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Dime con quién andas, y te diré cómo debes ser

Por Emilio Calle , 23 mayo, 2014

Sin título

H. P. Lovecraft ya nos advertía en A través de las Puertas de la Llave de Plata que “ni la muerte, ni la fatalidad, ni la ansiedad pueden producir la insoportable desesperación que resulta de perder la propia identidad”. Como el temerario explorador de pesadillas que fue, sus escritos ganan en relevancia con el tiempo a medida que el futuro nos arrolla. Si desconocer la propia identidad siempre ha sido uno de los grandes temores (que no hay fe, moda o droga que lo extinga), la llegada de la red a nuestras vidas ha provocado un caudal de ondas concéntricas (como una piedra en el agua de un estanque) que poco a poco se está llevando lo que nos define más íntimamente. A veces parece que ni siquiera Lovecraft hubiera sido capaz de imaginar el abismo que se abre frente a nosotros, en cada una de nuestras pantallas. Hemos pasado del viejo adagio “dime con quién andas, y te diré quién eres” a un peligrosísimo “dime con quién andas, y te diré cómo debes ser”.
Dos aplicaciones diametralmente opuestas entre sí parecen refrendar esta creciente pérdida de identidad.
Por un lado, Amnistía Internacional ha aprovechado la difusión que proporciona Facebook, para lanzar una campaña con el fin de prevenirnos usando un lema que no necesita mayor explicación: “Ten cuidado con lo que escribes, tu vida social puede traerte muchos problemas”. Intentan evitar (y nos invitan a hacerlo nosotros con una carta conjunta al ministro de justicia) que siga prosperando sin la oposición deseada la conocida como “Ley de Seguridad Ciudadana”, la cual apuñala de manera miserable nuestro derecho a opinar, a reunirnos o a protestar pacíficamente. En su interior esconde un fantasma que no tarda en reaparecer en cuanto es la oscuridad la que nos gobierna. Será legal elaborar un registro con los nombres de todos aquellos que hayan sido sancionados.
Vuelven las listas negras (aunque es probable que nunca se hayan ido). Ahora todos podemos ser parte de ellas.
Una sencilla aplicación, un algoritmo que baraja los datos más comunes de nuestro perfil, nos permite comprobar el nivel de peligrosidad que representamos, las razones que garantizan nuestro ingreso en alguna de esas listas. Basta con visitar esta página
https://apps.facebook.com/la-lista-negra
y descubrir cuál es la naturaleza de nuestra identidad a ojos de los que nos quieren cegar. Y me permito dudar que haya un solo usuario en el mundo que pase la prueba sin quedar contaminado y terminar en un listado de lo que ellos puedan llegar a entender como indeseables.
Por otro lado, otra desconcertante aplicación que se puede utilizar en esta página
http://popularity.csail.mit.edu/
nos sitúa en ese siempre resbaladizo terreno en el que uno nunca sabe si lo que le cuentan va en serio o es una broma. Una serie de compañías privadas han elaborado un (suponemos que complejísimo) estudio para descubrir (y quién lo hubiera podido imaginar) que mientras hay fotos que las ven miles y miles de personas, hay otras, ¡sorpresa!, que no las mira ni Dios cuando se aburre. Angustiados por esta inesperada conclusión, no han tardado en ponerle remedio al dislate. Utilizando la base de datos de Flickr, con más de dos millones de fotos en ella, ahora se jactan de estar en condiciones de predecir (el verbo es suyo, nada me invento) lo popular que puede llegar a ser una imagen que compartamos en la red. Así que uno puede elegir, por ejemplo, uno de sus “selfies”, subirlo a la aplicación, y tras unos segundos de angustiosa espera, conocer nuestras posibilidades reales de lograr esa, al parecer, tan deseada popularidad, la tan necesaria notoriedad. O el retrato del recién nacido, o esa foto que hicimos y que nos parece una maravilla, o una instantánea que encontramos divertida. Saber qué opinan los demás antes de que los demás opinen. Y problema resuelto.
Si vamos a tener que mesurar nuestras inquietudes, aquello que nos define, por temor a quedar impresos en una lista de arrinconados, o nos toca aguardar a que alguien sentencie sobre el impacto que tendrá una imagen que queramos añadir a nuestros perfiles o a nuestras páginas, no parece nada arriesgado pensar que muy pronto dejaremos en manos de otros la custodia de nuestra identidad. Nos convertiremos en lo que ellos quieren. Y finalmente sí que será el chip de nuestro carnet el que contenga la totalidad de lo que somos.
Se avecinan nubes de tormenta.
Vamos, que yo ya no me fío ni del espejo.


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