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Dietario de la crisis: ¿Por qué esto no es una crisis?

Por Alfonso Vila , 2 febrero, 2014

 

Crisis han habido muchas. En 1873 hubo una gran crisis capitalista, pero nada cambió. En 1929 hubo otra gran crisis capitalista. Y fue peor que la anterior porque el capitalismo estaba mucho más extendido. Pero nada cambió. El capitalismo se resintió gravemente pero se pudo recuperar y seguir igual durante casi un siglo más. ¿Por qué? Primero por la Segunda Guerra Mundial (nada tan bueno para el capitalismo como una buena guerra), y segundo por el peligro rojo, que fortaleció a los países capitalistas al verse abocados a entenderse frente a un gran enemigo común (la recuperación de Europa después de la guerra, el famoso Plan Marshall, una ingente aportación de dinero por parte de los americanos, no se entiende sin el miedo a que los países de Europa, muchos más de lo que ya habían caído bajo el poder de Moscú, se deslizaran peligrosamente hacia el bando comunista).

 

Ahora la situación es muy diferente. El capitalismo ha muerto de éxito (cómo dijo alguien que pasaría), ha llegado tan lejos que ya no puede avanzar más. Pero además hay una serie de factores que no se suelen ver a simple vista, son factores psicológicos. Él capitalismo es el invento del capital y el capital son un grupo personas que tienen un gran poder y una gran riqueza y estas personas se mueven en una dirección u otra según sus intereses. Algunas veces los intereses del capital coinciden con los intereses de las otras clases (por ejemplo, Henry Ford, gran capitalista, decía  que “había que pagarle bien a los obreros para que pudieran comprarse un coche” (un coche, evidentemente, de los que él fabricaba). Pero otras veces los capitalistas, los que controlan el capital, deciden que los demás les molestan, que son un obstáculo para sus propios intereses y se meten de cabeza en una estúpida espiral de egoísmo narcisista (los nobles rusos o los nobles franceses, por ejemplo, dando la espalda al proletariado y a la clase media, justo cuando peor se ponían las cosas). Eso es lo que está pasando ahora. Con la diferencia de que ahora las cosas están mucho peor de lo que estaban hace cien o doscientos años. O incluso hace 50 años, antes de la globalización. Ahora la economía  y la sociedad globalizada, unidas a la superpoblación, la falta de recursos y los graves problemas ecológicos hacen que las malas decisiones de las élites gobernantes (la “ceguera” de los ricos, como dicen algunos), no tengan vuelta atrás: nos sitúan a todos (a ellos también) frente al abismo. En un punto donde no hay vuelta atrás y el desastre es inevitable. Y sí, desgracias y catástrofes han habido muchas, pero solían ser fenómenos locales o regionales, ahora los problemas son mundiales y por tanto las soluciones son mucho más difíciles de encontrar y, si se encuentran, no son efectivas a no ser que resuelvan los problemas a nivel mundial, cosa que evidentemente no ocurre nunca. Es como intentar detener una riada poniendo sólo pequeños diques en algunos puntos. No funciona.

Todo esto viene a colación de un texto que he leído recientemente en el periódico El País. Otro de esos artículos lúcidos que no sé si sirven para algo. No puedo evitar citarlo, como punto final de esta rápida reflexión:

 

“Finalmente, existe un cuarto grupo formado especialmente por las élites financieras  y las grandes corporaciones. Su ceguera es debida a intereses de grupo y falta de empatía con el resto de los ciudadanos. Se ven como ciudadanos de un mundo globalizado que han roto toda relación emocional con las clases medias nacionales.

(…) Todas estas élites han roto los lazos emocionales con las clases medias y trabajadoras, y ya no se ven compartiendo un futuro común”.

 

(La ceguera de nuestras élites. Antón Costas, El País)

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