Diana Zaforteza: «Cada libro tiene su propio recorrido y no podemos forzar a los libros a ir en circuitos que no le pertenecen»
Por Anna María Iglesia , 2 julio, 2014
Por Anna Maria Iglesia
@AnnaMIglesia
En la terraza de la histórica cafetería Farga de Barcelona, me encuentro con Diana Zaforteza que en apenas un lustro ha conseguido convertir a su editorial, Alfabia, en un referente ineludible en el panorama, ya no sólo editorial, sino cultural y, sobre todo, literario español. Fue en 2009, tras dejar de formar parte de la por entonces joven editorial Apha Decay, cuando Zaforteza decidió que había llegado el momento de emprender su propio camino y realizar aquel sueño compartido con su padre desde la infancia: fue entonces, hace ya cinco años, cuando Diana Zaforteza dio forma y contenido a Alfabia, por entonces una pequeña editorial que a lo largo de estos años ha conseguido el meritorio reconocimiento de poseer unos de los catálogos más interesantes y difícilmente encasillables del mundo editorial. Si bien podría ser definido como heterodoxo, el catálogo de Alfabia es, ante todo, un conjunto de lecturas detenidamente elegidas por una editora que, por encima de todo, es una lectora atenta y curiosa, una lectora de gustos exquisitos que, lejos de todo dogmatismo crítico y conceptual, es capaz de apreciar la extraordinaria poesía de las letras de Leonard Cohen, reivindicar la magistral literatura de Pierre Michon o de enfrentarse a la difícil a la par que irrepetible prosa de George Saunders.
En el actual mapa editorial, es posible definir muchas editoriales por su catálogo, por su propuesta literaria, sin embargo me resulta difícil poder definir el catálogo de Alfabia. Es una editorial que huye de toda posible clasificación
El catálogo de Alfabia es un catálogo muy ecléctico, es un catálogo en el que te puedes encontrar desde Lou Reed hasta Mercedes Fernández Martorell, de quien publicamos Ideas que matan, un libro en el que ella cuenta las investigaciones que ha realizado entorno a las causas que llevan a algunos hombres maltratan y matan a la pareja. Soy consciente de que a la editorial, se nos puede criticar por no tener una línea coherente o, por así decirlo, identificable, pero para mí cada libro es un mundo y se dirige hacia canales diferentes, no puedo pensarlos como un todo homogéneo. Creo que el editor debe publicar aquella obra y por la cual siente un pálpito, debe publicar aquel libro que para él debe estar en su catálogo y, sobre todo, debe estar publicado, tratando siempre de aportar cosas nuevas al panorama editorial.
Podríamos decir que, para ti, publicar un libro implica riesgo y novedad, nunca repetición
Exacto y, de hecho, soy muy poco dada a reeditar clásicos, siempre quiero que el libro que publico aporte algo nuevo, algo diferente. Por ejemplo, en el caso de libro Artemisia de Anna Banti y traducido por Carmen Romero, revisamos de arriba abajo la traducción, añadimos un prólogo de Carmen y, a modo de postfacio, un ensayo de Susan Sontag. Para mí no tenía ningún sentido volver a publicar Artemisia tal y como ya había sido publicado anteriormente por Versal.
Es verdad que no reeditas clásicos, pero en tú catálogo son numerosos los clásicos contemporáneos, aunque no siempre sean los más conocidos por el gran público. Desde Maeve Brennan a Faulkner o Bellow, pasando por Gabriele D’Annunzio
D’Annunzio fue mi ruina. Cometí el error de editora al no ver desde un inicio que Triunfo de la muerte no llegaría a alcanzar el mínimo indispensable de ventas que yo necesitaba para cuadrar cuentas; me dejé llevar por mi admiración por D’Annunzio, autor que me fascina. En relación a los otros autores que mencionas, el caso, por ejemplo, de la cartas de Saul Bellow es algo distinto al caso de D’Annunzio: aun no habiendo sido un éxito de ventas, consideré que aquellas cartas eran imprescindibles, conformaban un libro que, al menos para mí, debía ser editado sin lugar a dudas. A través de la correspondencia de Bellow, el lector redescubre figuras tan importantes como Faulkner, Martin Amis o John Cheever. No me gusta hablar del “prestigio” que pueda aportar una determinada obra a la editorial, es un concepto que no me gusta utilizar, pero sí tengo que frente a la posibilidad, y a la suerte, de poder publicar estas cartas, si bien todavía no he amortizado completamente su publicación, creo que Bellow y sus cartas debían formar parte del catálogo de Alfabia, pues el catálogo saldría beneficiado. Volviendo al caso de D’Annunzio creo que hay todavía muchos prejuicios hacia el autor italiano por su apoyo a Mussolini y su ideología fascista, además hay muchos que afirman haber leído El Placer, pero que en verdad no lo han hecho, porque si lo hubieran hecho se darían cuenta que, al margen de los prejuicios políticos, es una novela excepcional.
