¿Cuándo se perdió todo?
Por José Luis Muñoz , 2 octubre, 2017
Los periodistas y sus medios de comunicación. ¿Cuando se jodió la profesión de periodista? ¿Cuándo empezaron a contarnos mentiras desde los medios de comunicación y no por ellos sino por la ideología de los medios en los que trabajan? ¿Dónde queda la deontología profesional de deslindar lo que es información de opinión?
Quizá siempre nos engañaron. William Randolph Hearts, un magnate de la prensa, se inventó que España había hundido un barco de guerra estadunidense, el Maine, en La Habana en 1898 para que su país arrebatara a España la perla del Caribe. Más recientemente toda la prensa tragó con el cuento de que Sadam Hussein tenía un ejército poderosísimo (en la Primera Guerra del Golfo, aquella en la que los norteamericanos tuvieron 392 muertos y los iraquíes pusieron unos 35.000) que resultó ser tanques de cartón y toda la prensa, incluida la española, avaló esa mentira. Años más tarde, claro, tenían las armas de destrucción masiva que nunca se encontraron y por las que fue destruido Irak quizá para siempre.
La verdad es siempre la primera víctima de la guerra. La mentira se expande como una lacra. Hoy mismo, por ejemplo, con lo que ha pasado en Catalunya y dos titulares de un diario llamado La Razón que no me sorprenden por venir en ese diario. “Los salvajes ataques a la Guardia Civil y la Policía dejan ya 33 agentes heridos”. Textual. Más abajo. “El Govern eleva a 844 las personas heridas por la actuación policial”. Textual. Imagino al redactor de esas dos noticias, porque quiero imaginar que es un periodista profesional, redactándolas entre vómitos. En primer lugar aquí estamos como en la guerra de Irak. 392 muertos estadounidenses / 35.000 iraquíes. Aquí 33/ 844. La Razón que dirige Francisco Marhuenda, todo un referente de la profesión periodística que niega con cinismo contumaz la evidencia (la corrupción del PP, la veracidad de los papeles de Bárcenas, cualquier noticia contrastada que afecte a su partido y el niega machaconamente…) y está de tertuliano en la Sexta para ser una caricatura de sí mismo con esa sonrisa burlona, califica la primera noticia “Los salvajes ataques…” mientras la otra “El Govern eleva a 844 personas heridas…” no dice si lo fueron por las cargas salvajes sino por “la actuación policial”, e incluso pone en duda su existencia: “El Govern eleva…” que no quiere decir que sea cierto.
Cuando, en una jornada terrible para la democracia y para Catalunya, en la que dos políticos ineptos han actuado como hacen todos ellos, declarar la guerra pero que se maten sus súbditos (una guerra desigual), uno empieza a compartir videos de las escalofriantes escenas de violencia policial impropias de una policía democrática (parecidas, por cierto, a los de los mossos en la represión del 15 M a las órdenes de Felip Puig, hay que ser ecuánime), resulta que se encuentra que en el resto de España esas imágenes (salvo en la Sexta, vituperada por los independentistas y que está haciendo un enorme trabajo de difusión) te hablan de lo que subraya La Razón de Francisco Marhuenda, que ha habido violencia contra la Policía Nacional y la Guardia Civil, que los cuerpos policiales del estado fueron provocados. Y sí, es cierto, ha habido violencia contra un policía alcanzado por una silla, forcejeos con policías que saltaban el muro de un colegio electoral y no eran recibidos con aplausos por los atrincherados en él, y alguna pedrada contra coches de la Guardia Civil en una localidad de Tarragona. Pues bien. Mucha gente ha visto eso, y no ha visto cómo la Policía Nacional reventaba a mazazos puertas de escuelas, arrojaba escaleras abajo a mujeres, las arrastraba de los pelos, arrojaba gente encima de unos ciudadanos que auxiliaban a otro que había sufrido un infarto y del que se teme por su vida, dejaba tuerto con una pelota de goma a otro, rompía los cinco dedos de una mano a una chica, sacudía a ancianos, los empujaba y los tiraba al suelo sin la menor consideración, cargaba una y otra vez produciendo esas más de 800 víctimas de la brutalidad policial. O no los han querido ver, claro, y se han centrado en la imagen de ese policía derribado por una silla. La Razón adjetiva una noticia, la que le interesa vender a su público, a los que leen lo que quieren leer, y no lo hace con la otra que podría haberla titulado, por ejemplo, “La brutal carga policial deja en Catalunya más de 800 heridos”.
Como estamos ya en una guerra, porque lo que se está viviendo en Catalunya recuerda a una invasión militar en pequeña escala con policías jaleados con el “A por ellos”, el otro bando construye también su verdad y difunde un video que me ha gustado mucho pero en el que han expurgado precisamente la imagen de ese ciudadano derribando con un golpe de silla a un policía que entra en un colegio electoral, los ciudadanos que ponen en dificultades a los policías que saltan el muro de una escuela, los coches de la Benemérita que son apedreados y hacen hincapié en el carácter pacífico de los que fueron a depositar su voto en la urna, algo que mayoritariamente fue cierto.
