Criadores de cuervos
Por Luis Rivero , 4 diciembre, 2015
(En el cuarenta aniversario de la desaparición de Hanna Arendt)
Una de las primeras medidas adoptadas por la coalición militar angloamericana tras la ocupación de Irak fue el desmantelamiento de la Guardia Republicana y demás fuerzas de orden público iraquíes. Con lo cual el Estado quedó sin estructura de seguridad ni defensa nacional alentando, al poco tiempo, al desorden más absoluto. El derrocamiento de Sadam Huseín –otrora apoyado por Occidente– vino a suponer también la desaparición del gendarme al que la geoestrategia, paradójicamente, le asignó el papel de contención del empuje expansionista de la vecina República Islámica de Irán. La liquidación del aparato militar del Estado tras la ocupación supuso, de facto, la desaparición de la propia estructura coactiva del Estado iraquí dejando al país en el caos. Lo mismo sucedería en Egipto, donde un “moderado” Mubarak –aliado de Occidente hasta antes de ayer– fue derrocado con la bendición la Casa Blanca y sus correligionarios europeos, para dejar hoy al país inmerso en el laberinto del caos y el desgobierno. Un país de más de ochenta millones de almas, musulmanes en su mayoría, para más señas. Podríamos seguir describiendo el mapa de la desestabilización internacional, pero resultaría excesivo en este marco.
El llamado “conflicto sirio” fue artificialmente avivado por algunas potencias occidentales. Y se ha hecho de manera solapada, sorteando el principio de Derecho Internacional de no injerencia: mostrando su apoyo político y militar a unos supuestos “rebeldes” que vendrían a implantar no se sabe bien qué cosa. Pero lo cierto es que, al día de hoy, han puesto en jaque a la autoridad del último Estado laico que quedaba en pie entre las naciones árabes. Factor de estabilidad apreciable en una zona de frágiles equilibrios geopolíticos.
Hilary Clinton declararía sin rubor hace un año (en una entrevista publicada en The Atlantic: 10.08.2014) que se equivocaron al armar a la oposición siria. Si fuera cierto, es decir: que se trató de un simple error de apreciación, habría que hablar de equivocación reiterada en la historia. Ya se “equivocaron” en 1979 en Afganistán apoyando a la guerrilla talibán y adiestrando militarmente a auténticos maestros del terrorismo. País que “se verían obligados” a invadir veintidós años después con el apoyo de la OTAN. Para ello –recuérdese– a raíz de los atentados del 11-S, EEUU invocó una forzada interpretación del artículo 5 del Tratado OTAN. Suficiente para iniciar de inmediato los bombardeos y posterior invasión de Afganistán “para expulsar a los talibanes y a Al Qaeda”.
El de criador de cuervos es ya un oficio viejo. Y se sabe del riesgo de que las criaturas terminen cegando al propio cuidador.
La historia se repite casi irremediablemente: cadena de atentados en París, y en tiempo record, ya se han identificado autores materiales (y liquidado a una parte de los “presuntos autores”) y mandadores e invocado el art. 42,7 del Tratado de la Unión. Todo ello en el curso de una semana, con la misma premura que en 2001 lo hizo EEUU. Con una eficacia y certeza en el “esclarecimiento de los hechos” digna de admiración. Lástima que Servicios de Inteligencia y Policía francesa no mostraran la misma eficacia preventiva adelantándose a los acontecimientos. Se habrían podido salvar muchas vidas. Sobre todo cuando se contaba con el precedente de la matanza de Charlie Hebdo como advertencia.
Como siguiendo un guión de lo ocurrido a raíz del 11-S, el 13-N de Paris ha puesto en marcha de nuevo la maquinaria de guerra contra toda la jauría alimentada ‘ab initio‘.
“El terror es, en la última instancia de su desarrollo, una forma de gobierno”, decía Hanna Arendt. Pero también creo que esta instrumentalización y finalidad en sí misma puede presentar múltiples y variados modelos. Como mismo un virus mutante se adapta a nuevas formas según los anticuerpos que le acosen. No es nuevo el uso del terror por aquellos que tratan o dicen combatirlo para acabar instaurando lo que supuestamente pretenden evitar: un régimen de terror. El binomio libertad-seguridad nunca puede poner en contradicción sus elementos. El recorte de libertades y restricción de derechos ciudadanos no admite la justificación de un supuesto blindaje a la democracia. So pena de poner en riesgo la continuidad de la propia democracia.
Estamos transitando, peligrosamente, de la presunción de inocencia a la ejecución sumaria casi sin darnos cuenta. Nadie habla de esto, pero conviene poner el dedo en la llaga. ¿Se acuerdan ustedes de Jean Charles de Menezes? Seguramente no. Menezes era un joven trabajador brasileño que resultó abatido a tiros por la policía británica en una estación del Metro de Londres, días después de los atentados de julio de 2005, mientras se apresuraba a coger el metro. Scotland Yard reconocería que el joven no tenía nada que ver con los atentados. Alguien, con cinismo, lo ha llamado: “daños colaterales”, tratando de atenuar la atrocidad; como cuando las fuerzas de ocupación bombardean una escuela o un hospital en un país ocupado. Sin embargo, a veces la transversalidad se convierte en el eje principal. Y la vileza de tales “errores” adquiere dimensiones macabras.
Nos habituamos al horror con demasiada facilidad. El mal lejano siempre parece menor que el que nos toca de cerca, pero esto no quiere decir que la gente no sufra igual. Hacemos como que miramos para otro lado. Ignorando la barbarie hasta que llama a nuestra puerta. Y aquí la cosa cambia.
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