Una característica de Alfabia es que en su catálogo cuenta con clasicos contemporáneos todavía sin editar, textos desconocidos en el campo literario español
La voluntad de publicar de textos sin publicar o, incluso, desconocidos al no haber sido traducidos nunca al castellano es una de las principales ideas que motiva la configuración del catálogo y la que precisamente motivó, entre otras, la publicación de Söderberg y Doctor Glas, libro que Gabriel Ferrater se empeñó es traducir del sueco al estar convencido de que era una obra que debía ser publicada, una obra que debía formar parte del catálogo de alguna editorial. Algo parecido sucedió con Mosquitos, la primera novela de William Faulkner, un libro que no había sido editado y que Vargas Llosa, cuando de muy joven hacía informes de lectura para editoriales, criticó duramente; lo curioso de todo ello, es que posteriormente Vargas Llosa ha bebido mucho de la narrativa de Faulkner. Creo que era necesario publicar Mosquitos porque, al ser la primera novela del autor norteamericano, da la posibilidad a los lectores de ver la progresión literaria de Faulkner. Es cierto que, al ser una primera novela, no es una novela redonda y tiene sus fallos, pero, independientemente de esto, creo que es necesario que toda la obra de Faulkner esté editada.
En Alfabia has rescatado a autores contemporáneos que habían caído en el olvido en el panorama literario español; pienso, por ejemplo, en Pierre Michon
Para mí, Pierre Michon es el mejor escritor francés contemporáneo: algunos dirán que exagero, otros, en cambio, sostendrán que el autor francés más relevante es Le Clezio, pero para mí no hay dudas, Michon es el más interesante, lo que sucede es que nunca se ha publicitado mucho. Publicó Vidas minúsculas en Anagrama, pero luego quedó un poco en el olvido; por esto, pedí permiso a Jorge Herralde para que me dejase publicar Mitologías de invierno y El emperador de Occidente, que son dos textos increíbles, una mezcla de poesía y prosa, en la que se percibe, como también en Pierre Bergonioux, de quien publicamos B-17G, su proveniencia del ámbito rural y la influencia que tiene lo rural en su prosa.
Por lo que he leído, editar a Michon y volver a ponerlo en el primer plano en el campo literario español no fue una tarea excesivamente fácil
Yo trabajo de forma muy particularizada con cada autor y con cada obra que publico. En este caso, sucedía, además, que para mí era un privilegio enorme poder publicar a Pierre Michon, así que me dediqué completamente a la edición del libro y, sobre todo, a tener el visto bueno del autor. Finalmente, el libro fue nombrado el mejor libro del año por Babelia y, a su vez, fue portada de este mismo suplemento. Por lo general, en una editorial más grande no pueden dedicar el tiempo que yo dedico a cada autor para promocionarlo y hacerlo visibles en los medios y para los lectores. La portada de Babelia costó mucho de hacer puesto que a Michon no le gusta conceder entrevistas y le gusta todavía menos que le fotografíen; así que no tuve más alternativa que plantarme en París para convencerle y gestionarlo todo personalmente. Todo esto tuvo sus resultados: a raíz de esta portada, conseguimos restituir a Michon la visibilidad que ya no tenía y restituirlo al lugar del que nunca debió de desaparecer, a la vez que conseguimos un gran número de lectores y los relatos tuvieron muchas ventas El propio Michon estaba muy sorprendido del éxito conseguido, no se lo esperaba.
Además, en tu apuesta personal por buscar y publicar autores nuevos o desconocidos para el lector castellano, has decidido cruzar todas las fronteras e ir hasta Japón para traernos a Teru Miyamoto
Miyamoto es uno de los pocos autores que quedan de la generación de Mishima y que, como él mismo dice, escribe en japonés de verdad, desde la cultura tradicional japonesa. Cuando publicamos su novela Kinshu dio una entrevista a El País en la que decía, en relación a esto, que para él Murakami no representaba la literatura japonesa, en cuanto, si bien había nacido en Japón, se había formado en Estados Unidos y sus libros son, sin duda alguna, un claro reflejo de la cultura norteamericana en la que se ha formado y de la que bebe Murakami. Fue a través de la edición norteamericana que llegué hasta Miyamoto, puest hace ya algunos años Andrew Wylie descubrió a Miyamoto, cuando éste ya era un autor muy reconocido y premiado en Japón, y lo introdujo en el mercado norteamericano; aquí, en España, todavía no había sido publicado, no había sido traducido al castellano. Para mí, la novela de Miyamoto se ha convertido en el libro que siempre recomiendo a quienes se acercan por primera vez al catálogo de Alfabia; se lo recomiendo porque sé que, si lo leen, volverán, estoy segura.
