De disparate en disparate hasta el desastre final
Por José Luis Muñoz , 8 octubre, 2017
Catalunya es hoy una caldera que no admite más presión. Existen dos bomberos pirómanos, Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, a los que convendría bajar de las dos locomotoras para impedir la colisión. Frente a un nacionalismo imperial en horas bajas y estética casposa (Yo soy español, español, español / Que viva España), que ha resucitado gracias al movimiento de insurrección popular que se vive en estos momentos en Catalunya, en la otra esquina del ring un nacionalismo místico, mesiánico y emocional (encaje de bolillos entre un partido de derecha burgués, uno republicano y otro claramente anticapitalista que ha atraído a una izquierda radical más próxima a los postulados de Batasuna que a los podemitas) que durante cuarenta años se ha adueñado de toda una simbología patriótica que deja chica a la imperial (solo hay que ver con qué devoción entonan Els Segadors, se llevan la mano al corazón, como los patriotas norteamericanos, y hacen flamear ese mar de banderas en unas manifestaciones prodigiosamente bien organizadas y modelo de coreografía para ser difundidas por medio mundo), al que la torpeza sin paliativos del ministro de interior Zoido, que debería ser para bien de todos, incluidos los policías y guardias civiles desplazados a Catalunya, ya exministro, le ha dado las imágenes épicas necesarias para el asalto a los foros internacionales, las primeras planas de los diarios más importantes o abrir telediarios (en un país tan castigado como Irak se habló de los graves desórdenes del 1 de octubre en Cataluña según Jordi Évole). Imagino la estupefacción de los adalides de este movimiento independentista transversal, los Jordis de Ómnium Cultural y la Asamblea Nacional de Catalunya, estupefactos por esa carga de legitimidad que les regalaba en forma de brutalidad policial el estado español en una de las operaciones más desastrosas jamás vista que ha sido criticada por los propios actores, policías y guardias civiles, y ya por algunas autoridades del PP como Enric Millo que ha pedido perdón a los lesionados y eso le está costando fuertes críticas de los suyos .
El desafío secesionista, que se salta todos los reglamentos, no sólo la Constitución Española (hora va siendo de cambiarla) sino el propio Estatuto de Autonomía que se ha liquidado de un plumazo, el dictamen de los letrados del propio Parlament y las voces opositoras en una bochornosa jornada de república bananera, y que estaba en horas bajas sino hubiera sido por ese intento absurdo de impedir un acto sin validez jurídica que le ha dado oxígeno (el simulacro de referéndum se llevó a cabo finalmente: mis felicitaciones a los guardianes de las urnas y a esa red clandestina, un embrión de resistencia, que permitió tenerlas a buen recaudo en Francia hasta el día D), ha desatado una oleada de nacionalismo imperial que vuelve a llenar las plazas de numerosas ciudades españolas con banderas rojigualdas que habían permanecido guardadas (a veces creo que toda esta batalla de banderas la han dirigido los bazares chinos, perdonen mi ironía, que son los que económicamente están ganando) y que hayamos escuchado expresiones tan chuscas como las del delegado del Gobierno de Aragón en la manifestación de Zaragoza de que desde Catalunya hemos despertado al toro español, lo que quiere decir que podemos ser arrollados y corneados próximamente.
Mientras los dirigentes de Podemos, y todas sus confluencias, asumen un papel de hombres de estado responsables llamando una y otra vez a rebajar la tensión, parar las máquinas, quitar la leña de la caldera de las dos locomotoras y ponerse a hablar, el PSOE emboscado con un Pedro Sánchez de nuevo acorralado por la sección andaluza y toda la vieja y carca guardia de Felipe González y Alfonso Guerra, que hace honor a su apellido belicista, y los barones, esgrime un lenguaje ambivalente (diálogo y 155), y un gobierno del PP que se hunde en el descrédito internacional más absoluto, las dudas se multiplican en el bando secesionista que tiene enormes problemas para seguir adelante en su desafío y en declarar su cacareada Declaración Unilateral de Independencia. A las medidas represivas (la justicia es acelerada para los independentistas mientras insoportablemente lenta para los corruptos), la amenaza del 155, o el 116, mucho peor, se une ahora el vaciado económico de Catalunya y la estampida de empresas como La Caixa, sin ir más lejos, que siempre estuvo vinculada al territorio, el Banco de Sabadell, Freixenet, Codorniu, Catalana de Occidente, Aguas de Barcelona, Planeta y las que seguirán, se suman algunas voces críticas de sus afines, como el conseller Santi Vila, que pide que se levante el pie del acelerador para frenar la catástrofe. Me gustaría preguntar al conseller de Economía y vicepresidente del Govern con qué activos financieros cuenta para afrontar el nacimiento de una República Catalana que, entre otras cosas, deberá controlar su territorio, establecer fronteras con una Unión Europea, de la que automáticamente se excluye, y no podrá financiarse porque ningún banco radicado en España ni en Europa le ofrecerá crédito (el bono catalán tiene la consideración de bono basura). Quizá convertir a Catalunya en paraíso fiscal sea lo que están pensando. Si los dirigentes políticos que se han puesto a la cabeza de este multitudinario proceso independentista (sí, pero que ni siquiera cuenta con la mitad del apoyo de la población), y sus líderes en la sombra tampoco son capaces de explicar cómo diantres será factible económicamente esa República Catalana, hora es de que se retiren de la primera línea y se convoquen elecciones para tener un nuevo interlocutor y lo mismo se haga en el resto de España. Estos tipos, Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, no se van a entender nunca.
