Contra laicismo, libertad
Por Jesús Cotta , 22 junio, 2014
Izquierda Unida no quiere que los nuevos hospitales andaluces tengan capilla. Quiere a la gente muriendo sin Dios. Confunde aconfesionalidad con laicismo beligerante y no hace sino declarar a bombo y platillo su fea cristianofobia y su mal disimulado totalitarismo. ¿Qué es sino totalitarismo ese afán por retirar de un lugar de dolor y de muerte lo que más consuela al homo sapiens desde que es homo sapiens: el sentido de lo sagrado?
Para ilustrar los efectos perniciosos que sobre las personas concretas puede tener el laicismo, permitidme una historia personal.
A mi padre lo operaron del fémur por un cáncer de huesos en cierto hospital malagueño. La doctora que lo operó lo llamó «el fémur». Lo convirtió en la pieza que ella había operado. Decía, por ejemplo, «el fémur ya está en la 203». Mi madre y yo fuimos a la capilla del hospital a rezar por él. Era el único lugar del hospital que nos conectaba con algo más allá de las estrellas y donde mi padre no era un cuerpo agonizante, sino un hijo de Dios. Ese mismo día, tras recibir mi padre de un cura la unción de enfermos, un grupo laicista repartió unas octavillas en el hospital pidiendo, entre otras cosas, que cerrasen la capilla para convertirla en una habitación más (por cierto, en la capilla la cama solo podría caber de canto), que impidiesen a los sacerdotes el acceso al hospital y que retirasen un niño Jesús del pasillo que estaba siempre rebosante de flores de petición y agradecimiento de los pacientes. Ese grupo laicista no hacía más que ir contra la libertad de la gente que se empeña en morir con Dios, no sin Dios, porque es en ese último trance donde más hay que respetar la libre voluntad de la gente.
Los laicistas, al menos los de ese tipo, olvidan que lo que España necesita es libertad, no laicismo, que es incompatible con la libertad. En el país laico que ellos defienden, el rey no puede jurar sobre la cruz ni los padres tienen derecho a pedir que sus hijos reciban educación católica en los colegios y, si les damos cancha, puede que incluso prohíban las romerías y las procesiones.
Cuando reclaman una España laica, me pregunto cómo de laica la quieren, hasta qué grado de laicidad. ¿Van a prohibir llevar una medalla de la Virgen del Rocío en los colegios y los alzacuellos en los hospitales y los repiques de las campanas? ¿Podrá decir un profesor a sus alumnos «Que Dios os bendiga»?
Lo que hay que pedir al Estado no es laicismo, sino libertad y, en todo caso, aconfesionalidad, que consiste en que el Estado ni impone religión alguna ni impide las manifestaciones religiosas allí donde surjan, sino que, al contrario, las garantiza y además colabora con las instituciones religiosas, igual que colabora con las cinematográficas, las deportivas, las educativas, las militares, las oenegés, las plataformas cívicas, etc.
Aún muchos no se han enterado de que, en nombre de la tolerancia, no se puede prohibir la libertad de expresión, porque la tolerancia no consiste en eliminar del espacio público lo que a alguien le pueda molestar, sino precisamente en tolerarlo, siempre, claro está, que no atente contra los derechos humanos.
Si a alguien le molesta la manifestación del Orgullo Gay o la procesión del dragón chino o de la Virgen de la Macarena, el problema es suyo, no de los gays ni de los chinos ni de la Virgen.
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