Crisis y populismos en Europa
Por Carlos Almira , 30 septiembre, 2014
La crisis actual está favoreciendo el ascenso de los populismos en Europa. Esta es la afirmación que, con fórmulas diferentes, cunde de un tiempo a esta parte en muchos medios. La premisa implícita es que el sistema parlamentario en Europa, tal y como lo conocemos desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, está hoy por hoy, amenazado. En la medida en que se identifica subrepticia y abusivamente régimen parlamentario con economía de mercado y democracia, la conclusión inquietante es que la democracia en Europa está “amenazada” por los populismos.
Sin embargo, aunque los extremos se tocan, conviene distinguirlos si se quiere arrojar alguna luz sobre lo que ocurre. Históricamente, los movimientos y partidos de extrema derecha han sido los garantes “últimos” (ciertamente traumáticos) del orden económico y social establecido, cuando éste se ha sentido amenazado. ¿Quién financiaba los partidos, los periódicos nazis, fascistas, y por qué? Por el contrario, los movimientos y partidos de extrema izquierda, al menos en su ideario revolucionario, han aspirado a superar este orden y a sustituirlo por otro supuestamente mejor, incurriendo en toda clase de horrores y contradicciones. También es cierto que la extrema derecha tenía un componente revolucionario, belicista en el orden internacional, fundamentalmente por su nacionalismo exacerbado. Por contra, los partidos de izquierda triunfantes han establecido un orden social y económico basado en la explotación de los trabajadores por una élite (algo que, por cierto, hace menos chocante el caso de la República Popular China, con un sistema de Partido único sobre una economía de mercado: si en China hubiese democracia los sueldos en Europa y en EE.UU. serían más altos; ¿a quién beneficiaría entonces una democratización en China?).
Por otra parte, no es justo ni acaso acertado condenar, a priori, toda opción política por el hecho de ser o declararse radical (ni ensalzar, al contrario, todas aquellas que desde la izquierda y la derecha se reivindican como moderadas y pragmáticas): moderado no es siempre sinónimo de sensato y cabal, como radical tampoco lo es de irresponsable e insensato. ¿Eran Gandhi, Martin Luther King, Nelson Mandela, políticos moderados? En todo caso, lo radical y lo moderado de las opciones debe estar siempre en consonancia, en proporción con la magnitud y la profundidad de los problemas a abordar. No se puede ser igual de moderado ante un naufragio que ante un chubasco repentino; ante una invasión, una ocupación extranjera que ante unas elecciones generales. Además, ser moderado (¿tolerante?) frente a la corrupción política o a la injusticia económica flagrante, asumiendo que lo contrario produciría quizás males sistémicos de envergadura, efectos perversos sobre el orden de cosas establecido, y justificarlas de algún modo (siempre ha habido y habrá sinvergüenzas, también en los partidos políticos y en las empresas, como siempre ha habido y habrá gente a la que le va mejor y peor en los negocios, en la vida), es cuanto menos, moralmente discutible. Aunque a estas alturas, ¿a quién le importa la moral?
Tampoco es racionalmente de recibo esgrimir una y otra vez como fantoches, como fantasmas para asustar a los niños, los peligros de un triunfo de modelos “aberrantes” e indeseables, como el bolivariano o el castrista, para descalificar sin más a los rivales políticos, como hacen los líderes del PP y últimamente también el PSOE de Pedro Sánchez: además de caer con esto en una simplificación abusiva, se incurre en una falacia tan antigua como el falso dilema: o nosotros o el Diluvio; o el régimen parlamentario tal y como existe (con su triángulo de la corrupción Partido-Administración-Empresa Privada) o el Totalitarismo y la miseria.
Quienes tienen hoy por hoy la capacidad (la responsabilidad) de decidir lo mejor para el interés general, deberían aspirar a convertir este poder, que es algo privado, en autoridad, que siempre es algo público. Quizás el dilema que vivimos no sea el del sistema parlamentario con economía de mercado o un régimen totalitario de Partido Único con economía “socialista”, sino el de un sistema de mercado desregulado con régimen autoritario (por ejemplo, una dictadura parlamentaria) o un sistema de mercado regulado por y desde instituciones democráticas. Es posible que la crisis actual haya puesto de manifiesto la incompatibilidad profunda entre el capitalismo financiero, global, y la democracia como aspiración colectiva. Que la ciudadanía sea consciente de esto, lo cuestione, dude, y piense, no puede ser sino una señal de esperanza. Con o sin populismos. Quizás, después de todo, sea un momento excepcional, bueno, para pensar, y sacar lo mejor de nosotros.
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