Estamos pagando todos estos días un coste emocional terrible (se pierden amistades, se dividen familias) mientras asistimos a soeces campañas de intoxicación mediática del periodismo basura que se extiende por muchas cadenas y en muchas tertulias para ahondar en la herida en vez de paliarla. Circulan fotos y vídeos por las redes falsos, que son de otros acontecimientos o han sido retocadas mediante Photoshop (quien esto escribe se rindió ante una imagen tipo Iwo Jima de esta revuelta de Els segadors), que no buscan más que enervar los ánimos cuando hay que templarlos. Las imágenes de policías y guardias civiles cargando contra los votantes que actuaban como escudos humanos ante los colegios electorales y ejercían una resistencia pasiva no eran menos dramáticas ni violentas que las de miles de ciudadanos pacíficos que fueron desalojados brutalmente por los mossos d’Esquadra comandados por Felip Puig durante el 15M y que parecen hoy olvidadas con la beatificación de un cuerpo policial elevado a las altares desde los recientes atentados yihadistas.
Se abre un escenario muy incierto y volátil en el que uno de los actores, si no se produce el milagro de una mediación externa que siente a ambos a una mesa a dialogar (que es lo que deben hacer los políticos) tiene que echar mano del freno para que no descarrile Catalunya y con ella España. Hay que ser suficientemente empático para entender a los dos bandos aunque cueste. A los independentistas los mueve un sueño romántico e ilusionante de crear un nuevo país y nunca van a estar tan cerca de conseguirlo como en este momento, por lo que me temo una resistencia numantina de consecuencias incalculables si persisten obcecadamente en ello. A los unionistas sencillamente nos mueve el miedo a caer en el abismo, pero ninguna ilusión por un país que cuesta reconocer como nuestro y cuyas estructuras están infectadas por la corrupción. La multitudinaria manifestación que ha tenido lugar el domingo 8 de octubre en Barcelona de la llamada minoría silenciosa reclamando la unidad de España (muchas voces pedían el castigo a las “golpistas”) ha tenido la virtud de aunar senyeras con rojigualdas oscurecida por unos vivas a las fuerzas policiales, que avalaban su triste actuación el pasado 1 de octubre, y desafortunados parlamentos de Mario Vargas Llosa, cuya posición política está muy próxima al ala derechista del PP (Aznar/Aguirre), y Josep Borrell que en su parlamento obvió el desastroso comportamiento del Gobierno en esta crisis. Ambos, como el rey que pretende ser de todos los españoles, se olvidaron de la mitad del pueblo catalán y, siendo parte, pretendieron hablar en nombre del todo. Como los independentistas, exactamente.
Los argumentos independentistas son delirantes y hablan de un país posible cuando se produce una fuga de empresas, la mitad de los catalanes están en contra y el Govern no tiene una hoja de ruta más allá de la DUI. ¿Y después, qué? Van hacia el abismo sin contar aparentemente con más apoyos internacionales más allá de artículos en diversos medios de prestigio que afean la conducta del gobierno español. ¿O quizá los tienen y son inconfesables de momento? Algo de luz para ese delirio, por favor, pero no bombardeen Catalunya como dijo Espartero. No juguemos a la balcanización de España, algo que hace años se veía impensable y ahora, a la vista de como los medios de comunicación están calentando los ánimos hasta parece posible. El independentismo en Catalunya, al contrario que en el País Vasco, ha sido mayoritariamente pacífico y todos esperamos que siga siéndolo.
Estoy asqueado del gobierno de España, de su corrupción, de la utilización torticera de las instituciones (operación Catalunya) para uso partidario, de sus mentiras, de sus leyes represivas y del saqueo sistemático de lo público para salvar lo privado como para salir a la calle reclamando la indisolubilidad de una patria en la que no creo ni me ilusiona, pero esa patria que tratan que emerja de este movimiento insurreccional pacífico lo hace con métodos profundamente antidemocráticos, desoyendo a la mitad de los catalanes y con una mística que me echa para atrás. Los patriotismos me resbalan y la nube de banderas me asusta. La patria es el refugio de las canallas. Mi patria soy yo y los míos. ¡Maldita equidistancia!
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