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Coronavirulentos tragediantes mitopoiéticos y estoicos impertinentes

Por Eduardo Zeind Palafox , 17 julio, 2020

 

Eduardo Zeind Palafox

 

Las coyunturas históricas, de ordinario, bifurcan las sociedades, divídenlas en dogmáticos y escépticos. Tres ejemplos variopintos, harto distintos y lejanos epistemológicamente, ilustren tal tesis.


He aquí ejemplo teológico. La cristiana parusía floreció escepticismo en Tomás, el Dídimo, y dogmatismo en los adláteres discípulos (San Juan 20: 25). Creer sin percibir las sanguinolentas injurias toleradas por Jesucristo (“signum clavorum”, “latus eius”, dice la Neovulgata), pensó escépticamente el primero, posibilita el sufrir pías sofisterías. Percibir sin creer los mesiánicos discursos, sabios, pensaron dogmáticamente los segundos, arrastra hasta la fementida practiconería y aleja de la beatitud (“Beati, qui non viderunt et crediderunt”, dice el latinizado hijo de Dios).


He aquí ejemplo sociológico. La imposición de la “cultura de masas” causó escepticismo en los intelectuales tradicionalistas, “moralistas apocalípticos”, y dogmatismo en los modernistas, “optimistas integrados”, dice Umberto Eco (1). Admitir la masificación cultural y la mengua de la cultura clásica, pensaron con escepticismo los primeros, posibilita la deshumanización tecnocrática. Repudiar tal hecho, meditaron dogmáticamente los segundos, lastra, provoca anacronismos vitales.


He aquí ejemplo filosófico. La lógica y la matemática inocularon escepticismo en Berkeley, en Hume, en Locke, es decir, en los ingleses empiristas, y el empirismo fortificó el dogmatismo, cuyos representantes de más fuste fueron Wolff, Leibniz, Spinoza y Descartes (confiérase, para verificar lo dicho, cualesquiera mamotreto de historiante de ideas, ora de Copleston o Xirau, ora de B. Russell, Mommsen o Ranke). Acatar discursos ayunos de experiencias, pensaron escépticamente los primeros, es someterse a verborreas despóticas. Atender sólo lo empírico, que es singular, abigarrado, accidental, contingente, es vitorear bárbaras anarquías.


Discernamos filosóficamente cualidades de dogmáticos y escépticos. Asevera Kant (2) que los dogmáticos (“Dogmatiker”) son gentes que admiten sin dubitaciones, sin crítica, las opiniones (de “dogma”, que procede de “doxa”, “opinión” o “percepto”) forjadas o por la naturaleza de la humana mente o por los hechos históricos o por los vicios del lenguaje o por las autoridades intelectuales (3). Tales ingenuos siempre actúan según “pragmáticos afanes” (4) (“praktisches Interesse”), por lo que las cosas del mundo les son tal cual aparecen, mera “simplicidad”, y el mundo les es diáfana geometría, “limitación” espacio-temporal y sitio donde se vive con “libertad”.


Los escépticos (“Skeptiker”), en parangón, son gentes que desacatan dubitando, sin fe, las opiniones forjadas por los monstruos supradichos, y todo les es objeto especulativo (de la raíz indoeuropea “spek”, “dudar”). Tales incrédulos siempre actúan según “especulativos afanes” (5) (“speculativen Interesse”), por lo que las cosas del mundo les son fantasmas, artificiosa “composición”, y el mundo les es caliginosa “ilimitación” espacio-temporal y lugar donde se vive atado a la “ley” natural. Escrutemos lo que el COVID-19 causa en las mentes de las masas proletarias mexicanas, esto es, fraguadas por el PRI y por el PAN, es decir, anacrónicas, gustadoras de pías sofisterías despóticas, y tecnocráticas, gustadoras de fementidas practiconerías anárquicas.


El COVID-19, connota S. Susskind (6), es coyuntura, o por mejor decir, “infección histórica” inoculada en lides económicas (“wartime economics”) que exige, nótese, no desmoralizados y ambiciosos liberales, sino éticos gobiernos ingentes (“big government”), que persistirán (“future of the state”) demostrando que son refugios de proletarias masas y reordenando los laureles (“transformation in the way we view certain types of work”), es decir, quitando glorias a los que se alzan por la ambición, como capitalistas y políticos, y regalándolas a los virtuosos, como médicos y jurisconsultos humanistas.