Diana Zaforteza con Ignaco Vidal-Folch
Si a Miyamoto llegaste por su traducción en castellano, ¿cómo llegaste a conocer las prosas, sin traducir y desconocidas para casi todos, de Szymborska?
A las prosas de Szymboska llegué gracias a un amigo mío, Arnold Davison, que, a parte de ser un grandísimo lector, es alguien que habla veinte idiomas y, además, es el traductor oficial de Michel Foucault, con quien vivió durante dos años. Cuando yo empecé con la editorial, me dijo que buscara las prosas de Szymborska; yo estaba convencida de que no existían, busqué en todos los lugares posibles, pero nada, no conseguí encontrar ningún rasgo de estas prosas de las que me hablaba Arnold. Al final, él mismo me las envió, así que no fui yo quien descubrí aquellas prosas, Arnold fue quién las consiguió y gracias a él las publicamos. Además, debo decir que han tenido una gran aceptación por el público, han gustado mucho y se están vendiendo muy bien, sobre todo a raíz del poema póstumo de Szymborska que acaba de publicar Bartleby.
Cuando no puedes acceder por cuestiones de idioma al manuscrito que te plantas publicar, ¿buscas un traductor o te fías del criterio de quien te lo descubre y recomienda?
Las prosas de Szymborska las leí en un inicio en italiano y luego ya pedí la traducción en castellano, aunque también es cierto que si es Arnold quien me recomienda un determinado texto, me fio completamente, no necesito leer el texto para decidirme. En otros casos, intento buscar a alguien que me pueda leer el texto y así decidir posteriormente si publicarlo o no. Aunque, por lo general, suelo fiarme bastante de quienes me recomiendan un determinado manuscrito o autor.
No puedo preguntarte acerca de la historia que rodea la publicación del ensayo, Barça. Del futbol total al fútbol cuántico de Sandro Modeo, sin duda el texto más heterodoxo y, en cierto modo, sorprendente del catálogo de Alfabia
Llegué al libro de Modeo a través de Irvin Welsh, que escribió precisamente el prólogo. Me sorprendió y me interesé por este libro cuando por internet leí el texto de Welsh, en el que el director de Trainspotting comentaba que había descubierto un libro de un periodista deportivo con el cual compartía la misma teoría, es decir, la idea de que el juego del Barça de Guardiola era equiparable a una ópera, a una sonata e, incluso, a la física cuántica. Moneo compara el sistema de juego de los jugadores del Barça con distintas manifestaciones culturales y científicas: lo compara con aspectos teóricos de la física o de la química, pero también con manifestaciones musicales, como la ópera. No me arrepiento en absoluto de su publicación, aunque también es cierto que, hoy por hoy, lo hubiera sacado en una nueva colección que vamos a tener, Stromboli, para así no mezclar tanto tipo de libro diferente en un único catálogo.
El texto de Modeo es un ensayo, el de Fernández Martorell tiene una textura ensayística, ¿distingues entre ensayo y narración en el momento de editar? sobre todo, cuál es el ensayo que te interesa y quieres para tu editorial?
Sí, el libro de Modeo es un ensayo, mientras que el de Fernández Martorell es un ensayo novelado, un libro que considero muy interesante y, precisamente por esto, un libro que no dudé en publicar. Entiendo perfectamente que algunos no encuentren interesante el texto de Modeo o que incluso consideren absurdo comparar el juego del Barça con una sinfonía, pero creo que es un texto muy digno. En este sentido, no distingo entre géneros, aunque si es verdad que, al menos hasta ahora, doy prioridad a la ficción y esto se ve en el catálogo.
Sin descartar, sin embargo, el ensayo. ¿Cuál es el ensayo que te interesa y quieres para tu editorial?
Por lo que se refiere a mí, en cuanto lectora y editora, el tipo de ensayo que me gusta es aquel que empezó a publicar, cuando yo todavía trabajaba con ellos, y que sigue publicando Alpha Decay; pienso, por ejemplo, a La pintura de Manet de Michel Foucault o Plotino, la simplicidad de la mirada de Pierre Hadot. Son un tipo de ensayo del que, aun ya no formando parte del equipo de Alpha Decay, sigo siendo lectora, además de ser muy amiga de Enrique Benítez Palma [el editor de Alpha Decay]. Hablando ya como editora, me gustaría, por un lado, poder publicar en Alfabia una colección de ensayos de este tipo pero, por otro lado, en general, todos estos libros, absolutamente necesarios y muy buenos, son de muy largo recorrido. Cuando dejé Alpha Decay y creé Alfabia, quise cambiar un poco mi horizonte.
