Del asalto al Capitolio al asalto de Irak
Por José Luis Muñoz , 22 enero, 2021
Del árbol caído hacen leña sus adversarios y hasta los que le estuvieron riendo las gracias y sus extravagancias hasta el último momento. Donald Trump llegó a la presidencia del país desde el show bussines (en Europa tuvimos a Silvio Berlusconi) y se va a jugar al golf a Florida con los mejores resultados obtenidos jamás por un político republicano (setenta y dos millones de votos, ocho millones de votos menos que los obtenidos por Joe Biden), y un setenta por ciento de su electorado que aun cree que le han robado las elecciones y que difícilmente va a reconocer al nuevo inquilino de la Casa Blanca que lo primero que ha hecho ha sido anular mediante órdenes ejecutivas todo el legado de su predecesor. Satán Donald Trump, a pesar que el machista y putero expresidente de los Estados Unidos está apoyado por las iglesias evangélicas, frente al santo Joe Biden que invoca a Dios, reza en público y luego se va a misa como católico practicante y ferviente que es.
Hay muchos en Estados Unidos que querrían ver a Donald Trump sentado en el banquillo, condenado, y hasta vistiendo el pijama naranja, por promover ese estrafalario asalto al Capitolio que se saldó con cinco víctimas mortales, su último intento por revertir sus resultados adversos en las elecciones, puede que los mismos que no pidieron responsabilidades por el asalto a Irak a su predecesor republicano George W. Bush en base a un par de mentiras, que había armas de destrucción masiva (las que le vendieron los propios norteamericanos a Sadam Hussein y las había gastado ya con los kurdos ante la complicidad internacional) y la relación, falsa, con el ataque de las Torres Gemelas (el sátrapa iraquí, laico, era enemigo acérrimo de Bin Laden y del islamismo radical) que se saldó con más cuatrocientos mil muertos, cuatro mil de ellos soldados norteamericanos, el destrozo material de un país y un terrorismo latente cuyos coletazos sufrimos principalmente en Europa. Sería una paradoja que Donald Trump (asalto al Capitolio+5 muertos) vistiera el traje naranja mientras George W. Bush (asalto a Irak+400.000 muertos) se haya blanqueado hasta el punto de estar presente en la ceremonia de entronización de Joe Biden entre Barack Obama y Bill Clinton con sus habituales chascarrillos. Barack Obama, cuando ganó las elecciones, se comprometió a pasar página sobre todos los desmanes de su antecesor (mentiras, torturas, guerra ilegal) y Joe Biden tiene tan buen concepto del republicano que leía los libros al revés hasta el punto de haberle condecorado con la Medalla de la Libertad cuando era vicepresidente con Barack Obama y decir de él que es un gran patriota.
No estoy tratando de blanquear a un presidente nefasto como el saliente de los Estados Unidos que se encargó de ahondar en el cisma que hay en la sociedad norteamericana, cargó contra los emigrantes y separó a sus familias, no hizo nada por acabar con la brutalidad policial, gestionó de forma espantosa la pandemia del Covid, le daba igual el cambio climático que negaba, era un machista y supremacista blanco y tan intelectual como lo fuera George W. Bus. Donald Trump es un populista emparentado con Orban, los dirigentes de Polonia, VOX en España o la Liga Norte italiana. Entre las treinta mil mentiras contabilizadas de sus cuatro años de gobierno, se colaron dos verdades que dijo a última hora: con él la economía del país fue bien (descendió el desempleo hasta límites jamás conocidos, el 3,5 %, el registro más bajo desde 1969) y ha sido de los pocos presidentes de Estados Unidos que no ha iniciado una guerra sino que ha replegado casi todos sus efectivos de Irak y Afganistán.
A ese respecto, el de las guerras e invasiones ilegales, habría que recordar que el Joe Biden tan blanqueado en este momento, el santo que va a reconducir los destinos de la gran potencia, fue una pieza fundamental, como presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, para que el Congreso de Estados Unidos autorizará la invasión de Irak, aunque luego entonara el mea culpa. En un documental narrado por Danny Glover y dirigido por Mark Weisbrot titulado ¿Valió la pena? Joe Biden y el inicio de la guerra de Irak, se denuncia su papel protagónico en esa aventura colonial que destrozó aún más el mapa de Oriente Medio. “La guerra de Irak tuvo un costo enorme. Más de 4.500 soldados estadounidenses y miles de contratistas militares fueron asesinados. Decenas de miles de soldados de EE.UU. resultaron heridos. Cientos de miles de iraquíes, más de un millón, según estiman algunos, fueron asesinados. La guerra creó una profunda inestabilidad, incluyendo más guerras y terrorismo en todo el Medio Oriente y el norte de África. Miremos ahora la carrera presidencial de 2020: solo hay un candidato a la nominación del Partido Demócrata que tuvo un rol principal en hacer que la guerra de Irak sucediera” dice la voz acusadora de Danny Glover en ese documental clarificador sobre el papel que tuvo el actual presidente en el sangriento conflicto.
La memoria es muy frágil. Con el linchamiento a Donald Trump se olvidan los desmanes cometidos por la administración de George W. Bush, que seguimos pagando en la actualidad, y el papel activo que desde el bando demócrata tuvo Joe Biden en que se consumara ese desastre. De momento Joe Biden ha firmado un montón de leyes ejecutivas, pero no se mueve un ápice de la postura de su antecesor con respecto a Venezuela. Mal empezamos. Tiempo al tiempo.
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