Dilucidemos, pues somos filosofantes, no el quid, sino la significación sociológica del COVID-19, significación que emergerá, parcialmente, merced al análisis lingüístico y fenomenológico. “Virus” es, recuérdese, organismo rústico, simple, que cruza los días y pernocta en células vivas (7), es decir, es cosa invisible ante el natural, no potenciado, humano sensorio. “Virus” es término procedente de la raíz indoeuropea “weis”, que significa “fluir”, “veneno” (9), o “veneno fluyente”. En lengua inglesa, que es urdimbre de las magnas cantidades de informaciones que forjan la mentalidad latinoamericana, que es colonial, “veneno” es “poison”, palabra proveniente del latín “potio”, de “potare” (10), que en español dícense “poción” y “potable”, respectivamente. “Virus”, así, es invisible y fluyente veneno potable. Y por ser invisible es, para las masas, “algo”, en inglés “something”, expresión nacida del latín “aliquod”, que significa “realidad sin identidad” (11). “Virus”, en suma, es popularmente representado cual algo invisible, fluyente, venenoso y acuoso.


Algunos componentes y quehaceres que configuran la opinión pública, enseña Walter Lippmann (12), son las “representaciones mentales”, o “pictures”, siempre falsarias y anacrónicas (13), y el captar indirectamente, “indirectly” (14), los hechos sociales, que son semiológicos y sólo interpretables para el que posee saberes enciclopédicos, y la constante y veloz recepción de “noticias”, de “news” (15), que es óbice del formar premisas sólidas. El doctor Hugo López-Gatell, p. ej., conocedor de las invisibles y venenosas epidemias políticas y de las fluyentes políticas de los virus, con el público coloquio diario, con el dispensar copiosas “noticias” cada mañana, cada noche, antes ha confundido que aclarado el magín del pueblo.


Periodistas, publicistas, “influencers” y políticos, forjadores de la opinión pública, han vuelto al COVID-19, que es folclóricamente algo invisible, fluyente, venenoso y acuoso, algo pictóricamente omnipresente, pues aquende y allende lo caricaturizan, lo describen y lo idealizan o perfeccionan, y además algo antropomórfico, es decir, consciencia malevolente, pues le han insuflado inteligencia, impuesto enemigos (Susana Distancia), regalado agilidades darvinianas, lenguaje y teleología. Hay quienes tienen al virus por peste, plaga, jinete bíblico (16). Los periodistas, finalmente, también transformaron ese “algo” en ilusión acrecida mostrencamente gracias a las palabras “Estados Unidos”, “China”, “Japón”, “Italia” y “España” y al ordinario e ingenieril confundir el contar cada mañana millares de muertos con el inteligir realidades. Se piensa que un gigante que derroca gigantes dirimirá, a buen seguro, nuestros provincianos, mexicanos, argentinos o venezolanos hormigueros. Ese “algo”, luego, es omnipresente, antropomórfico y gigante.


Arrostran el COVID-19, que según tenemos dicho es histórica coyuntura, dogmáticos y escépticos. Apellidemos a los dogmáticos “tragediantes mitopoiéticos” porque simplifican la realidad y figuran y liberan compasivas y temibles mitologías, y a los escépticos “estoicos impertinentes” porque descreen de la realidad, que afana prostituirlos, quebrantándola, desdibujándola, atándola al Hado.


¿De qué guisa arrostra al “algo” omnipresente, antropomórfico, gigante, el tragediante? Describamos lo que razona. Pues el “algo” es simple, substancial, basta fomentar el aséptico hermetismo, es decir, el desgesticularse con cubrebocas, las mascaradas y el enguantar las inmaculadas manos. El “algo”, que no ostenta realmente figura, vive en los impertinentes, que es menester, así, odiar y vituperar bajo el bélico eslogan “quédate en casa”. El “algo”, finalmente, es giganteo ilusorio, y los gigantes se matan no inteligiendo, sino con beata “voluntad tenaz”, es decir, fortificándose medievalmente. ¿Y de qué guisa lo arrostra el estoico? Describamos. Pues el “algo” es compuesto, diaspórico, nada basta sino el reclinarse en los hombros del azar. El “algo”, que es fluyente, acuoso, carece de figura, mas existe, y hay que enfrentarlo sin recelosa previsión, es decir, fiados de la fuerza propia. El “algo”, en suma, es mero “proceso” natural, y cabe admitirlo con rictus darviniano.

El paradigma mental de los tragediantes, nótese, es el monismo, cuya premisa principal afirma que el mundo se compone de sólo una sustancia, y por ende, posible es relacionar, analogar, asemejar, cosas cualesquiera (meras formas), y de él surge el transformar mitológica y eclécticamente en curas contra el COVID-19 la vacuna contra la influenza, los cubrebocas, el ajo, el calor, el frío, el alcohol, los antibióticos (17), el limón, etc., y el risible portar inútiles cubrebocas yendo a solas, como si el virus fuese respirable o “infición de aire” (“infección de aire”, que dice Garcilaso). El paradigma mental de los estoicos, véase, es el atomismo, cuya premisa principal sostiene que el mundo compuesto es de esencias varias, por lo que es menester “habérselas” (término de Zubiri) con las cosas echando mano de variopintos artificios. De él surge el creer mitológicamente que el COVID-19 sólo es verificable con especialísimos artificios científicos y que sólo aniquila ancianos (18) o chinos o millonarios.


