Cielos equívocos
Por Oscar M. Prieto , 22 febrero, 2022
Cielos rasos como sábanas recién planchadas, azules como el manto de la Virgen. Soles que no son de esta estación, luz que oculta, que augura desgracias. Son cielos equívocos, de tardes que invitan al paseo, que parecen buenos, que simulan bellos, pero no lo son. Transmiten calma, pero son el silencio que precede a la emboscada. Nos llevan al error de decir: hace buen tiempo. Qué ingenuos. No, no es buen tiempo, es pésimo, un desastre. Planean milanos, aguiluchos, en círculos de aire caliente buscando ratones, lagartijas pero, yo imagino buitres al acecho de terneros disecados, de caminantes extraviados, sedientos, en este páramo desierto en que se ha convertido nuestro invierno. ¿Quién hará crecer el trigo sembrado en lo alto? ¿Y los lirios?
Ni siquiera los científicos han logrado comprender la alquimia por la que algunas horas que pasarían perdidas como tantas, anónimas y humildes, se convierten en recuerdos felices, los que nos rescatan de abismos, los que mantienen con nosotros a los que ya se fueron, los que nos hacen más amable seguir aquí y también ser quienes somos: restos de esperanzas entre tanto incendio.
Uno de esos tarros de fina mermelada que yo guardo en la despensa, mi memoria, es el del día en que, armados de azadón y pala, mi madre y yo nos fuimos en busca de patatas de lirios para trasplantar. Por dos veces caí al agua, una en el reguero, la otra en la presa. Ahí siguen los lirios cada año reviviendo aquellas risas. Me gustan las primeras flores, las que rompen el invierno como si fuera una membrana y son avanzadilla de la primavera. Los lirios, los jacintos, los narcisos. Todos ellos frutos de hermosas metamorfosis mitológicas. Admiro estas primeras flores porque no necesitan de nosotros. Ellas solas se valen para ser tan bellas sin caer en la soberbia. Nunca conocieron riego. Les bastaba el agua propia de la lluvia para florecer. Este año, he visto que asomaban, pero la tierra está demasiado dura, seca. Más vergüenza he sentido yo, que ellos humillados, por tener que acercarles regaderas, a ellos, a los lirios, que nunca las necesitaron. Tiene que llover. Tiene que llover. Tiene que llover.
«Pregunta a las bestias y te instruirán, a las aves del cielo y te informarán, habla con las plantas y te enseñarán; te lo contarán los peces del mar».
Salud.
www.oscarmprieto.com
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