, conseguirá hacer tambalear todo ese sosiego.
Luca Guadagnino reveló en una entrevista que Paul Bowles había sido una inspiración para esta película, y en cierta manera, uno puede ver reminiscencias a “El cielo protector”, la novela de Bowles que además adaptó al cine Bertolucci con mucho acierto. Precisamente, en “Cegados por el sol” puede apreciarse una extraña mezcla entre la perversidad de Haneke y el preciosismo de Bertolucci, con ese toque luminoso y pop de los ochenta.
Reconozco no haber visto “La Piscina” (1969), de Jacques Deray, film en el que se basa “Cegados por el sol”, pero pese a no ser una película que no hayamos visto nunca, es estimulante, visualmente potente y atrevida. Porque más allá de la fuerte carga psicológica entre los personajes, genera un debate entre el presente conservador e inerte o el pasado extremo y vibrante. Y ojo al mensaje demoledor que lanza, en el que se acepta, por encima de todo, que la felicidad está en la ceguera de ignorar todo lo que pueda hacerte daño.
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