Discreción, gramática del lenguaje
Por Eduardo Zeind Palafox , 22 agosto, 2014
Difícil labor es discernir qué sea la razón, pues la razón, por sí misma, se justifica dándonos razones. La razón da razones a la imaginación, que se conforma con lo extravagante, con lo luminoso, con lo sonoro, con lo grave, con lo agudo. El pensamiento agudo simula siempre encontrar primores, gemas, donde todos veían polvo; el grave hace de lo insípido cosa de importancia, de nota, magnánima, digna de ser atendida; lo sonoro, a su vez, con su estrépito alerta hasta al más sosegado, y lo luminoso, como somos enfermos visuales, nos deslumbra, sea lo que sea.
La razón, a diferencia de la memoria, recoge, ordena e interpreta, y no como la memoria, que sólo recoge y a veces ordena. Y es que ordenar ya es interpretar, elegir, colocar. Lector, antes de que sigas leyendo te advierto que sólo escribo lo que el talante y gusto me dictan, lo que significa que lo que lees es un mero palique, divertimento de redactor ocioso. Y pues estás advertido, prosigo.
La razón, decía, interpreta, encuentra lo esencial de las cosas, su sitio en el cosmos, digamos. La esencia de las cosas está, dicen los filósofos, en su “ser”, siendo, incrementándose. ¿Qué es el “ser”? Dice Zubiri que para los griegos el “ser” era asunto alto, sonoro, agudo, fin, y que para Hegel era una simplicidad, lo “más pobre” que hay, inicio. ¿Qué es ser “pobre”? Es, sobre todo, carecer de riquezas, nulidad. ¿Y qué son las riquezas? Son variedad, distinta de la variabilidad.
Hay cosas simples que varían, que cambian, como unos “tiernos miembros” que se cubrieron de “áspera corteza”, que dice Garcilaso, y hay cosas ricas que jamás sufren devenir, como la poesía pagana, que formando o no argumentos cristianos es bella. Lo simple, sin variar, es mera cosa, pieza dispersa, sin relación alguna. La razón, dijo Hegel, se encarga de encontrarle lugar a las cosas simples, o por mejor decir, de hallar el “espíritu vivo de lo real” de las cosas.
¿Y qué será eso de “espíritu”? Tengo para mí que “espíritu” es lenguaje, el lenguaje de las cosas, o del mundo, o de ambos. La bandera que posa sobre la pared abandonada, olvidada, muere por “banderizar”. Hay “espíritu” en la bandera cuando ésta “banderiza”, cuando pasa del estatismo al movimiento, pero a uno perceptible no para los ojos, sino para la razón. ¿Qué es una bandera movida por el aire? Tela víctima de la contingencia.
Un licenciado que acompañó al Quijote a las bodas de Camacho y Quiteria dice de Basilio, al que le robaron a Quiteria, lo que se leerá: “mira de cuando en cuando al cielo, y otras veces clava los ojos en la tierra, con tal embelesamiento, que no parece sino estatua vestida que el aire mueve la ropa”. Basilio, visto así, es una bandera que nada “banderiza”, o que “banderiza” la nada; así es una trágica imagen, un ser con “espíritu” muerto, ya irreal y con un pie en el cielo.
Pero hay que tener cuidado, porque muchas veces el lenguaje, por el simple hecho de ser neutral, objetivo, de estar vacío, nos hace ver tragedias adonde sólo hay substancias inertes. Bien dice el licenciado citado que “la discreción es la gramática del buen lenguaje”, siendo el lenguaje la razón. Cuando el lenguaje sale de sus casillas, de las categorías mentales que lo rigen, empieza a desordenar el mundo, a revolverlo, a confundirlo, a taracear excesivamente.
El “Quijote”, libro de lenguaje más impreciso que hermoso, está hecho con prudencia y jamás confunde, aunque mucho juega con la realidad y la fantasía. ¿Algún día habrá un hombre capaz de leer el “Quijote” inteligentemente, filosóficamente? Cierro mi peroración citando a Leopoldo Alas, que al respecto, en su artículo “Del Quijote”, escribió: “Fuera de aquí, como aquí, las alusiones “quijotescas” abundan; pero en lugares comunes de generalidad evidente, que no revelan el directo e íntimo estudio del `Quijote´”. La razón, que dijimos es lenguaje, cuando intima con la realidad, con las cosas, cuando las trata directamente, se hace substanciosa, ordenada, apacible, mas pierde un poco de adorno y de exaltación, pérdida que mucho disgusta a los embelecadores.
Profesor Edvard Zeind Palafox
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