De centenario en centenario
Por José María García Linares , 20 febrero, 2016
Es evidente que 2016 es en España año de Eurocopa y no de don Quijote. A estas alturas de la vida, cuando el desmoronamiento político, institucional, moral y cultural pisotea nuestro día a día y nos llena la boca de un cansancio pegajoso, lo extraño habría sido que se combatiera la estulticia desde el conocimiento, el arte, la tradición o la memoria. Centenario tras centenario van surgiendo voces malheridas que lamentan el estado cultural de nuestro país, el poco interés que generan los creadores, las diferencias que existen entre tal o cual país y nuestra España a la hora de conmemorar a una figura decisiva de la literatura nacional o universal, etc. Voces que tras las quejas vuelven a sus quehaceres diarios, a sus preocupaciones reales, a la espera de un nuevo centenario que vuelva a reavivar la indignación y el desaliento. Y, mientras tanto, entre fiesta y fiesta, el silencio y la decadencia.
La celebración de un centenario no tiene ningún sentido fuera de una planificación cultural y educativa seria, de un organigrama sólido, de un proyecto solvente y respetable que se desarrolle a lo largo del tiempo. De un Estado cultural. Sólo cuando la cultura es basa fundamental de un Estado, como el que aspiramos muchos a construir, estas celebraciones encuentran encaje y, sobre todo, seguimiento. Lo sorprendente no es que, como se ha escrito en muchas secciones de opinión, al propio Ministerio de Educación, Cultura y Deporte no le preocupe demasiado (casi nada) la figura de don Quijote, sino todo lo contrario, es decir, lo verdaderamente asombroso es que todavía el caballero y su escudero despierten el interés de un pequeño sector de la población (ya mayor, lamentablemente), habida cuenta de la labor de destrucción cultural de los últimos gobiernos, independientemente de capullos o gaviotas.
Evidentemente no puede haber seguimiento ni conciencia de lo que significan esos 400 años que se pretenden celebrar, y no porque el español de hoy sea más tonto que el de los 80. La lengua española no ha sufrido variaciones para que, por ejemplo, un joven de 15 años hoy no entienda un texto que era perfectamente comprensible en 1985. Es, lógicamente, un problema de educación, de formación, de prioridades, de hacer exclusivamente emprendedores y no ciudadanos. Cambios de leyes educativas, supresión o arrinconamiento de las Humanidades, olvido de bibliotecas públicas, inexistente fomento de la lectura, políticas culturales erráticas… llevan a que en este 2016 don Quijote de la Mancha no sea más que la silueta desdibujada de un majara que se tira contra un molino de viento. Basta con abrir un libro de texto escolar y ver qué se dice de Cervantes y su novela. Sería alucinante que, así las cosas, estos fastos les importaran o preocuparan a alguien. Bueno, a los extranjeros sí, por supuesto. Seguro que los ingleses le hacen el homenaje que se merece.
La cultura de un país no puede permanecer arrumbada en una esquina a la espera de que llegue la celebración de un centenario. Ya pasó con Lorca, con Hernández, ahora con Cervantes… ¿Cómo pretendemos que se valore y se celebre lo que ya no se conoce? No se trata de organizar actos inconmensurables, puntuales, aislados, de golpe y porrazo. Hay que formar a los ciudadanos. No es incompatible el desarrollo económico con el desarrollo intelectual de la ciudadanía. Otra cosa, claro, es que interese más o menos contar con generaciones debidamente formadas que hagan uso diariamente de su pensamiento crítico, pero este es otro tema. O no.
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