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Cuando pegar se convierte en pedagógico (algo no va bien)

Por Sandra Ferrer , 5 febrero, 2014

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Estos días, las redes andan un poco revueltas por unas declaraciones del famoso juez de menores de Granada, Emilio Calatayud. En sus conferencias a lo largo y ancho de la geografía española expone sus experiencias, sus conocidos y aplaudidos castigos ejemplares y su visión de la educación actual.

La mayor parte de afirmaciones, me parecen cuestiones muy acertadas. Por hacer un breve (e insuficiente) resumen de sus ideas, Calatayud nos viene a decir que la situación actual es consecuencia de una laxitud exagerada hacia la educación de los hijos por parte de unos padres nacidos en una dictadura y testigos de métodos en absoluto pedagógicos. Pero siguiendo la ley del péndulo, nos hemos ido al otro lado y hemos perdido todo tipo de valores que padres y centros educativos deberían recuperar.

Hasta aquí, me parece un discurso para aplaudir.

Pero cuando el juez de menores asegura que dar un cachete «en el momento justo, con la intensidad adecuada, es una victoria» y que «confundir un cachete con un maltrato me parece una tontería» no estoy en absoluto de acuerdo. Dejo claro que mi opinión no tiene ninguna base científica pero sí experimental. Como madre de dos hijos de seis y cuatro llevo tiempo viviendo la práctica de la educación. Y a la conclusión a la que he llegado en todo este tiempo de batallar, discutir, intentar educar, es que la violencia no se responde con violencia. ¿Por qué? Porque lo primero que aprenden los niños es a imitar a sus padres y educadores. Así, si les pegas, ellos te pegarán, o pegarán al primero que se le ponga a mano. Si les besas, te besarán. Si les abrazas, te abrazarán. Es más, si nosotros les pegamos, ¿qué explicación les daremos cuando ellos nos devuelvan el bofetón y nos digan, «tú también lo has hecho?

Esto no quiere decir que malcriemos a nuestros hijos y los hagamos caprichosos haciendo su santa voluntad. El cariño tiene que ir unido a la enseñanza del respeto. Los niños pueden llegar a entender que sus padres o sus educadores son la autoridad sin necesidad de enviarles el mensaje con un bofetón. Nadie dice que sea tarea fácil, pero con perseverancia, diálogo, amor y mucha mucha insistencia, se puede conseguir. Pero para eso hay que estar con nuestros hijos, cada día, luchando por convertirlos en personas de bien.

A menudo pienso que los cachetes son el resultado de la impotencia por no saber que hacer ante situaciones que nos desbordan. El recurso desesperado al que nunca deberíamos recurrir.

Pero insisto, esta en mi humilde opinión.

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