Después de la nieve de Ricardo Martínez Llorca
Por Redacción , 31 marzo, 2016
Después de la nieve
Ricardo Martínez Llorca
Desnivel
Madrid, 2016
96 páginas
Seguir el mapa de nuestros sentimientos
Antes de iniciar la lectura de Después de la nieve, el lector puede pensar que se trata de un
libro sobre montañeros míticos, escaladas en montañas remotas y rutas que atraviesan
cordilleras imposibles. Y es verdad que todo esto está en este libro, pero la novela no acaba
aquí, ni mucho menos. Es también un libro de investigación y descubrimiento de un personaje
contradictorio, el montañero Carlos Marín, un relato que revela una ciudad injusta y terrible
que tenemos al lado pero que muchas veces no queremos ver, y por último, una historia de
introspección en la que el narrador se hace más humano en cada página y finalmente cambia
para no volver ya a ser el mismo. En realidad, considero que estamos ante dos libros en uno.
El primero lo podríamos llamar el libro de la nieve, el de los montañeros y las altas cumbres,
aquellos que como dice el autor “buscan poner un poco de poesía en unos tiempos en que lo
heroico no viene de combatir el desorden natural de las cosas y por tanto en que uno debe
inventar y recrear su propia música”. Aquí están los campamentos, las rutas y los solos
integrales, pero también la camaradería, la amistad y las largas noches de conversación en las
furgonetas o junto a las fogatas. El otro sería el libro de después de la nieve, el de los barrancos
insondables del alma humana y la ciudad con sus fantasmas cercanos e invisibles, algunos
amenazadores. Los dos libros se van entrelazando continuamente a lo largo de la obra hasta
componer un tapiz definitivo tejido con la urdimbre minuciosa del lenguaje del autor.
Nuestro narrador es un periodista especializado en temas de montaña que encuentra por
casualidad en su misma ciudad a un escalador prestigioso pero desaparecido de la circulación
hace tiempo, Carlos Martín. A través de sus conversaciones los profanos nos asomamos a un
mundo increíble, el de los grandes escaladores como Alain Robert, Catherine Destivelle, Alex
Honnold, Alex Huber y otros. Conquistadores de lo inútil, los llama el autor en algún momento.
Debo reconocer que no pude contener la tentación de buscar en internet sus historias, tan
increíbles que parecían inventadas. Son protagonistas de hazañas que se desarrollan en
montañas de una belleza sobrenatural, la Aguja Dibona, el Capitán, o el mítico Eiger, que yo
conocía como escenario de la estremecedora película alemana North Face sobre el fallido
intento de ascensión de 1936. Como dice el autor, algunos van a la montaña a morir o a
dejarse morir. Por otra parte, el libro da algunas pistas sobre la atracción irresistible que
ciertos soñadores sienten por las cumbres. No se trata de descargas de adrenalina sino de
algo tan complejo y a la vez tan sencillo como “disfrutar siguiendo el mapa de tus
sentimientos”.
Pero inexorablemente los relatos del pasado se acaban y debemos volver a la ciudad herida en
la que vive el narrador y también a los misterios del alma desgarrada de Carlos Marín, que
pone tanto ahínco en ayudar a los demás como en realizar solos integrales, y otros personajes
como el Muchacho, Burkina y sobre todo la prostituta Laura. Aquí se respira la densa
atmósfera de la gran literatura. Conrad, Chatwin, D. H. Lawrence o Hemingway nos
acompañan en este viaje. Si los grandes escritores se dividen entre los que aman a sus
personajes y los que los desprecian u odian, Ricardo Martínez Llorca, con su mirada tierna y
desencantada se encuentra, como el gran Victor Hugo, entre los primeros. En ocasiones el
libro me recuerda a la literatura trágica y sentimental de la Mazzantini de Non ti muovere y
otras veces a la más intelectual y esquemática de la Trilogía de Nueva York de Auster, pero
siempre pasados por el tamiz del Conrad de Lord Jim. En el fondo en todas estas obras
magníficas se trata de contestar a la gran pregunta que revolotea tras la mortífera tormenta de
fuego o de nieve que se lo lleva todo: cómo sobrevivir a la derrota que trae el azar y a la culpa
que llevamos dentro, o dicho de otra forma, cómo superar ese momento en el que sientes que
ya no te quedan razones para vivir. Tal vez no haya grandes respuestas, pero dejemos que el
autor que nos proponga algunas tan sencillas y cotidianas como una buena película, el olor del
campo tras la lluvia, el aroma del café en la cocina o el perfume de lavanda en la ropa recién
lavada. En suma, seguir el mapa de nuestros sentimientos. Tal vez tenga razón.
José Luis Martínez Díez
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