Disidencia, capital, complicidad y extradiciones (el caso de Alexander Pavlov)
Por Ignacio González Barbero , 29 julio, 2014
Por Cristóbal Vergara Muñoz.
Alexander Pavlov
Hoy traigo a la actualidad uno de esos asuntos severamente desconocidos que los medios no cubren y que guarda cierto paralelismo con casos como el de Assange o Snowden. A uno a veces le toca toparse con injusticias directamente o con personas a las que de algún modo u otro les afectan directamente estos casos. Y no me refiero a esas injusticias diarias que vemos diariamente por la televisión (deshaucios, leyes recortadoras de libertad, el drama económico…); a eso ya nos tienen mas que acostumbrados y tristemente casi vacunados. Por circunstancias personales me topé con un caso particular de violación de los derechos humanos, uno de esos casos en que alguien se vuelve demasiado molesto para el poder y, entonces, la reacción de éste es anularle, convertirle en criminal y por último, negar su condición de ser humano encerrándole y privándole de derechos.
El caso del que estoy hablando es el del opositor político de Kazajstán Alexander Pavlov. Seguramente no sepamos quién es este señor ni qué tiene de interesante. Vamos a resolver esta duda entonces. Alexander Pavlov es simple y llanamente un guardaespaldas, ni siquiera un activista político, ese es su trabajo; más bien era. ¿Y a quién guardaba las espaldas? A Mukhtar Ablyazov, verdadero objetivo de la trama ante la que nos encontramos. Ablyazov es un conocido empresario y principal opositor político del presidente de Kazajstán, el señor Nursultán Nazarbáyev, que ocupa su cargo desde 1991 y entre otras cosas y gracias a una ley de 2011, lo va a mantener de manera vitalicia. No voy a entrar en tecnicismos ni en batallas sobre ideologías políticas, pero todos sabemos que un presidente que ostenta su cargo de manera vitalicia puede que efectivamente no sea un dictador sobre el papel, pero a efectos prácticos lo es completamente. Entonces, ¿por qué hablar de este Alexander Pavlov? Es únicamente un ser humano que trabajaba para el rival del poder, un damnificado del ámbito económico-político; ni siquiera es un político en sí mismo, sino solo un trabajador y alguien simpatizante de la oposición a la oligarquía de Kazajistán. ¿De qué se le acusa? Desde el 1 de junio de 2013, Pavlov permanece arrestado en Madrid debido a presuntos delitos. Se le imputan delitos de terrorismo en la ciudad de Almaty que de hecho no se llegaron a producir y además de eso, se le inculpa de un delito de fraude bancario: habría estafado al BTA Bank, obteniendo un crédito de 22,5 millones de dólares de forma fraudulenta. ¿Cual es el problema entonces? Organizaciones como Amnistía Internacional consideran las acusaciones contra él manifiestamente falsas y, por si fuera poco, advierten del peligro de tortura que corre Pavlov si es finalmente extraditado ya que el poder político kazajo busca información valiosa sobre Ablyazov.
A ningún ciudadano decente le agradan o le gustan los terroristas, los estafadores o defraudadores y lo primero que se ha hecho con Pavlov ha sido tacharle de eso. El caso de Pavlov presenta a todas luces numerosas irregularidades que nos pueden servir para elaborar una reflexión sobre cualquier situación política en cualquier país presuntamente democrático. Sabemos perfectamente que la oposición al poder establecido es en cualquier lugar del mundo cuanto menos peligrosa (si bien es cierto que los métodos de represión de esta oposición no son iguales según el lugar del mundo) y me atrevería a afirmar que, de un modo u otro, al igual que Snowden o Assange, Pavlov es alguien profundamente molesto para un determinado poder regional que no quiere fuerzas que se le opongan. Vivimos en “sociedades libres”, pero nuestras sociedades hacen negocios con países que violan los derechos humanos de manera sistemática y que además son dictaduras de facto menos en el papel.
