Dar voz a los que callan
Por Anabel Sáiz , 4 marzo, 2014
By D. Sharon Pruitt
A menudo, se cae en el error de no dar voz a aquellos que la reclaman. Así, por ejemplo, los padres o educadores suelen erigirse en los portavoces de los adolescentes cuando, si nos paramos a pensar, niños y jóvenes tienen mucho que decirnos. Se trata, eso sí, de escucharlos y no siempre es fácil. Uno va cargado de su coraza de prejuicios, de suficiencias y de roles aprendidos que evita, por si acaso, preguntar la opinión o la pregunta a medias. Y si lo hiciéramos nos llevaríamos más de una sorpresa… agradable, por supuesto.
No hace mucho en una de mis clases, en 4º de ESO, les comenté que estaba escribiendo algunas colaboraciones sobre educación y docencia. Se mostraron muy interesados cuando les pregunté que me indicasen sus preocupaciones, proyectos e ilusiones.
Para empezar me hablaron del dinero. En este momento de crisis profunda que vivimos, no es de extrañar que un valor fundamental, en alza, sea el dinero. Ahora bien, no nos engañemos, ninguno mostró un afán de lucro. Coincidieron en que es cierto que el dinero no da la felicidad, pero que, cuando se ha de prescindir de tantas cosas, ayuda mucho. Uno de sus retos es encontrar un trabajo para poder ganar un sueldo y así independizarse. Por lo tanto, están hablando de la autonomía y de la autogestión.
Me confesaron también que valoran mucho el esfuerzo que hacen sus padres y me pusieron distintos ejemplos de trabajos mal pagados y de horarios terribles con los que difícilmente puede haber conciliación familiar. No siempre opinan igual que sus progenitores, es lógico porque la diferencia generacional se impone. No están de acuerdo en las formas, pero sí en los fondos porque todos coincidieron en que sus padres, su familia, es uno de los pilares fundamentales de su vida.
Después quise saber qué opinaban del periodo de escolarización. La mayoría de ellos llevan en el instituto 4 años e, incluso 5, si han repetido de curso. Se sienten bastante estafados por el sistema, con pocos ánimos para sobrellevar la vida académica y muy desalentados porque, aunque entienden que la formación es básica, no acaban de verse como protagonistas de su propia historia. Sienten que están obligados a permanecer en el centro y se rebelan, de ahí las malas calificaciones. No es otro el problema. Es triste que ocurra así, cuando debería ser al contrario. Estos chicos y chicas de 15 y 16 años están en un momento crucial, a punto de terminar la Enseñanza Secundaria Obligatoria y deberían mostrarse optimistas y con ganas. Piensan en que han de seguir estudiando todavía y pierden las ganas y la esperanza. Es como si se vieran encorsetados en un sistema que no los tiene en cuenta. De ahí que quizás lo que se debería plantear, a nivel político, es una reforma educativa en profundidad que permita a aquellos alumnos, que no llegan o que se sienten apartados o casi marginados, escoger una vía más rápida y no perder el tiempo. Una vía que les permita acceder a algún tipo de formación profesional que los prepare para el mundo laboral sin esperar a que acaben la etapa. Este grupo de 4º con el que convivo todos los días, este curso, siente que su formación no ha terminado, pero está desmotivado y busca una solución. No podemos cruzarnos de brazos y esperar a que la inercia los haga aprobar. No funcionará. Y mientras iremos engrosando las listas del fracaso escolar.
Estos chicos y chicas sí tienen un proyecto de vida y unos valores y sí quieren mejorar. ¿Por qué no permitirles que lo hagan? ¿Igual serían más felices aprendiendo un oficio? ¿Por qué esperar a los 16 años?
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