De cuando el valeroso caballero se enfrentó a los molinos de viento
Por Luis Rivero , 28 marzo, 2014
El ministro Soria ha ido cobrando con el tiempo un aspecto quijotesco. Tanto en el semblante, como en las mañas. Alto como un pírgano, enjuto de rostro y cada vez más demacrado. Al mirarlo, se diría que no se siente cómodo en su puesto. Como si le pesara demasiado la armadura que ha decidido cargar consigo junto con todo el arsenal legislativo-voltaico. No es que el traje de ministro le quede grande, sino que le cuesta arrastrar la pesada coraza que porta frente a sus conciudadanos. El ministro, como un paladín solitario, ha decidido enfrentarse a todos: al Gobierno de Canarias, a los empresarios turísticos, a colectivos ciudadanos y ecologistas, a quienes rezongan por el costo de la factura de la luz, a las empresas que han apostado por las renovables…
Emulando al ingenioso hidalgo, el ministro trae a todos de cabeza con sus extravagancias. Y así, ha resuelto plantar batalla a los molinos de viento. En los que parece haber visto una gigantesca amenaza contra las indefensas compañías eléctricas (o, al menos, contra algunas de ellas).
Un buen día, después de haber velado sus armas “decretales” durante toda la noche, se levantó el caballero con la bombilla encendida, y decidió emprenderla contra los gigantes eólicos.
La llamada reforma del sector eléctrico está causando más de un cortocircuito en las mentes de los sufridos ciudadanos. Que cada vez entienden menos lo que está ocurriendo por causa de un ministro de cuyo nombre no quieren ni acordarse.
El incremento de la factura de la luz en los últimos años, unido al abaratamiento de las instalaciones de energías renovables, había hecho crecer la demanda de estos dispositivos para empresas y para usos domésticos. Alguien lo vio como una amenaza para las compañías eléctricas. Y ahora resulta que si usted tiene una placa solar en azotea o un aerogenerador para producir electricidad de autoconsumo, deberá pagar un “peaje de acceso” por ello. Lo que significa que se establece una especie de “impuesto revolucionario” por beneficiarse del aire y de los rayos del sol. Y ojo, porque si alguno se pasa de listo y no declara la instalación le puede salir cara la osadía. Para ello se prevén multas de hasta sesenta millones de euros. En fin, un verdadero atraco a mano armada. Además, no se podrá descargar en la red eléctrica la energía producida y sobrante para su posterior aprovechamiento, sino que se perderá sin más. Que es como tener el chorro del agua abierto todo el día, y si ya ha regado, el agua no va al estanque, sino que se pierde por el barranco. La intención no es otra que “cortar de raíz cualquier posibilidad de autonomía energética de los consumidores”. “La desproporción de la medida sólo puede responder a la exigencia de las grandes compañías eléctricas” (ha declarado Julio Barea, responsable de Energía y Cambio Climático de Greenpeace).
Pero para que no se diga, el Ministerio ha decidido también que las instalaciones eólicas que obtuvieron su autorización antes de 2005 dejaran de percibir retribuciones al “haber superado la rentabilidad razonable» y, por considerarse amortizadas.
La energía eólica parece ser la gran perjudicada por las medidas adoptadas por Industria en su reforma del sector eléctrico. El recorte afecta a un tercio de los parques instalados en todo el territorio del Estad.
Alguien debería abrirle los ojos al señor ministro, y decirle: “Mire vuestra merced que aquellos no son gigantes, sino molinos de viento”. Eliminar las primas a las renovables es como cortarles las aspas a los molinos que voltean al viento para producir energía más barata y más limpia (quizás, confundidas con “brazos de gigantes”). Aunque en la práctica, ese abaratamiento no se haya visto reflejado en la factura de la luz. Pero esto obedece a un incomprensible sistema dominado por una suerte de “pool de subasteros”.
Alguna compañía no conforme con las nuevas reglas del juego (o más bien, con el recorte de las primas) se ha levantado de la mesa, y ha dado un portazo a la salida. Amenazando con llevarse las inversiones “al extranjero”. A mí, me ha recordado cuando jugábamos al fútbol en el patio del colegio con el balón que le habían echado los reyes a uno los chiquillos, y cuando se mosqueaba porque le discutían un penalti, se echaba el balón bajo el brazo y decían: “pues no juego, y me llevo el balón”.
Pero tales medidas perjudican sobre todo el autoconsumo, además de a las compañías que habían apostado fuerte por las renovables, y en última instancia a los usuarios y al medioambiente.
Cada día, con mayor evidencia, están demostrando no tener autoridad frente a los mercados, mientras se muestran cada vez más autoritarios con los ciudadanos. Y tener autoridad no es lo mismo que ser autoritario, aunque haya quienes, en su delirio, confundan ambas cosas. Y es que lo de la reforma del sector eléctrico parece cosa de locos.
¡Ah, amigo Sancho, con el imperio del voltio hemos topado!
©Luis Rivero www.luisrivero.es
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