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Compartiendo cama con el feminismo

Por Paula Campo , 4 julio, 2016

En el reino de los ciegos, el rey es tuerto. En una sociedad en la que hablar de sexo es tabú, no podemos esperar que nuestra manera de disfrutar de ello sea sana. No hay peor ciego que el que no quiere ver. Hablar de porno es casi tan necesario en el feminismo como lo es que las madres lo hablen con sus hijas e hijos.

Es necesario porque en el mundo del sexo nos adentramos solos, estamos asustados, no sabemos qué hacer. Sí, sabemos que supuestamente es muy placentero y que ése placer se encuentra en que el hombre se la mete y se la saca a la mujer. Sabemos que a nosotras nos duele. Ignoramos, desconocemos nuestro cuerpo. Las muchachas se sienten complejas y complicadas, hay muchas cosas raras ahí abajo. Los chicos son más fáciles, sólo hay que subir y bajar. Nos sentimos mal y solas cuando vemos que los dos primeros años de tu vida sexual no llegas a probar, y ni tan siquiera a rozar con la mano lo que se supone que es el placer. Es más, llega cierto punto en el que jugar en la cama da hasta pereza.

Pero me equivoco, porque no estamos solos en el descubrimiento sexual. De la misma forma en la que una niña que aprende a leer  no puede evitar leer cualquier cartel, anuncio, promoción, frases y demás que encuentra a lo largo de su día a día, nosotros, puros del contacto con lo tóxico del sexo, de aquello de lo que nos han mantenido alejados tanto tiempo, de aquello que no querían que viéramos en los libros, en los anuncios, o que generaba un silencio incómodo en el sofá con tu familia… sufrimos una saturación de información sexual: todo lo que nos han ocultado durante nuestros primeros quince años de vida, aparece de golpe cuando descubrimos algo que nos pone nerviosos, que se queda en la intimidad de nuestra habitación: el porno.

Es necesario hablar de porno porque el porno es tan machista como lo sea la sociedad que lo genera, y la sociedad es tan machista como lo sea el producto que consume. Es decir, que no es casualidad que cuando veamos un video de PornHub la mitad de nosotros se salte el primer 40% del video y se vaya directamente a “la parte interesante”.  Tampoco es casualidad que, independientemente de cuántos aparezcan en el video y de su sexo, siempre hay roles: la víctima y el cazador. Víctima porque o bien ha sido cazada masturbándose, o porque medio llora, o porque “mira cómo le están dando”. Cazador porque mientras que el anterior sólo es un sujeto pasivo, éste lo hace todo. ¿Te choca que después de tantas horas a solas en tu habitación, la primera vez que estés con alguien en la cama esta estructura de poder se repita? ¿Te sorprende que los hombres se sientan con exceso de responsabilidad porque recaiga en él toda la acción sexual? Porque cualquier coincidencia con la realidad que veas en este artículo, atención, no es casualidad.

Y no, no queremos eso. Queremos liberación, queremos proponer nuevas relaciones en la cama, en las que disfrutemos todos. Queremos invertir los roles, queremos jugar, porque el sexo es diversión. Queremos diversificar, experimentar, queremos hablar con nuestros amigos y amigas e intercambiar experiencias. Queremos que el sexo no tenga edad ni lugar, no queremos ser putas por haberlo probado con catorce años, ni queremos que se rían de nosotros por no hacerlo todavía. Queremos menos presión, queremos intimidad. Queremos que el espacio público sea un espacio real que refleje nuestras necesidades. Queremos casas okupas, casas sociales haciendo reuniones para responder a nuestras preguntas, queremos talleres eficaces en los institutos que nos enseñen a gestionar la parte emocional que conlleva el autodescubrirse. Queremos que los partidos políticos se preocupen, queremos que en La Morada se hable de sexo y queremos que cualquier polémica que ello pueda levantar siempre sea constructivo. Que el deseo sea positivo, que los hombres no se sientan mal si no les sale bien, porque mañana habrá otra oportunidad; que las mujeres quieran y puedan admitir que se masturban. Porque en este autoconocimiento, en este camino en el que nos creemos solos, en esta evolución de la que somos conscientes según pasa el tiempo y crecemos, en esta deconstrucción, es donde encontramos el placer.


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