De sueños, humo y niebla se hace el arte
Por Eduardo Zeind Palafox , 29 agosto, 2014
Las entelequias toman forma más fácilmente entre sueños, humo y niebla. El sueño es un deseo que se materializa en la razón, algo que empieza siendo concepto y termina siendo intuición; el humo, por su lado, que es obstáculo del sueño, inicia siendo intuición y acaba en forma de concepto; y la niebla, finalmente, es ambas cosas, concepto e intuición, discurso y sensación. Discernir todos estos entrelaces es filosofar, no vivir descocado.
El Quijote, frente al retablo o teatrería de maese Pedro, frente a sus figuraciones o alucinaciones y después de oír que dos grandes personajes de la poesía o «solemne historia», doña Melisendra y don Gaiferos, eran perseguidos por los moros, enristró su arma y atacó los figurines simuladores del proscenio creyendo que los tales eran gentes de carne y hueso. ¿Por qué creyó tal desatino? Porque estaba extasiado.
El éxtasis desaforado, que mejor haría llamándose «cólico convulsivo», hace que todos los saberes, según Kant, parezcan conectados por una «idea de conjunto», por un sistema. Física, matemáticas, poesía e historia son todos saberes ligados a la moral para el extasiado, para el transido que hace «llover cuchilladas sobre la titerera morisma» que son las ilusiones y engaños.
¿Qué lluvia es la que recubre los engaños? La de palabras. ¿De qué son las cuchilladas? De intenciones. Cuando las palabras y las proposiciones, intenciones éstas articuladas, se revuelven y pierden su identidad deviene la confusión entre sujetos, predicados, fundamentos, consecuencias, conjuntos y divisiones, pensó Kant. Los sujetos, como los predicados, son conceptos, es decir, sueños; lo demás todo es intuición. ¿Qué significan tales aseveraciones? Que orígenes, efectos, fenómenos y datos son saberes allegados por la experiencia, en tanto los conceptos lo son por la razón, que loca alucina.
Don Quijote, bien se vio, olvidó o no quiso aceptar que los muñecos del retablo de maese Pedro eran meros conceptos, teniéndolos por intuiciones, o mejor todavía, por representaciones de ciertos valores dignísimos de ser salvados a fuerza de zurriagas caballerescas. Don Quijote, que a toda hora pensaba en la caballería andante, hacía de lo lineal o del discurso, por decirlo de algún modo, un hecho simultáneo, pintura, cuadro. ¿Cómo así? Expliquémonos, lector confuso.
Clarín, discurriendo sobre el naturalismo francés, sobre el de Zolá, ha escrito en su artículo «Zola y su última novela» que es imposible redactar grandes obras literarias con «pobreza de inspiración imitativa», con «falta de interés real». El convite cuasi teatral que regaló maese Pedro era para los espectadores incrédulos vana niñería, juego, mas para el Quijote era historia real, pero una trocada, como él advierte, en poesía por los encantadores, que todo lo hacen baturrillo, niebla, mezcla de sueño y humo, según tenemos dicho.
No hay arte en la obra de un artista que no cree ser parte de lo que pinta, escribe o interpreta; no hay arte, concluyamos, donde el artista no es además personaje de su obra, donde no es protagonista y narrador simultáneamente, es decir, donde falta la alucinación, el dislate. Ya Garcilaso, en su exquisito soneto IV, que aduna el heroísmo y el dolor, afirma:
«Un rato se levanta mi esperanza,
mas cansada d´haberse levantado,
torna a caer, que deja, a mal mi grado,
libre el lugar a la desconfïanza».
La esperanza, aquí, es el mismo Garcilaso, ser cansado de luchar que barrunta, cual loco, cual artista, que niebla es desconfianza, incertidumbre, perdidosa existencia. Garcilaso, como don Quijote, sí ve los conceptos, sí los intuye, y habla de la esperanza como se habla de una persona o cosa, y de las intuiciones o sensaciones como de vulgares opiniones. Este arte es un arte antiguo, griego, adorador de las ideas, que constituyen la realidad del hombre hombre, que lo es porque tiene mitos y creencias, y no como los animales, que jamás se embelesan razonado plata, montes, prisiones o espíritus.
Decía Villarroel, loco, artista, hacedor de sueños a partir de humos, que con el arte antiguo, el que se asimila «entre los Horacios, los Virgilios, los Valerios y los Ovidios», «crece la razón», se «dilata el conocimiento», se «madura el juicio», se «reposa el ingenio» y se ajusta «sin violencia el deseo, la atención y la porfía para vencer las dificultades»; o en palabras claras, filosofales, el arte añejo, que fue el Humanismo que hizo posible el Renacimiento, educa para darle hueso y carne a los sueños o conceptos y para penetrar los humos de la desconfianza, que entreverados anublan nuestras vidas.
Profesor Edvard Zeind Palafox
http://donpalafox.blogspot.mx/
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