En una entrevista, comentabas que todo editor debe ser consciente de dónde puede vender sus libros y dónde no. Comentabas que, en tu caso, era ridículo proponerse la idea de estar en la librería de El corte inglés, por ejemplo
Yo creo que soy la única, o al menos una de las pocas, editoras en España que no se queja del distribuidor. Yo tengo un trato muy familiar con mi distribuidora y, además, estoy convencida de que la editorial y la distribuidora deben funcionar, en cierta medida, como un matrimonio: ellos deben ser conscientes de lo que yo publico, y afortunadamente mis distribuidores lo son pues leen todos los libros, y yo debo ser consciente de lo difícil que es poner determinados libros en los estantes de algunas tiendas. Yo he ido con Mosquitos de Faulkner a El Corte Inglés y me he dado cuenta de que era absurdo pretender que ese libro estuviera en sus estantes. En estos cinco años yo he adquirido una identidad, que a mí me gusta, pero reconozco que puede ser definida como de alta literatura; por tanto, no puedo exigir que Faulkner o Saul Bellow estén en un gran almacén, por ejemplo, no les toca. Es verdad que después de que fuera reconocida como la mejor obra narrativa publicada del año, la novela de David Vann estaba en todas partes, Sukkwan Island llegó a estar en los aeropuertos, pero en ese caso era comprensible: había tenido un importante reconocimiento y un gran éxito de lectores. Le tocaba estar en la librería del aeropuerto, a David Vann sí, pero a otros no.
Estar en unos determinados estantes y no otros implica, a su vez, tener un determinado público-lector y no otro
Cada editor tenemos que medir muy bien qué tipo de lector tenemos y, partir de aquí, tenemos que exigir a la distribuidora que nuestros libros lleguen allí donde acudirán nuestros lectores, pero no en otros establecimientos. El libro, autónomamente, coge su propio camino, cada libro tiene su propio recorrido y no podemos forzar a los libros a ir en circuitos que no le pertenecen.
Ahora que ha finalizado la la Feria del libro, me gustaría saber tú opinión en cuanto editora con respecto a las críticas que –como también con Sant Jordi- recibe en cuanto escaparate para autores mediáticos, para el libro convertido en producto de mercado y por no consagrarse a la literatura con mayúsculas
En la Feria del libro de Madrid, cada libro tiene en su sitio y así cada autor. En la Feria encontramos a quienes persiguen a Belén Esteban o a Frank de la Jungla para conseguir una firma, pero también están nuestros lectores que aprovechan la ocasión para acercarse a la parada y hablar con el editor para comentarle lo que ha leído, para que tú editor le recomiendes una nueva lectura. Tras la publicación de la entrevista que me hicieron junto a Carmen Romero, se acercaron al estand muchos lectores interesados por Artemisia de Anna Banti, luego hay muchos lectores que vienen con el recorte de alguna reseña publicada en algún periódico, muchos se dejan llevar por las recomendaciones de los críticos de los que más se fían. Para nosotros la Feria es la oportunidad de hacer nuevos lectores y de medir el pulso de la editorial; este año, por ejemplo, vimos que tras cinco años, el nombre de Alfabia no sólo era reconocible, sino que para muchos Alfabia era sinónimo de buenos libros, de libros que valía la pena leer aun no conociendo el autor.
Con respecto a las pequeñas y medianas editoriales, la figura del editor adquiere una mayor presencia durante la Feria, en cierta medida, es quien da la cara por sus libros, es la cara visible del sello y del catálogo
Si, exacto, y en la Feria esta circunstancia se da todavía más. Yo soy la cara visible de Alfabia, y, en mi caso es todavía más evidente, porque soy yo quien lleva la prensa de la editorial porque nadie va a defender mi libro mejor que yo. Cada nuevo libro es como un parto, cada nuevo libro tiene su historia y su recorrido por hacer y yo mejor que nadie conozco esa historia y sé que recorrido merece tener cada nuevo libro. Yo sé cómo abrir el canal para cada libro y no creo que la manera más adecuada sea la de enviar un e-mail colectivo anunciando su publicación a todos los medios; creo, por el contrario, que hay que acercar el libro al lector que sí va a estar interesado, hay que hacérselo llegar al crítico que le va prestar atención porque le resultará interesante y así, a poco a poco, darle al libro la visibilidad que merece y en los circuitos que le pertenecen.