En aras de la verdad, esa víctima de todos los conflictos, la primera en caer, la actuación policial fue evidentemente desproporcionada, se produjo ensañamiento contra ciudadanos que lo único que querían era depositar una papeleta en una urna y algunos, es una evidencia, de esos uniformados que todos pagamos tuvieron comportamiento de auténticos hooligans que dice bien poco de su profesionalidad cuando no estaban siendo hostigados.
Aunque no lo celebre, porque créanme, no tengo nada que celebrar y sí mucho que lamentar, Mariano Rajoy ha dado en bandeja de plata (manchada con sangre) una victoria contundente a los secesionistas. Las imágenes de las cargas policiales se han hecho virales. Los telediarios de todo el mundo, hasta los de Irak (sí, Irak, fíjense, un país en el que mueren a diario personas despedazadas por los atentados) han abierto con los altercados violentos de Catalunya, lo mismo la prensa internacional, que además no han servido absolutamente de nada porque, a pesar de toda esa parafernalia belicista propia de otros tiempos, se ha votado, ha habido papeletas y han aparecido misteriosamente las buscadas y nunca encontradas urnas. Y esa batalla ganada claramente por la tarde (uno se pregunta cómo tenemos un presidente tan torpe como Rajoy, pero es que los políticos tienen que ser torpes y mediocres para desarrollar su función de tapadera de los que mueven a la sombra los hilos, y no verán a ningún intelectual de talla, a ninguno, gobernando un país: miren Estados Unidos sin ir más lejos), la han perdido por la noche los independentistas cuando han esgrimido ese no-referéndum (porque no había garantías, porque no ha habido más campaña que las de los que querían la independencia, porque no había censo ni junta electoral, porque la mitad de Catalunya no ha reconocido ese referéndum y no ha ido a votar en ese simulacro) para llevar el resultado al Parlament y proclamar probablemente la República Catalana que nadie reconocerá y que se enfrenta a esa mitad de la población que votaría NO en un referéndum legal. Con un cuarenta por ciento del censo electoral votando se quiere imponer la independencia de un país a ese 60% que no fue a votar precisamente porque era ilegal. Descabellado.
Con este cruce de disparates, y los que seguirán, un PSOE dividido por latitud geográfica al que abraza el PP para ahogarlo, un partido como Ciudadanos que se quita la máscara y apela a una mayor dureza (Albert Rivera reprocha la pasividad de los mossos), Unidos Podemos que muestran una impecable coherencia con lo que siempre han dicho al respecto (no queremos la independencia de Catalunya, pero lucharemos para que sean los catalanes lo que lo decidan) y las mentiras atroces, y las actuaciones más atroces de los funcionarios públicos pagados para proteger a los ciudadanos no para agredirlos (algunos, en el resto de España, opinan, sí, que esos porrazos y roturas de huesos era defender a los ciudadanos de España, motivo de la desafección mutua cada vez más importante que existe) realmente no sé adónde vamos a ir, pero no será al País de Nunca Jamás, desde luego.
Tenemos los peores políticos y los mejores ciudadanos. Los mejores ciudadanos no son los anticatalanistas (los que jalearon en Huelva a las tropas que partían para la guerra de Catalunya) de un lado, ni los antiespañolistas del otro que se retroalimentan, los mejores ciudadanos son los catalanes, muchos, que no consideran a los españoles sus enemigos, sí al gobierno de España tras las últimas actuaciones, y los españoles que quieren, muchos, a los catalanes y lamentarían que se fueran. El 1 de Octubre más de dos millones de ciudadanos dieron muestras de un temple inimaginable, aplicaron escrupulosa y disciplinadamente el principio de resistencia pasiva frente a la represión policial salvaje para servir a medio mundo esas imágenes épicas que el independentismo necesitaba, pero nos dejaron al pie de los caballos y 800 fueron pateados de forma inmisericorde (ni Carles Puigdemont ni Oriol Junqueras, que contemplaron el fragor de la batalla desde lejos, sufrieron la consecuencias).
Mientras nos recuperamos de ese día largo en el que estuvimos pegados al televisor ya casi nos hemos olvidado de la chapuza parlamentaria que alumbró este 1 de Octubre tan agitado y del dislate que supone declarar la independencia con una mitad de la población muy emocionada y activa mientras la otra mitad , conmocionada por lo que ocurre, no quiere. Y dicho esto, la gente que vota pacíficamente en unas urnas de plástico, aunque sea un proceso ilegal, no se merecían este trato abyecto y cobarde propio de regímenes autoritarios, y resaltar la paradoja de una policía que debe velar para que no se produzcan desórdenes públicos y son los que lo han provocado.
Mañana más mentiras y unos y otros medios agitando sus falacias para su parroquia de convencidos.
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