Chantal Pascaline
Por José Luis Muñoz , 10 agosto, 2014
Voy a escribir sobre ella, y a reivindicar su nombre, para que no quede como una noticia más de telediario desapercibida en la vorágine de la actualidad informativa y el relax del verano. Chantal Pascaline era una de esas mujeres que se entregan a los demás, una monja enfermera que combatía el ébola, esa extraña enfermedad destructiva, en Liberia, en el hospital de los hermanos de San Juan de Dios, junto al padre Pajares y otra enfermera que tuvo la suerte de tener pasaporte español; una mujer de una raza, poco importa que fuera negra, amarilla o blanca, de seres humanos que lo dan todo por su prójimo, hasta la vida, mientras otros se dedican a chuparle la sangre. Por cuidar a infectados por la enfermedad, en condiciones de precariedad absoluta, en un pequeño hospital pobre en medios, ella, como el padre Pajares, fue infectada por esa enfermedad letal que se ceba en el continente africano y mata al 90% de los afectados. ¿Ha muerto Chantal Pascaline sólo por el ébola? Pues no, ha muerto, también, por la miserable burocracia, por una política excluyente y soez que clasifica a los ciudadanos por su origen, por inhumanidad manifiesta de unas autoridades de cortas miras.
Chantal Pascaline, en su inocencia, confiaba que ella también sería trasladada a España en ese avión que fue a recoger al padre Pajares y a una hermana española. Probablemente habría muerto en nuestro país, o, quizá, cogida a tiempo, atendida en un hospital debidamente acondicionado y por buenos equipos médicos, se habría salvado. Imagino su amarga decepción cuando vio que ella no subía a la ambulancia medicalizada que tenía que llevarle al aeropuerto.
La actitud del gobierno español en esta operación humanitaria ha sido deleznable, habla mucho y alto de su escaso nivel solidario. En primer lugar hasta se barajó cobrar el rescate a la orden de San Juan de Dios, un escarnio y un disparate que corrigió inmediatamente el presidente Rajoy para que no enturbiara lo que podría ser una operación de propaganda. El gasto en el traslado era exactamente el mismo: el avión que llevaba de vuelta a dos enfermos podía haber albergado sin problemas, ni costes adicionales—aunque hablar de costes adicionales cuando una vida humana está en juego es algo que me repugna, pero adopto la lógica de los que nos gobiernan— a Chantal Pascaline: el mismo personal del avión y el mismo gasto de combustible. Pero no, dejaron a la monja congoleña en ese pequeño hospital de la orden de San Juan de Dios porque no era española, la condenaron a una muerte segura.
Imaginemos un rescate en la alta montaña. En este Pirineo en el que vivo en la actualidad. Un par de escaladores tienen un accidente y quedan malheridos. Uno es español y el otro, alemán. ¿Alguien concibe que el helicóptero de rescate salve solo al español y deje al alemán en la nieve, condenándolo a una muerte segura?
Pues esto es lo que ha hecho nuestro humanitario gobierno. ¿No hay un delito que se llama denegación de auxilio? Y no me vengan que por esa regla de tres tenían que haberse llevado a todos los enfermos de ébola del hospital de San Juan de Dios, que quizá debieran haberlo hecho, sí, y eso no se lo habría reprochado una ciudadanía que ha sido forzada a rescatar a los bancos.
Los gobernados son infinitamente más generosos que los gobernantes que en este, como en otros muchos asuntos, actuán con una mezquindad sin límites.
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