Corren malos tiempos para la lírica

¿De qué sirve leer poesía? Me preguntas, amigo Juan, en estos tiempos de incertidumbre y plástico. Y es verdad que corren “malos tiempos para la lírica” –como diría aquel poeta alemán– sin embargo, algunos obstinados se empeñan en contar las cosas bellas que en la vida suceden. Me refiero a los poetas. No a esos que se autodenominan poetas por torturarnos con sus intimidades lastimeras –más propias de diario lacrimógeno de mesilla de noche– que a nadie interesan ni conmueven, sino a los de verdad. A los que amañan los despojos cotidianos para desgarrarnos el alma, para conquistar una lágrima o una sonrisa sincera, para cautivarnos entretejiendo palabras. Y no hablo de la belleza canónica, ni canonizada, sino de la desacralizada, de la que subvierte, de la que no admite modelos ni parámetros académicos, la que trasciende a la estética mercantil y subastera. La belleza que surge de un mundo que sucumbe y se rehabilita rebuscando en presuntos tiempos pretéritos y pluscuamperfectos. Es por eso –te decía– que tengo en alta estima a los poetas y reverente acato a la poesía. Que mi encomio es tal que no me atrevo a profanar tan noble arte emborronando cuadernos para emular poesía.

Me decías el otro día, compañero, que sufrías mucho por la gente. Este mundo no pertenece a los que se despojan de la coraza del alma, ya lo sabes. Te diré que es un mal negocio el sufrir por otros. Ocúpate de sufrir por ti mismo, porque si descuidas tu sufrimiento, alguien acabará sufriéndolo por ti. No es esta una consigna de nihilismo aburguesado y egocéntrico. No, créeme. Es instruir el ánimo diligente: evitar el lloriqueo, la ‘mimosería’ tramposa que soslaya las vergüenzas para infiltrarse en casa ajena. De manera que no hay mejor remedio para paliar los males del mundo que ocuparse de los propios. Y es así –apreciado Juan– como suceden los milagros. Es así, como de cuando en cuando surge un poeta que viene a cautivarnos y entretejernos el ánima desgranando sus páginas.

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