Nuestro país España juega un complejo y en realidad sencillo papel en el caso de la extradición de Alexander Pavlov, que no es más que otro juego en que los intereses económicos prevalecen sobre el derecho de las personas. Efectivamente, el guardaespaldas del disidente kazajo solo se ha convertido en una mercancía molesta que el establishment kazajo quiere esconder bajo la alfombra para que nunca mas se vuelva a ver. Es significativo entonces que nuestros dirigentes se llenen la boca de discursos defensores de los derechos humanos cuando en realidad lo que sabemos que hay es que quienes se reparten el poder en nuestro país están mucho mas preocupados de que los contratos millonarios entre empresas “españolas” y empresas de Kazajistán lleguen a buen puerto.
No olvidemos que vivimos en una monarquía parlamentaria en la que el rey “sea el nuevo o el viejo” se reúne cada año con los empresarios mas poderosos de nuestro país para darles palmaditas y alentarles a seguir haciéndolo aún mejor. No es novedad a estas alturas que la mayoría de ciudadanos somos conscientes de que el poder político está en las mismas manos de las élites económicas. Sin embargo, encontrarse cada día con casos como el de Pavlov da al menos que pensar sobre la manera de actuar y tomar decisiones de nuestra democracia tan interesada en hacer negocios y el hacer fluir al capital.
Mariano Rajoy y Nursultán Nazarbáyev
El pasado septiembre nuestro presidente Mariano Rajoy y el presidente vitalicio de Kazajistán, Nursultán Nazarbáyev, firmaron contratos económicos entre nuestros respectivos países por valor de más de 600 millones de euros. Y perfectamente podemos entender que cuando hay dinero de por medio, la lucha por la libertad y la justicia se complica. Entre otros España vende trenes Talgo a la compañía ferroviaria kazaja o aviones de transporte táctico militar C-295 a través de Airbus Military. Por añadir un dato de realidad a este artículo, el coste unitario de cada avión (al que habría de sumarle muchos extras) es de 28 millones de euros y España ha vendido 8 de estos modelos a Kazajistán.
El caso de Pavlov es por tanto un caso relativamente típico de oposición a un régimen que ostenta el poder político en favor de los tejemanejes económicos de una casta empresarial y sinceramente creo que para nosotros europeos, esta idea debería resultarnos muy familar. Nosotros, como buenos europeos y país moderno, hacemos negocios con quien haga falta con tal de conseguir contratos. Esa es sin duda la moralidad del poder europeo sea del país que sea, denunciar los abusos de derechos humanos sobre el papel con una mano para firmar contratos millonarios para grandes empresas con la otra. El poder de hecho nos dice que todo esto es bueno, que el sistema en que “a los ricos” les va bien quiere decir que hay unas migajas que se revierten en beneficio de la población. Mucha gente podría argumentar que estos contratos son estupendos porque generan empleo, puestos de trabajo y un largo etc…
La dicotomía está muy clara; o ponemos por delante los derechos de las personas o hacemos que prime el interés económico y no nos preocupamos mientras no nos afecte a nosotros. Esa es en realidad la cara del caso de Alexander Pavlov. El poder económico ha decretado que él es peligroso, que hay que eliminarle por encima de su derecho a precisamente eso, a tener derechos. Por unas circunstancias u otras podemos identificarnos con él, es un hombre común que al llegar a relacionarse siquiera con la política eligió el “bando equivocado”, es decir en este caso, el bando perdedor. El dinero de los contratos sigue fluyendo y la extradición de Pavlov se hace aún mas inminente. O priman las personas o prima el dinero sobre ellas. El caso de Pavlov es solo uno mas pero podría tocarte a ti, o a alguien querido. Podemos ser conscientes de esta realidad o ser aquellos que sirven a los que manejan los contratos millonarios; políticamente hablando vivimos en una época convulsa y por ello tenemos cada día mas “Snowdens”, “Assanges” o “Pavlovs”. Aún estamos a tiempo y podemos cambiarlo, ¿o no?
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