El anzuelo hecho de la nada
Por Eduardo Zeind Palafox , 5 mayo, 2014
Leía hoy el capítulo del `Quijote´ en el cual el caballero de las alegres figuraciones se ve apaleado por culpa de Rocinante, animal que debido a sus ganas de «refocilarse» con unas bestias femeninas se ganó un aporreamiento que marcó en sus lomos y en su memoria la idea de la prudencia. Fatigado, coloqué el grueso tomo de Cervantes sobre mi escritorio, y entreví por la ventana que llovía; pensé que mejor sería no salir de casa y leer a los autores castizos para solazarme. Revisé algunos papeles y algunos libros, y encontré un poema de Leopoldo María Panero titulado `La cuádruple forma de la nada´, que habla de un «anzuelo hecho de la nada». El poema me pareció bueno, por lo que lo leí varias veces.
Es harto sencillo, pensé, que un pueblo que no ha hecho su propia filosofía, que no ha aprendido a asirse de alguna metafísica, mitología, «Weltanschauung», concepción del mundo, muerda tal anzuelo, la «nada», a la que los políticos marxistas llamarían «ideología», que es un sistema de valores, según Louis Althusser, disfrazado de ideales. La «existencia» es algo concreto, decía Santo Tomás, mientras que el «bien» es un ideal; la «caridad» es cosa tangible, en tanto que la «bondad» es cosa ideal; en fin, que la «igualdad» entre los hombres es más un ideal que una realidad. Algunos hombres son peces libres, y otros pescadores condicionados a su barca; más los peces son los que pueden ser pescados…
Para que los hombres fuesen iguales sería necesaria la existencia de un juez supremo capaz de vigilar y de aporrear a los malos; tal juez es Dios, que malamente es para muchos un ideal y no una realidad. ¿Cómo hacer que un ideal se mude en realidad o que un concepto sea instrumento? Haciendo leyes, pero sobre todo haciendo que los hombres representen tales leyes. El problema de toda representación es que siempre parece un ideal y no una realidad. La realidad, desgraciadamente, sólo es atendida cuando es sorpresiva, cuando obliga al hombre a improvisar y a dar lo mejor de sí para no morir. El accidente podría ser, citando otra vez el poema de Panero, un «anzuelo hecho de la nada»; y la «nada», digámoslo en palabras claras, es lo que no tiene causa, lo que nace espontáneamente como el bicho, como el gusano, según la concepción que tenía Santo Tomás, concepción corregida tiempo después por Pasteur.
Me parece que Enrique Dussel vio que los países latinoamericanos constantemente sufren el «anzuelo hecho de la nada» que Europa y que los Estados Unidos les echan. Los ideales europeos tienen sus orígenes, sus motivos, pero puestos en tierras nuevas no los tienen. Dussel ha tratado con loables esfuerzos de comprender los orígenes de tales ideales, y lo ha hecho analizando la filosofía antigua, que es fundamento de la filosofía europea moderna. Es necesario, anota Dussel en su libro `Filosofía de la Liberación´, conocer a fondo a Aristóteles, que pensaba que todas las palabras tienen un origen humano, que toda palabra cuenta una historia, que toda historia está hecha de avatares económicos que vueltos reglas se hacen leyes, derecho, es decir, política. Quien impone las palabras da forma al pensamiento; y quien forma el pensamiento es quien echa a los demás un como «anzuelo hecho de la nada».
Ortega y Gasset, en su libro `España invertebrada´, apunta que son siempre los conquistadores los que dan forma, es decir, sentido al mundo, que sin hombres «nada» sería, según Santo Tomás. ¿Hacia dónde vamos? ¿De dónde venimos? ¿Quién responde tan fundamentales preguntas? Los dueños de las palabras, que son «anzuelos». ¡Vamos al cielo, sí, pero jalados por un «anzuelo»! Después de leer el `Quijote´ me gusta leer los periódicos, pues uno sufre menos los «anzuelos» de la prensa luego de leer a los clásicos universales.
En el periódico `Reforma´ leí un artículo bastante malo de un tal Roberto Zamarripa, titulado `La razón de Laclau´. Zamarripa cita el siguiente fragmento de una obra de Laclau que se llama `Hegemonía y estraga socialista´, que no entendí: «No se trata de romper con la ideología liberal democrática sino al contrario, de profundizar el momento democrático de la misma, al punto de hacer romper al liberalismo su articulación con el individualismo posesivo. La tarea de la izquierda no puede por tanto consistir en renegar de la ideología liberal democrática sino al contrario, en profundizarla y expandirla en la dirección de una democracia radicalizada y plural». Al acabar de leer tan feo fragmento me acordé de Karl Kraus, que cargaba siempre contra las palabras y los tópicos de la prensa vienesa, que más aturdían y anublaban que explicaban y aclaraban.
Kraus, que siempre estaba leyendo a Shakespeare, pensaba que las palabras «ampliado» y «profundizado» no servían para nada, que no decían nada, pero que parecían científicas sólo porque son ambiguas, «polisémicas», como dicen hoy los jóvenes semiólogos. Laclau no dice «ampliar», sino «expandir», que para el caso es decir lo mismo. ¿Qué imagina el pueblo cuando lee la palabra «profundizar»? Imagina políticos que filosofan cuestiones de ingente importancia. ¿Qué cuando leen «expandir» o «ampliar»? Imagina políticos con grandes proyectos. Hay aquí una enorme contradicción, pues los filósofos casi siempre buscan ensimismarse, ser autónomos, justos, mientras que los políticos buscan todo lo contrario. Tournier, citado en la `Lógica del sentido´, de Deleuze, afirma que lo profundo es poco amplio y que lo amplio casi siempre es superficial.
El filósofo, digamos para terminar, medita sobre la «nada», sobre lo que hay que hacer; el político, en cambio, lo hace sobre el «anzuelo», sobre lo que hay que obtener. La poesía de Panero demuestra que la poesía, como quería Aristóteles, es más filosófica que la historia, más apta para dilucidar las trampas del pensamiento. ¿Iba el Quijote a culpar a Rocinante de sus dolencias? No. El Quijote, que es poeta, que todo lo sabe y alcanza, conoce que Rocinante tenía necesidades insoslayables, biológicas, por lo que acepta las señales y avisos de la naturaleza; Sancho, al contrario, dice que Rocinante es un indecente, un destemplado, cae en el «anzuelo» de lo aparente, de la «nada». La poesía es el mejor anzuelo para pescar a la «nada», para matarla, para darle sentido al mundo.
E. Z. P.
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