Crónica de un atentado anunciado
Por José Luis Muñoz , 19 agosto, 2018
Acaba de conmemorarse el primer aniversario de uno de los peores atentados que ha sufrido Barcelona (junto al de Hipercor), y Cambrils, y la ceremonia de conmemoración ha sido modélica en su planteamiento institucional, dando protagonismo del acto a las víctimas y familiares de los arrollados en las Ramblas por la furgoneta asesina, y ha situado a las instituciones en un segundo plano. Encomiable el esfuerzo por no politizar un acto cívico que, sin embargo, han oscurecido algunos independentistas colgando una pancarta en inglés para decir que ellos no dan la bienvenida al Rey (yo tampoco, aunque me callo hoy) y un grupo de monárquicos recalcitrantes que no han venido a Barcelona a apoyar a las víctimas sino a dar vivas al rey y a censurar el uso del catalán en el acto. Mínimos incidentes, ambos, a los que no se debe dar importancia.
A un año del atentado bueno sería que se asumieran todos los errores cometidos antes y después de la matanza. A bote pronto no se relacionó la explosión de la casa de Alcanar con la preparación de un acto terrorista (la impericia de unos chicos que trabajaban con tutoriales de Internet salvó muchas vidas). Estaba cantado, desde círculos policiales catalanes incluso, que un día u otro se produciría ese atentado en la Rambla y, sin embargo, no se pusieron las pilonas y los maceteros que ahora existen (siempre se reacciona a posteriori, falla la prevención). Los mossos, a mi parecer, hicieron un uso excesivo de su armamento letal (disparos a las piernas o al estómago hubieran neutralizado a los terroristas sin necesidad de matarlos) y dejarlos vivos nos hubiera permitido saber sus razones para cometer ese acto salvaje y conocer detalles sobre su proceso de radicalización exprés. La operación jaula fue defectuosa (el asesino de la furgoneta huyó, con el cadáver de su última víctima, saltándose un control policial porque no habían barreras punzantes que hubieran reventado los neumáticos del vehículo en fuga). No se vigiló al imán de Ripoll, a pesar de sus antecedentes, y deberían ser vigilados y controlados todos los imanes pues la policía sabe que su influencia es fundamental para cohesionar una célula terrorista. Y, por último, no recibieron amparo suficiente las víctimas del atentado.
En los días posteriores a los atentados se produjo un idilio entre la ciudadanía y los mossos d’esquadra, una especia de catarsis colectiva alimentada por el dolor y la solidaridad, y el major Trapero fue entronizado como héroe popular de esa Catalunya herida por el zarpazo terrorista. Lo cierto es que Trapero en esa primera rueda de prensa posterior a los atentados estuvo tenso a la hora de reconocer el vínculo existente entre la explosión de la casa de Alcanar y los atropellos masivos de Barcelona y Cambrils. Con la boca pequeña reconoció un error.
Seguimos desconociendo las razones por las que once jóvenes integrados en la sociedad catalana, nada problemáticos en su día a día, no fichados por ningún delito e hijos de familias estructuradas pudieron convertirse de la noche a la mañana, en muy breve espacio de tiempo, en asesinos despiadados y fanáticos; cuesta entender cómo se insufló ese odio hacia los demás y hacia sí mismos que truncó sus jóvenes vidas y la de tantos transeúntes inocentes. Viendo las fotos previas a los atentados se diría que esos chicos estaban jugando uno de esos juegos de rol. Un juego de muerte. Ellos, y nos olvidamos, fueron víctimas de sí mismos.
El combate de nuestra sociedad debe encararse a esa nefasta ideología salafista que pregonan los clérigos de Arabia Saudita, uno de los países menos respetuosos con los derechos humanos y que alimenta el terrorismo sunita que asuela el mundo. Arabia Saudita es amiga privilegiada de Europa y Estados Unidos porque nada literalmente en petróleo. Es de ingenuos pensar que la comunidad internacional vaya a hacer el vacío a las retrogradas monarquías medievales del Golfo que sustentan el yihadismo y lo expanden por el mundo desde los desiertos de Arabia. La inseguridad y el miedo que genera el terrorismo de este signo es el mayor negocio del siglo. ¿Por qué van a hacer un mundo más seguro que lamine todo ese oscuro entramado de intereses económicos que se oculta bajo el terrorismo islamista los que se benefician de él? De cuando en cuando algún político tiene un ataque de sinceridad y entona su mea culpa. Hillary Clinton, en una entrevista, reconoció la responsabilidad de Estados Unidos en el nacimiento (Afganistán) y desarrollo (Irak) del yihadismo internacional. Noam Chomsky, uno de los más brillantes y respetados intelectuales norteamericanos, va más lejos: Estados Unidos es el mayor estado terrorista del mundo y la mayor amenaza para la paz mundial.
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