Citius, altius, fortius… Una vez más
Por Víctor F Correas , 2 octubre, 2015
Hoy es uno de esos días en que saco a pasear el famoso lema olímpico, ese citius, altius, fortius que resume nuestras grandes gestas; esos momentos que hablan de la raza humana, de su capacidad de superación, de ir más allá de sus límites.
Lo es, y en todos los sentidos: en estupidez, en cobardía, en aguante, en dignidad… Un dos de octubre para recordar, y en algunos lugares del planeta se recordarán ciertos hechos acontecidos tal que hoy. Mismamente, en la Plaza de Tlatelolco, en el D.F. de México. Allí, en lo que fue un pequeño islote dentro del lago de Texcoco, en lo que ahora se conoce como la Plaza de las Tres Culturas, donde Cuauhtémoc fue obligado a rendirse ante Hernán Cortés, volvió a repetirse la barbarie. Si aquel trece de agosto de 1521 fueron asesinados cerca de cuarenta mil indígenas –muerto arriba, muerto abajo-, hoy hace cuarenta y siete años fueron al menos cuatrocientos los estudiantes que se dejaron la vida en dicha plaza simplemente por protestar. Protestaban contra la política interna del Gobierno federal, contra el orden mundial… Contra todo. El momento lo requería, diez días después de inaugurados los Juegos Olímpicos que se celebraban en el país. Las cifras hablan de entre cinco mil y diez mil jóvenes reunidos en la plaza, y allí entró la policía, por las bravas, a balazo limpio. El oscurantismo y la opacidad con los que el Gobierno despachó el asunto permanecen, cuarenta y siete años después, pues sigue sin conocerse al responsable final de la matanza. Citius.
Unos cuantos años atrás, concretamente en 1944, los rebeldes polacos se rendían a las fuerzas nazis tras dos meses de lucha, derrotados por la escasez de armas, de suministro, comida y agua. Ante la petición británica de enviar por avión suministros para los rebeldes, la URSS respondió que nones, que en sus bases aéreas no pondrían pie algunos los británicos. Era de esperar, se resignaron los polacos: los rusos, ya en sus fronteras, no venían como amigos. Por eso se levantaron contra los nazis. El eterno dilema: arder en la sartén o salirse de ella para caer en las brasas. Iban a quemarse igual pasara lo que pasara. Pero, si salía bien, expulsarían al nazismo de la capital y evitarían la llegada del comunismo. Ni una ni otra. La población de Varsovia fue deportada y la ciudad, destruida. Una vez conquistada meses después, los rusos establecieron un gobierno comunista. Altius.
Y otra de nazis y rusos. Hace setenta y cuatro años, el ejército alemán se plantó en las puertas de Moscú. Y Hitler, tan contento. Lo que no consiguió Napoleón. Ahí es nada. Viendo el percal, el Gobierno soviético decidió trasladarse a Kybisev. Menos Stalin, que permaneció allí. Para cojones, los suyos, pensó. Días después, el diecinueve, se declaró el estado de sitio mientras los alemanes iban a lo suyo, bombazo va, zurriagazo viene… Hasta que llegó el invierno, que recordó a Hitler por qué Napoleón no pudo con los rusos. A él le obligó a aplazar el ataque hasta pasado el invierno. Sus tropas ansiaban un descanso, una tregua. Lo demás es historia. Fortius.
Para completar el asunto, tal que hoy hace ochocientos veintiocho años, Saladino reconquistó Jerusalén, defendida por Balián de Ibelín. Vencidos, los cristianos decidieron convocar una Tercera Cruzada, al frente de la que marcharía Ricardo I de Inglaterra, el llamado también Corazón de León; y Charles Darwin, que hoy hace ciento setenta y nueve años regresó a Inglaterra tras cinco años de viaje a bordo del HMS Beagle. Vino cargado de pruebas y observaciones que, después, recogió y analizó para alumbrar su teoría de la evolución sobre la selección natural.
De nacimientos y muertes, tres. Y los tres son nacimientos: Graham Greene, hace ciento once años, que dejó un buen puñado de novelas –El poder y la gloria, El tercer hombre, El factor humano…- como recuerdo de su paso por este valle de lágrimas; Alfred Nobel, el inventor de la dinamita, hace ciento ochenta, que legó toda su fortuna a la fundación que llevará su nombre y que cada año destaca lo mejor de lo mejor de este valle de lágrimas; y un tipo curioso, de nombre Mohandas y de primer apellido Karamchad, nacido hoy hace ciento cuarenta y seis años. Con el tiempo se le conocería por un apodo, Mahatma –gran alma en hindú- y por su segundo apellido, Gandhi. Defensor de la paz y de la no violencia, se lo cargaron a tiros. Pues eso.
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