De la cárcel se sale, del cementerio no
Por Fermín Caballero Bojart , 25 noviembre, 2014
Cuando un violento y degenerado hijo de puta que pega a su pareja, a su hijo o a sus progenitores, por no extenderme más en el glosario de posibles víctimas, y digo hijo de puta sin ánimo de ofender a las profesionales de tan digno empleo, por no rebuscar otra frase hecha, como decía (si hace falta lo repito): Cuando un hijo de puta maltratador (incluyo ambos géneros) es detenido y suelta alguna de sus frases en grito de guerra, le gusta hacerlo amenazando: ¡De la cárcel se sale, del cementerio no!
A buen abogado con pocas palabras basta.
La frase se recoge en sentencias condenatorias por amenazas, principalmente por la voluntad e intencionalidad que encierra en el momento de pronunciarse. Aclaración que me parece oportuna antes de abordar una idea, más reflexiva que profunda. Entendiendo por reflexiva no llevarla más allá de un mero repaso de cortos párrafos al fatídico mes de noviembre.
La cuestión es que dedico algo de mi tiempo de lectura a las necrologías. Desagradable palabra para definir lo que se puede considerar como un esbozo biográfico de una persona recientemente fallecida. No voy a quitar mérito a las escritas cuando la muerte es de inminente llegada y el responsable de la sección ya tiene la pluma preparada, pero las inesperadas suelen ser más espontáneas. Son bonitas por que nadie escribe con grosería del muerto. Tampoco voy detenerme en su evolución histórica. Pero echando la vista reflexiva a noviembre se han ido nombres ilustres. Unos más conocidos que otros y, a excepción de la Duquesa de Alba, casi ninguna repetida.
Al otro lado de la balanza: la cárcel, que en forma de noticia también ha generado grandes titulares. Penas injustas, tratos de favor, políticos, empresarios, operaciones y cientos de líneas para informar de una condena de prisión. Salvo contadas excepciones, las penas son cortas, y en el peor de los casos, es decir, en poco más de un lustro, el delincuente ya habrá salido de prisión. Disfrutará de libertad provisional y poco a poco volverá hacer una vida social que le puede llevar a escribir sus memorias para la inmortalidad (o a vengarse de su ex pareja). Y lo peor será que cuando fallezca nadie escribirá groseramente de él y su obituario alcanzará la prensa nacional.
Así pues noviembre no me ha impedido leer las necrologías de algunos personajes, desconocidos para mí, y que desde ese momento entran a formar parte de mi vida, nacen en mi mundo de hojas en blanco destinadas a personas que no conozco. Y por su muerte reciente descubro por qué merecieron que su obituario lo firmara un buen periodista, su biógrafo o un especialista en la materia en la que destacó el personaje principal de la esquela periodística.
Y ambas condiciones, la del preso y la del muerto, quedan unidas por un denominador común: la noticia. Sobre todo cuando el preso se ahorca (ya nadie fallece de viejo en la cárcel) y el informador le da forma de suceso. Ni un obituario merece. Como tampoco lo merece el maltratador que tiene muy claro de donde se sale y de donde no. Y así de claro lo tendría que tener el legislador a la hora de plantearse la reforma del Código Penal. Al buen lector de obituarios con una reflexión le basta: ¿Y si de ninguno de los dos sitios se pudiera salir?
25 de noviembre, día internacional contra la violencia de género.
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