Dulcinea es Venus
Por Eduardo Zeind Palafox , 11 septiembre, 2014
He leído la mayor parte de la filosofía occidental y todavía no encuentro un autor, autoridad, que se ocupe de sacarle todo el jugo al «Quijote». Don Quijote de la Mancha, como es andante, no se deja detener; él, héroe de España, a todos alcanza, pregunta, mas nunca es interrogado, importunado por algún pensador de notabilidad, de penetración intelectual, sensitiva, humana.
¿Qué hubiera pasado si Cervantes hubiera encajado en su hermosa obra algunos diálogos platónicos y no sólo ciceronianos? Los diálogos del «Quijote», que son en realidad monólogos esgrimidos oportunamente, abren caminos al pensamiento, pero no recorren las asperezas inauguradas. Muchos párrafos quijotescos son importunaciones, saltos, vueltas, rodeos, paráfrasis, bellos galimatías que podrían hacer que cualquier filósofo analítico, digamos, enloqueciera.
La historia del encantamiento de Dulcinea, llena de paradojas, de ricas contradicciones, fantasías y secretos, nos obliga a preguntarnos por la esencia del pensamiento español de los siglos XVI y XVII, donde se incubó, niéguese o afírmese, la filosofía de América, amadora de lo cortés. ¿Qué es la cortesía? Ortega y Gasset pensaba que la cortesía es un signo de superioridad, de dominio de sí mismo. La cortesía, el ceder el paso galanamente, delata una sobra de tiempo. El tiempo, para una cultura saturada de arabismo, es río que corre callado, que baña la psique y que no va a lugar alguno: un fenómeno eterno. El Quijote creía fervorosamente en la eternidad, y no sé si alguien ya lo notó y lo comentó.
Cervantes, usando las taxonomías de Xavier Zubiri, filósofo moderno, que es como decir ya avisado, desconfiado, sin saber cómo lo hizo meditó sobre las categorías de «causa», «materia» y «esencia»; o mejor dicho, no filosofó, sino habló a solas, porque filosofar es pensar con la consciencia, a lo humano, con los ojos bien abiertos, contando todas las condiciones posibles. Pero vayamos al asunto.
A Sancho Panza le exigen darse más de tres mil azotes para que desencante a Dulcinea, y éste, primeramente, se niega a hacerlo arguyendo: «¿Parí yo por ventura a la señora Dulcinea del Toboso, para que paguen mis posas lo que pecaron sus ojos? El señor mi amo sí que es parte suya, pues la llama a cada paso «mi vida», «mi alma», sustento y arrimo suyo». El Quijote, que secó su cerebro leyendo libros de caballerías, que le quitó la humedad, las musarañas, según mi ver, se enamoró de Dulcinea, del amor a Dulcinea y del ente Dulcinea.
¿Cuál es la causa que parió a Dulcinea? Los libros de caballerías, la literatura, que es una de las muchas imágenes del mundo. ¿Qué justifica la existencia de Dulcinea en dichos libros? Las ordenanzas caballerescas, un código. Adunar belleza y moral, sensibilidad y deseo, hizo que Dulcinea haya nacido, encarnado. Analicemos. El hombre, porque afana y teme, busca; el hombre, ciego o no, encuentra. Cuando encontramos lo deseado nos arrimamos a ello, y luego lo cuidamos, lo protegemos. ¿Pero por qué hacemos tales locuras? Porque vemos en lo deseado lo «objetivo», lo «ejemplar» y lo «esencial».
Cabalguemos y miremos los andurriales de la filosofía. El amor, como lo recto de la línea, es algo «objetivo», algo que sin que importe exista o no se tiene o no se tiene. Lo recto de la idea «línea recta» no depende de la existencia de una u otra línea, sino del deseo de rectitud. ¿No nació la geometría de la agrimensura y ésta del Derecho, que es romanticismo necesario para mantener la paz? ¿Qué acaece cuando encontramos, porque la buscamos, una línea recta? Localizamos lo «ejemplar». Lo «ejemplar», sostenía Platón, es una mera idea; y las ideas, afirma Zubiri, no influyen en las esencias, es decir, en lo «objetivo».
Los libros de caballerías, aceptados, leídos, ganándose el corazón de las gentes, su bondad, es decir su razón, formaron un como «mundo objetivo», esto es, algo independiente de los átomos, una casuística nueva; el recto amor a Dulcinea, a su vez, vino a ser la «esencia» de todo caballero, de la literatura caballeresca, que sin amor es árbol «sin hojas y sin frutos», o «cuerpo sin alma» o libro sin substancia; y la labradora vulgar, finalmente, recibió la gracia de ser lo «objetivo», código y literatura, norte de belleza y nata bondadosa.
Raimundo Llul, que inoculó en España varias teorías sobre el amor, sobre la atracción, sobre las energías que mantienen el mundo unido, ordenado, escribió: «El vínculo de la concordancia traba lo sumo con lo ínfimo; hay cierta universal amistad en las cosas, de la cual todas participan, y por eso algunos, entre ellos Homero, llaman a este nexo «cadena áurea del mundo, cinturón de Venus», o sea vínculo natural y simbólico de la armonía que las cosas tienen entre sí». La cita es extracto de la «Historia de las ideas estéticas en España», de Menéndez Pelayo, cita que explica por qué Sancho, amedrentado por Dulcinea, acepta azotarse a lo mosqueado.
Sancho es ínfimo y Dulcinea sumo bien, extremos que jamás se unieran si no fuera por el «cinturón de Venus», inexorable orden. Cervantes, sabidor de todas estas teorías, pidió indirectamente a Sancho se azotara ya no por Dulcinea, lejana, a la que no parió ni quería, sino por su cercano señor y amo, Don Quijote, a quien debía el pan, el vino y hasta Barataria. ¿Y por qué los duques prestaron a Sancho la ínsula Barataria? Porque no querían derrengar la casuística literaria, el «Quijote», que ya habían leído y al que ya se habían sometido. ¿Por ventura habrá sacado Spinoza del «Quijote», que mucho leía, sus axiomas sobre las causas lejanas, invisibles para el tunante, y cercanas, visibles para el discreto?
Paris, leyendo o no la obra de Homero, volvería a robar una y mil veces a Helena, pues la belleza es riqueza eterna y total, y no como la moral y la ciencia, que dependen del espacio y del tiempo, del capricho humano. Cervantes, como Dante, Shakespeare, Goethe y Homero, era un filósofo de los reales, no analítico, sí totalizador, y quería ser un Dios; o como dice María Zambrano en su obra «Filosofía y poesía», él quería ser «directamente creado por Dios, ser inventado exclusivamente por él; en realidad, más que ser hombre», Cervantes quería ser una «criatura única», adobada por sus virtudes, que demuestran la calidad del molde con que somos hechos.
Profesor Edvard Zeind Palafox
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