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CIUDADANOS DE MADRID Y EL COVID-19

Por Agustín Ramírez , 17 mayo, 2020

Julio Anguita in memoriam

Esta semana en Madrid han sucedido cosas que merecen algún comentario y alguna reflexión. Seguimos en el nivel 0 de la pandemia del coronavirus y me asombra la ligereza con la que actúan algunos ciudadanos: lo de la mascarilla colgada o el estornudo sin cubrirse, han sido escenas que he presenciado en mis paseos y no solo una vez. Yo que vivo “serenamente preocupado” por los efectos del contagio del virus del Covid-19 –a propósito, señora Ayuso, cuando alguien no sabe de algo debe estar callado o informarse; lo digo por su “libertina y jacarandosa” traducción de Covid-19 que con tanto gracejo soltó- no puedo entender que alguien con dos dedos de frente no sea más responsable en sus comportamientos cuando los efectos y consecuencias del contagio, en demasiadas ocasiones pueden ser terriblemente dañinos; por favor, usemos la cabeza. Me resulta escalofriante pensar que puedes estar aparentemente bien y que, en realidad, estés saturando a un porcentaje bajo, tanto que puede desencadenarse una tormenta perfecta de daños que son de difícil solución y que pueden dejar profundas secuelas. Estudios recientes han demostrado que las secuelas del virus afectan a varios, demasiados en cualquier caso, órganos del cuerpo. En esto es en lo que hay que pensar, sin alarmismo, sin derrotismo, con serenidad y aplicando lo mejor posible las indicaciones de los expertos, que son científicos y no tertulianos.

Sobre el comportamiento de las autoridades políticas y sanitarias creo que todavía no es el momento de juzgarlas; ahora deberíamos hacer caso a las autoridades sanitarias y políticas para acabar con esta pandemia y cuando esto termine, y confiemos que sea lo más pronto posible, pedir todas las explicaciones, dar todas las explicaciones y hacerlo de manera pública en el Congreso, órgano de representación de la ciudadanía, de manera que el “luz y taquígrafos” no haya que reclamarlo.

De entrada, y unas de las primeras cosas a divulgar serían los nombres de los expertos sanitarios que forman la comisión de asesoramiento técnico, las actas de las distintas reuniones, los documentos que se reclamaban a las Comunidades Autónomas para rellenar y decidir, en función de ello, los diferentes niveles de desconfinamiento, así como las respuestas a las Comunidades Autónomas con el porqué de las decisiones tomadas.

Otra de las cuestiones a conocer por la ciudadanía debería ser el proceso de compra, pago, devolución y reparto del material sanitario necesario para los profesionales que debían trabajar con las personas infectadas y que ha sido, y es todavía, uno de los grandes problemas en este proceso.

Otra cuestión de primer orden es la falta, antes y ahora, de material de trabajo para los trabajadores sanitarios, desde médicos a personal de limpieza. ¿Quién, cómo  y por qué se decide el presupuesto sanitario para encontrarnos con tantas deficiencias de material y de personal?

Y este punto lleva a otro posterior y terrible: las personas y grupos sociales más desfavorecidos han sido, como siempre, los más perjudicados en esta crisis sanitaria.  La caída del empleo, las pobres calidades de las viviendas y la falta de material tecnológico están siendo el azote de aquellos a quienes el trabajo precario, la economía sumergida y, sobre todo, la ausencia del Estado del Bienestar, han puesto en la foto de la POBREZA. Y pongo la palabra con mayúsculas porque las imágenes del barrio madrileño de Aluche, con una cola de personas para recoger alimentos repartidos, en su sede, por la Asociación de Vecinos muestran, tanto la imagen del que no tiene para comer como la de que las instituciones públicas ni están ni se las espera.

El Ayuntamiento de Madrid, tan generoso en sus salarios, tanto a los cargos electos, como a los captados a dedo ¿no ha sido capaz de encontrar tiempo ni dinero para dejar locales y comprar comida para cubrir situaciones como la de Aluche? Tanto hablar en navidad de la campaña para el Banco de Alimentos y hoy y ahora son incapaces, siquiera, de ceder un salón de actos, hoy cerrado y sin usar por la pandemia, para hacer el reparto. Claro, los poderes públicos permiten que sea la caridad o la calidad humana la que haga el trabajo que debieran hacer los poderes públicos en el Estado del Bienestar, porque en el  fondo no creen en él. Porque quien así actúa, permitiendo que la caridad o la generosidad humana cubran las ausencias de lo que se debería cubrir con los impuestos; porque quien así actúa, viendo y no aprendiendo que las personas son mejores y están por delante del comportamiento de las instituciones, deberían pedir perdón a la ciudadanía, revisar sus comportamientos y plantearse si son dignos, no ya de representar, sino de intentar representar a  las personas que día a día, les demuestran con hechos, no con palabras, que su comportamiento es tan censurable como el de esos otros vecinos del barrio de Salamanca que, sin respetar las normas sanitarias establecidas, se concentran en la calle a golpear cacerolas y señales de tráfico y a quejarse de que “ni siquiera se puede ir a El Corte Inglés”, pero que, eso sí y que no falte, llenan la calle de insultos y banderas.

El virus, según apuntan todos los expertos, se va a quedar entre nosotros, pero la crisis sanitaria se relajará, eso esperemos, y será entonces el tiempo de pedir explicaciones y  responsabilidades al gobierno, a las CCAA, a los Ayuntamientos; en definitiva, a todas las instituciones que siempre están muy por debajo de lo que la ciudadanía les demanda y, sobre todo, de lo que las organizaciones no gubernamentales y los movimientos ciudadanos cubren allí donde no está el Estado.

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