Fuí, antaño, propagandista de políticos, y pruritos retóricos sellan el palique aventurado. ¿Qué persuade al monista, amigo de analogías y semejanzas y síntesis? El discurso científico basado en perisologías. ¿Qué persuade al atomista, amigo de desmembramientos, de especificaciones y análisis? El discurso anafórico versado sobre lo que llaman los ingleses “public spirits”.-

 

 

Notas:

(1) Cfr. Apocalípticos e integrados. 

(2) Ver la Kritik der reinen Vernunft, Prefacio de la primera edición (1781), AIX.

(3) No ignora el lector que tales monstruos son los ídolos que Francis Bacon denostó.

(4) Kritik der reinen Vernunft, Dialéctica transcendental, B 494.

(5) Ibidem, B 496.

(6) Ver The Pandemic´s Economic Lessons, The Atlantic, 6 de abril de 2020.

(7) Definición extractada del diccionario de la Real Academia Española, esto es, definición popular, no científica.

(8) El virus es conocido no directa, sino indirectamente, mediante “síntomas” (del griego “symptoma”, que significa “co-incidencia”) por quienes no poseen ni microscopio, ni ciencia microscópica o clave para inteligir lo captado microscópicamente, ni taxonomías comparativas de padecimientos. Los que poseen la panoplia mencionada, queriéndolo, pueden engañar a médicos, hospitales, enfermeros, etc. Los médicos sin tal panoplia no son, así, ni autoridades ni estrategas útiles contra el virus que hogaño nos angustia.

(9) Cfr. el Indogermanisches Etymologisches Wörterbuch, de Julius Pokorny.

(10) Cfr. el Lexico de la Oxford University Press, que citaremos como Lexico.

(11) Cfr. el diccionario de la Real Academia Española.

(12) Ver Public Opinion, cap. I, The World Outside and The Pictures in Our Heads.

(13) El lippmannino texto, que actualmente traducimos y glosamos, dice “picture”, “pintura”, del latín “pingere”, según el Lexico. Imagen, pintura, es conjunto de objetos presentados “atemporalmente”, por lo que causa interpretaciones subjetivas, es decir, que la gente, al captarlo, arbitrariamente determine cuál es el vórtice semántico de él. Tal arbitrariedad es regida por la idea de reversibilidad, que es no concordante con la realidad del mundo. Unos, por eso, dicen que el COVID-19 es razón del desorden político, y otros que la política es el origen del COVID-19. Hay, luego, el paralogismo llamado “ens rationis”.

(14) El texto inglés dice “indirectly”, “indirectamente”, término derivado, a decir del Lexico, del latín “directus”. Los objetos físicos, como las manzanas y los virus, se captan directamente, sensorialmente, con macro o microscopios o con el mero ojo, y dispensan notas de valía cuantitativa y cualitativa que se describen y se clasifican. Los objetos sociales, o por mejor decir, circunstanciales, como las revoluciones políticas o el terror social causado por el COVID-19, se captan indirectamente, intelectualmente, y no dispensan notas cualitativas o cuantitativas, sino códigos, símbolos, etc., que no se describen, sino se interpretan, y que no se clasifican, sino se sistematizan.

(15) El texto inglés dice “news”, del latín medieval “nova”, “cosas nuevas”, refiere el Lexico. En español se dice “noticias”, del latín “notitia”, término relacionado con “gnoscere”. La noticias dispensadas por los periódicos, p. ej., son siempre fragmentarias, y exigen esgrimir la imaginación o la erudición para ser razonadas. Además, el lenguaje de los periodistas ostenta, claro es, rasgos clasistas, nacionalistas, etc. CONACYT, fuente del doctor López-Gatell, cree que registrar “cosas nuevas” lacónica, árida, matemáticamente, es quehacer imparcial, objetivo.  ¿No ha dicho el doctor López-Gatell a John Ackerman en TV UNAM que las epidemias son “fenómenos inconmensurables”? Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=khP0jnZebjc

(16) La Biblia, habitual discurso sonoro, que no lectura del mexicano, abriga los referentes léxicos, pictóricos, mitológicos y morales de las representaciones mentales que sustentan la opinión pública sobre el COVID-19, infección que ha causado moralista paranoia higiénica. Dice de la plaga de las ranas el libro del Éxodo lo que sigue: “they will even jump into your ovens and your kneading bowls”. Se cree, así (léase lo que las masas expresan en YouTube, Facebook, etc.), que el virus es castigo de impertinentes, caos redentor, moraleja capitalista y vía catártica hacia nuevas realidades.

(17) Recuperado de: https://coronavirus.gob.mx/mitos-y-realidades/

(18) Ibidem. 

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