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De médicos y enfermeras

Por Anna Genovés , 2 enero, 2016

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De médicos y enfermeras

Recuerdo que siendo niña tuve mi primer contacto con el Hospital General de Valencia. Mi mejor amiga contrajo viruela negra y estuvo a punto de marcharse al otro barrio; por suerte, sigue vivita y coleando. Cuando entré en la sala donde estaba hospitalizada me pareció la estampa más terrorífica que había visto hasta entonces; unas señoras con cara de Rottenmeier, cofias y batas almidonadas, blanco muerte, te miraban de reojo para que no estuvieras más tiempo del oportuno, para que no hablaras fuerte, para que apenas respiraras… La habitación era enorme, tenía poca luz y muchas, muchísimas camas con enfermas asustadas. Mi amiga estaba separada del resto de pacientes por unos parabanes.

Hace unas semanas, descubrí la serie The knick –basada en las vivencias de un hospital neoyorkino de principios del XX. No os la perdáis—, y, en muchas ocasiones, me recuerda aquella experiencia. Ya se sabe que USA, por suerte o desgracia, nos lleva muchas décadas de delantera.

Actualmente, poco o nada queda de aquel centro hospitalario. El interior está completamente restaurado y ha desaparecido la rigidez del personal sanitario de antaño. Pero, ¿es solo apariencia? Después de diversas negligencias médicas que he escuchado, no lo tengo nada claro…

Demasiados conocidos parloteando de descuidos, no solo con el susodicho hospital, sino también en La nueva Fe. Os comento dos historias pequeñitas que viví en primera persona como acompañante, y que ponen en duda muchas cosas… Me callaré que, en ocasiones, cuando llegas a Urgencias a los auxiliares se la trufa que alguien llegue cojeando: no son capaces de acercarle ni la silla de ruedas; o que existan demasiado conocidos a tu alrededor con dolor neuropático postoperatorio; o que se le diagnostique a uno tal enfermedad que no tiene; o qué sé yo, quizás que te corten la extremidad que no corresponde. Puede tratarse solo de leyendas urbanas de mal gusto y con muchas incertidumbres de por medio.

Sin embargo, la semana pasada, dos amigas, sufrieron percances indeseables. El primero, peccata minuta en el General. Una de ellas fue a urgencias porque se le ha reventado un quiste sebáceo en el esternón y, con las fiestas, el Centro de Salud está cerrado. Pasa el primer control médico y la trasfieren a básica. Después de tres horas de espera la doctora le dice en reiteradas ocasiones que eso no es urgente; tan solo un forúnculo piloso. En esos momentos no supura y la buena de la doctora ni tan siquiera le palpa el bultito y la manda a casa, no sin antes descojonarse junto a la enfermera de lo tonta que era por haber ido al hospital. Cuando llega a casa, se ducha y ‘plof’, el pus surge nuevamente. Desde luego no vuelve al sanatorio. Se estruja el susodicho hasta la médula. Ahora tiene una herida de aquí te espero. Ya veremos cómo queda.

image_galleryEl segundo, en La Fe. Justo, mi otra conocida va a Urgencias con un dolor agudo en la garganta; le detectan un nódulo en la cuerda bocal derecha y la operan días más tarde. La fila de camillas adosadas a los pasillos parece una procesión interminable; en un lado están los que esperan ser intervenidos, en la otra los postquirúrgicos. Está citada a las nueve en ayunas, pero no entra a quirófano hasta las dos. Le pintaron un redondel en la parte izquierda del cuello para que el cirujano no se equivocara de lado. Un hombre se acerca y ella pregunta: ¿Doctor…? El ‘bata verde con gorrito de dibujitos’ no le deja acabar: Soy el anestesista. Te pongo un pinchacito para que te vayas durmiendo; y sigue la hilera con el mismo procedimiento como si se tratara de un rebaño a punto de entrar en el matadero. Mientras, las señoras de la limpieza entran y salen a toda prisa de los quirófanos como si hubiesen pegado un mochazo por el WC. Ya no tiene nódulo, pero ha cogido una infección postoperatoria de narices; hasta las cejas de antibióticos y con seis quilos de menos.

A ver, las infraestructuras están como tocan. Pero, ¿está cualificado el personal? ¿Hay suficiente? ¿Por qué esa falta de respeto? Somos personas y a nadie le gusta estar enfermo. Más humanidad y mejor praxis. Como dice el refrán: «Al hombre pobre, la cama le come». Imagino que estas cosillas… por extensión, suceden en muchos hospitales públicos. ¡Vivir para ver!

Algo falla. Pongamos remedios. A ver si va a resultar que cuando estaban las Rottenmeier todo iba mejor. No, por favor, no queremos volver hacia atrás.

¡Feliz 2016! 😉

©Anna Genovés

Puedes seguir a la autora desde su web, Memoria perdida blog


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