Diana Zaforteza con Lou Reed
¿Cuánto tienes presente al lector en el momento de decidir publicar un texto o no?
En un cincuenta por ciento se tiene en cuenta al lector y, en cuanto al otro cincuenta por ciento, tengo en cuenta mi criterio literario. Por una parte, es necesario pensar si un determinado texto va a gustar a los lectores, en concreto, a los lectores de tu editorial y, por otra parte, quiero mantener un criterio propio y ser coherente con ello, publicando aquello que yo creo que vale la pena y que considero indispensable. No vale la pena publicar por publicar; yo quiero que los libros de mi catálogo dejen una impronta, que queden, y no que sean efímeros. No me interesan aquellos libros que en pocos meses pueden vender una barbaridad, pero que luego son abocados al olvido
En el corto de Carlota Frisón, Poros abierto, interpretas a una librera que aconseja unos libros a un cliente, mientras éste te habla de su vida, sus experiencias y sus sentimientos. Como editora y como lectora, ¿cuánto de identificas con el personaje?
Creo que el tipo de novela que yo publico son novelas que tienen en sí mismas todos los temas básicos de la literatura universal, pero también inherentes a la naturaleza del ser humano: el amor, el desamor, la muerte…en una buena novela aparece todo, la novela lo contiene todo. Me identifico con el personaje del corto porque creo que cada libro tiene su lector y sé que si aconsejo bien, la persona a quien he recomendado un libro, tras haberlo leído, me llamará para decirme “gracias, este es el libro que quería y del cual he aprendido”.
En el momento de crisis que vive la cultura en general y, en el caso que nos ocupa, el sector de libro, la unión de autores, libreros, editores y críticos parece que no llega. No tienes la sensación de que no hay consciencia de estar todos en el mismo barco, de batallar todos por el mismo proyecto.
Todos estamos en el mismo barco, tenemos que esta todos a una, pero en la práctica no es así. Debería haber un compañerismo que no existe y esto me molestan mucho. Estamos todos en lo mismo, no me parece correcto y tampoco creo que tenga sentido que los ediotres nos peleemos por una obra: no me quites un libro o un autor que yo no te lo voy a quitar, no tiene sentido fastidiarse los unos a los otros. Al fin de cuentas, las pequeñas o medianas editoriales, todas nosotras nos dirigimos hacia un lector muy similar, todas tenemos que afrontar las mismas dificultades, así que antes de batallar, mejor ser solidarios, sobre todo porque es para el bien de todos. Sin embargo, creo que no todos son conscientes de que todos estamos en el mismo barco y que tenemos un mismo proyecto; no todos se dan cuenta de que existen auténticas heroicidades, como por ejemplo la de Sexto Piso publicando El plantador de tabaco de John Barth. Hay que aplaudir y reconocer estas heroicidades, habría que felicitarse unos a otros entre los editores y ayudarse, mucho más de lo que se hace.
Para ir concluendo, en la entrevista que os hicieron conjuntamente, Carmen Romero decía que lo primero que hacía antes de leer un libro es ver quién lo había traducido. ¿Qué importancia tiene para ti el traductor en el momento de editar un texto?
Carmen Romeron es traductora y como tal sabe la importancia de la traducción y la valora; la valora a tal punto que aprendió italiano sólo para poder traducir Artemisia; tras leer la novela de Banti se dijo que debía aprender italiano para poderlo traducir y así, en dos años, ya estaba en ello. La figura del traductor es muy importante, por ello antes de encargar una traducción te informas, intentas que alguien te recomiende algún traductor para ir así sobre seguro. En el caso del inglés, Ben Clark es un hacha y con sus traducciones de George Saunders lo ha demostrado. Por otro lado, recibimos en la editorial fragmentos traducidos que traductores que nos proponen obras, por ejemplo del sueco o de otras lenguas, que no han sido traducidas y que según ellos valen la pena.
Entre tus traductores están Daniel Gascón y Ben Clark, ¿crees que el hecho de que el traductor sea a su vez autor aporta un plus a la traducción?
Quizá en algún momento concreto de la traducción consiguen adaptar la versión original a la lengua de recepción con más habilidad, consiguen unos giros lingüísticos y literarios que, a lo mejor, alguien que no es creador no hubiera hecho. Ben Clarck es un poeta excelente y seguramente cuando se encalla consigue salir del embrollo con más facilidad por su habilidad literaria con respecto a un traductor que, al no ser creador, es más metódico, se ciñe más al texto y no encuentra estos giros literarios que un traductor/autor sí que consigue.
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