Domingo Faílde, poeta de la Diferencia que se rebeló contra el frío del silencio
Por Antonio Rodríguez Jiménez , 12 febrero, 2014
Un poeta más se suma a la lista de desaparecidos ilustres. Aunque no fue uno más sino un poeta de la Diferencia, empeñado siempre en ser diferente, original, único, como todo verdadero poeta. Ha fallecido el poeta giennense Domingo F. Faílde, un escritor íntegro, coherente, de dilatada trayectoria, buena persona y poeta original por excelencia. Autor de libros como Náufrago de lluvia, Patente de corso o La noche calcinada, Domingo F. Faílde dijo que su escritura prevalece en la introspección. Está inmersa en un cierto existencialismo y, sobre todo intenta constantemente rescatar el yo. A la hora de hablar de su creación, este poeta de Linares, afincado en Algeciras durante muchos años y últimamente en Jerez de la Frontera, decía que en sus versos hay “un artificio, en el buen sentido de la palabra; es decir, moderado esteticismo (gusto por la dicción galana, frente al desgarro suburbial del realismo en uso) y la técnica imprescindible para escapar del minimalismo expresivo de los mass media y la creciente depauperación del lenguaje, que amenazan con reducirnos al silencio y al frío”.
Domingo F. Faílde (Linares, Jaén, 1948) se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Granada y fue profesor de Literatura hasta su jubilación el pasado año. Entre sus obras destacan Materia de amor (1979), Oficio y ritual de la nueva Babel (1980), Cinco cantos a Himilce (1982), Ese mar de secano que os contemplo (1983), Patente de corso (1986), De lo incierto y sus brasas (1989), Rosas desde el Sur (1992), El corazón del agua (1994), Náufrago de la lluvia (1995), Manual de afligidos (1995), La noche calcinada (1996), La cueva del lobo (1996), Dos de corazones(1998), Elogio de las tinieblas (1999), Conjunto vacío (1999), Amor de mis entrañas (2000), Testamento de Náufrago (2002), El resplandor sombrío (2005) y Las sábanas del mar (2005). Su obra ha sido galardonada con los premios Juan Alcaide, Ciudad de Algeciras, Miguel Hernández y Antonio González de Lama, entre otros, y figura en diversas antologías.
Ya desde su primer libro, Materia de amor, puede contemplarse su voluntad de incardinar el idioma hacia un espacio y un tiempo diferentes, porque es consciente de que la poesía es un hecho singular y que sólo “desde la diferencia el hombre es libre y se integra en el Universo. Porque el hombre está solo en el misterio, pero es el hombre quien ama y quien sufre”. Este libro es un arrebatado idilio amoroso, en el que el poeta y la amada buscan a través de él integrarse en lo telúrico y lo cósmico. Aquí se observan las concomitancias con poetas como Pablo Neruda.
En Oficio y ritual de la nueva Babel se adentra en el dolor, tanto en el colectivo como en el propio. Hay un pálpito extenso de humanidad marcada por un signo de desánimo y soledad, de la que el poeta se erige en compendio y espejo. Se trata de un libro ardoroso y patético, escrito en la incertidumbre de una esperanza conciliadora. En Cinco cantos a Himilce el poeta se escora hacia la épica, ejercicio poco común en su trayectoria. Sirviéndose del símbolo de Himilce –mujer de Aníbal–, presenta aquí a una Andalucía desnuda, casi harapienta, con sus múltiples connotaciones históricas, culturales y sociológicas, pero también de esplendor oculto presentido. En su poemario Ese mar de secano que os contemplo se sumerge ya de forma definitiva en una poesía de corte culturalista, donde no rechaza la ironía a ultranza y consigue un ritmo lento, pausado, armónico y hermoso.
Náufrago de lluvia es un libro muy coherente y bien construido, unitario en su contenido y, también, en su estética. Nos muestra un interesante tratado estético en el que se desnuda frente al silencio, frente al vacío que lo rodea y, al final del poemario, se salva del naufragio agarrándose al símbolo de la muerte entendida poéticamente como victoria: “… la impenetrable lluvia, como una nebulosa / rueda en la noche y sella / las órbitas desnudas del héroe muerto”. Su poesía aquí es una clara recuperación de lo que el tiempo sustrajo e instauración del espíritu en el centro del ser, que es el lugar a donde pertenece de manera natural la propia palabra del hombre.
La noche calcinada culmina la trilogía poética iniciada con Náufrago de lluvia y a la que siguió un año más tarde Manual de afligidos (un poemario es una bella galería de encuentros, reencuentros, fugas y desapariciones). Es un libro dividido en tres partes, “El túmulo de la luz”, “Milenio” y “Ocasos”, que trazan, en su triple resonancia de acabamiento y muerte, los pasos de un itinerario por la rabia contra lo presente, y, juntamente, la melancolía por lo pasado. La primera parte indaga en los ámbitos de la luz. En la segunda hay una incursión en las estancias de la historia que guardan algunas claves de las tinieblas actuales en que el poeta está sumido. La tercera y última parte del volumen es el regreso a la presencia de la noche, negación de la vida, que invade los dominios de la luz. El tiempo –como señaló el crítico Pedro Felipe Sánchez Granados–, recordando a Quevedo, es paradójico: “Nacer no es el comienzo sino el fin”. El ayer, el hoy y el mañana son una sola procesión de silencio porque no hay respuestas para nadie, incluidos los poetas.
La cueva del lobo llega tras la publicación de su trilogía sobre el fracaso de una generación. Se trata de un breve poemario donde el poeta, dueño ya de sí, afronta el tema de la muerte. También aborda el tema del túnel sin salida en el que está inmersa la Humanidad y la civilización occidental que ha perdido todo un sistema de valores que durante tantos siglos la sostuvo. Se trata de un poemario denso, fruto de una profunda reflexión.
Faílde publicó en 1999 Elogio de las tinieblas en el que destaca su estructura de discurso barroco. En la primera parte del intenso poemario, se observa la asunción del alma desligada del universo en permanente anhelo de integración al mismo. En la segunda, se impone el canon de sustentación histórica a esta pulsión meditativa (Velázquez, Celestina, Quevedo) y en la tercera proyecta los temas de desconsuelo hacia una esperanza. El crítico y poeta Antonio Enrique califica este libro de breve, lúcido, depurativo, que concierta en un relámpago los mejores rasgos estéticos, al tiempo que permite vislumbrar nuevos destellos en este camino solitario de poeta. La oscuridad es la gran metáfora del libro. Lo oscuro es el trasunto del desvalimiento del hombre, de su condición de náufrago o de mártir. El pesimismo y la desolación abundan en la recreación de temas como el de la brevedad de la vida o el de la precariedad de la existencia, amenazada siempre por el dolor, la angustia, la enfermedad; a lo que hay que unir la meditación sobre la condición mortal del ser humano, en registro muy claramente existencial.
Domingo F. Faílde dejó escrito que la realidad, sin duda, puede ser percibida por todos, pero es interiorizada por cada uno. La poesía, pues, añade a lo unívoco una luz humanizadora, en virtud de la cual el poeta recrea el universo. “La poesía es expresión de lo plural singularizado”, por eso es tan necesario leer su obra y ver el mundo a través de sus ojos, pues nos encontraremos con una belleza insólita y singularísima. Domingo F. Faílde ha desaparecido pero su obra estará ahí para siempre y estará vivo para todos lo que quieran acercarse a sus versos.
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