El animal que espera.
Por Carlos Almira , 8 junio, 2016
El hombre es el animal que espera. Podría darse esta definición, junto a las clásicas: zoom politicom, animal racional. El animal que espera, esto es, que orienta su acción y sus pensamientos; su percepción de la realidad; sus relaciones con los otros y, en general, su estancia en el mundo, a algo que está por venir.
El futuro es, así, una consecuencia y una parte de la espera. Es el contenido y la forma hacia los que el hombre dirige, por el hecho de serlo, toda su existencia.
Entre las cosas que el hombre espera, algunas las da por anteriores y ajenas a su voluntad, fuera de su alcance: la muerte y, en general, el acabamiento de las cosas: de la juventud, la amistad, el disfrute de la vida, la salud. Pero también de la angustia, el dolor, la incertidumbre vinculados con sus esperanzas y sus ambiciones. Esto que está más allá de su voluntad: el Universo y sus Leyes; la Naturaleza; Dios…
Pero el hombre también, si no sobre todo, es el animal que espera algo a partir de sus actos, sus pensamientos, sus emociones, sus creencias, sus relaciones con los otros. Incluso en su desinterés, es interesado, porque está al tanto de las consecuencias de todo esto. No tiene la vocación de arrojar su vida al vacío, sea lo que sea al final, de ésta. Cada uno de sus gestos, incluso su respiración cuando duerme, tiene, ha de tener, un eco para él.
Cuando los padres cuidamos a los hijos, cuando atendemos a nuestros amigos, esperamos que todo eso no caiga en el vacío, en saco roto; que tenga su mañana, bienestar, salud, afecto, su agradecimiento. Esto, el futuro no calculado por nosotros, desinteresado, es lo que da valor y sentido a lo que hacemos. No es el valor preciso y cuantificable del mercado, del que vende y compra, cuenta y recuenta su interés. Ni el valor del que espera, resignado, que el gobierno mejore con sus impuestos, las carreteras, o construya escuelas y hospitales. Es algo más difuso, menos predecible, pero no menos real ni menos operante como estímulo, motivo, y fuente de sentido.
El hombre es, pues, el animal que espera. Espera siempre, sea cual sea el nivel del futuro en que sitúe lo que ha de venirle: El Universo, la Naturaleza, el Mercado, Dios, el Estado con sus Impuestos, la familia, los amigos que van y vienen. Lo que espera no es sólo un valor equivalente, sino algo mucho más importante: un sentido que trasciende, más allá del momento de sus pensamientos y sus actos, y que forma parte de ese valor. Así es cuando reza, cuando produce y se reproduce; cuida de los suyos, aprende o adquiere una habilidad; entabla o rompe sus relaciones con los otros. Desde el mismo instante en que nace, hasta el momento en que muere, espera algo.
Por otra parte, cuando da por real y firme el mundo en el que su voluntad no interviene, lo supone dotado, no de un orden propio, de una estructura salida del azar, ciega y ajena al hombre que espera, sino como algo lleno de sentido, precisamente porque hay el hombre que espera. Esperar implica un sentido, esto es, un orden.
Incluso cuando deposita su voto en una urna, el hombre es el animal que espera, el animal donde todo esto está en curso, y entra en juego.
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