El amor deja trazos
Por Irene Zoe Alameda , 15 febrero, 2016
Claude Monet, Le Givre à Giverny, 1885 (detalle)
No importa cuánto me aleje de su pueblo, todos los parajes me recuerdan a los campos por los que anduvimos juntos. Iluminados y cálidos; o ahora, semi ocultos en nieve. En todas partes lo presiento.
No es probable que lo sepa. Pero el amor, que aprendí de él -una tierna solicitud de atención y cuidado- late hoy a través de mí.
Es verdad que el amor nos sobrevive, no muere.
Recuerdo haber leído sobre los restos en moldes de yeso de una pareja -un centurión y una esclava- abrazados bajo las cenizas de Pompeya. No los llegué a ver cuando acudí en su busca -sus cuerpos de aire debían estar en el taller de reparaciones en aquel verano de 2004- pero solo el hecho de saber de ellos -que habían existido, que un arqueólogo los había encontrado y sacado a la luz, que alguien había divulgado su hallazgo- me llenaba de una emoción difusa, gemela y plena.
«Me gusta estar contigo y, junto a ti, toco la inmensidad.»
El amor deja trazos. Y esos trazos rememorados -escuchados, tocados, vistos- por otros, desconocidos, y en otro tiempo, es revivido idénticamente, con igual intensidad y anhelo.
Involuntarios receptores de la vida. Firmes portadores del amor.
www.irenezoealameda.com
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