El buscador de Google será un humano más
Por Rafael García del Valle , 3 julio, 2014
Ray Kurzweil, director de ingeniería de Google, ha asegurado que el buscador de Google será inteligente: “Interaccionarás con la búsqueda igual que con un ayudante humano”, ha dicho. El buscador mejorado ya no se limitará a ser un motor que devuelve una lista de enlaces como respuesta a las peticiones de los usuarios, sino que será capaz de razonar y tomar la iniciativa.
El software se basa en las teorías sobre inteligencia artificial que Kurzweil explica en su libro Cómo crear una mente, donde defiende que la ingeniería inversa es la solución a las limitaciones de la Inteligencia Artificial.
Según el autor, nuestro neocórtex, responsable del razonamiento y del pensamiento abstracto, reconoce patrones simples en un primer momento y, a partir de ahí, es capaz de estructurar la información en procesos cada vez más complejos.
Así, por ejemplo, en un acto de lectura, primero identifica las letras; después, las palabras; luego, reconoce el significado de las frases; y, finalmente, el sentido de la proposición.
El actual motor de búsqueda se limita a identificar los niveles básicos, como asociar las palabras con otras sinónimas, pero carece de la capacidad para comprender realmente los conceptos abstractos.
Tal es la diferencia entre una auténtica inteligencia artificial y un simulador de conversación, como el chatbox que hace unas semanas, según se dijo, había superado el test de Turing. Sobre ello también se pronunció Kurzweil en su página web, donde expresa su decepción ante el bombo que se le dio a una noticia que él estima insustancial pero que, como ya había previsto en su libro The Singularity is Near (2004), forma parte del proceso, en que han de aparecer numerosas noticias falsas que desorientarán a los legos mientras que los auténticos logros pasarán desapercibidos; y así, entre rumores y negaciones, la Inteligencia Artificial habrá sido una realidad mucho antes de que el gran público lo sepa:
Because the definition of the Turing test will vary from person to person, Turing test capable machines will not arrive on a single day, and there will be a period during which we will hear claims that machines have passed the threshold. Invariably, these early claims will be debunked by knowledgeable observers, probably including myself. By the time there is a broad consensus that the Turing test has been passed, the actual threshold will have long since been achieved.”
Según Kurzweil, cualquier máquina que quiera emular el cerebro humano deberá realizar 100.000 millones de operaciones por segundo, y tal cosa será posible en un plazo de veinticinco años. Para entonces, los ordenadores habrán alcanzado, afirma, el nivel de la inteligencia humana, siendo capaces de bromear y flirtear con sus interlocutores de carne y hueso.
A este respecto, Kurzweil escribió una crítica de la película Her, de Spike Jonze, que cuenta la historia de amor entre un solitario personaje, interpretado por Joaquin Phoenix, y el nuevo sistema operativo que ha instalado en su ordenador, el cual se comunica con el mundo de los humanos a través de la voz de Scarlett Johansson.
Afirma Kurzweil que, junto a The Matrix, ambas películas ofrecen una visión muy realista de la virtualidad que nos depara el futuro. Más aún, estima que algunos elementos del mundo de Her serán contemplados por nuestra civilización en 2020; por ejemplo, el insolente muñeco del videojuego con que se entretiene el protagonista. En cuanto a Samantha, el sistema operativo capaz de enamorarse, aparecerá en 2029.
Para ello, un paso necesario es que la Inteligencia Artificial pueda aprender por su cuenta, cometer errores y extraer conclusiones para superarlos. Hay quienes consideran que la idea de que el cerebro es un ordenador se basa en metáforas propias de la época, insustanciales, como las comparaciones con máquinas de vapor o artilugios de relojería en otras épocas. Sin embargo, la universalidad de la computación desmiente que se trate de una simple metáfora, explica el físico David Deutsch.
Puede que la concepción del hardware no sea la correcta; autores como Vlatko Vedral y Roger Penrose hablan de computación cuántica en este sentido para superar la computación tradicional. Pero la base, la información, es lo que permite hablar de universalidad. Basta con encontrar las vías para trasladarla al idioma adecuado.
Un tópico constante en el ámbito de estudio de la inteligencia artificial es que ciertas funciones cognitivas son propias del ser humano e imposibles de ser emuladas. Es decir, escapan a la ley de universalidad, de modo que no existiría tal ley. Alan Turing no compartía este criterio, y afirmaba que cualquier atributo del cerebro humano podía ser codificado, incluyendo sentimientos y libre albedrío. Y aquí, podemos añadir a riesgo de equivocarnos, los nuevos algoritmos surgidos de la teoría del caos y de la geometría fractal quizás tendrán mucho que decir en el futuro próximo.
El debate ha estado contaminado por prejuicios culturales difíciles de superar y que, en palabras de David Deutsch, han impedido la correcta comprensión de lo que significa la universalidad de la computación, y todo lo que implica en relación al mundo físico.
La clave está en el concepto de creatividad: la habilidad para producir nuevas explicaciones.
La computación se suele entender como una introducción de datos que describen procesos, de los que la máquina selecciona el más adecuado para cada tarea, acción que también se debe a una introducción de órdenes que le dicen cómo seleccionar. Depende, por tanto, de instrucciones externas.
Los desafíos de la I.A. han sido copados en exceso, dice Deutsch, por la teoría conductista, que describe el desarrollo humano en términos de interacción de los organismos con sus ambientes. En términos cibernéticos, hay un sistema de entrada de información (los sentidos), un almacenamiento en la memoria, un procesamiento (análisis) y una salida de la información.
El problema está en el tipo de procesamiento y salida, pues la computación tradicional interpreta el funcionamiento de la mente como una asignación de probabilidades a diferentes opciones; opciones que serán más o menos amplias en función de la información almacenada, la comparación de situaciones pasadas con las presentes y el cálculo de éxito o fracaso.
Pero la mente va más allá de estas operaciones: no es posible prever el futuro extrapolando simplemente el pasado; tal es el pensamiento de una computadora, que desarrolla patrones futuros a partir de la experiencia “sensorial”, inputs, almacenada. Esta es una pequeña parte del conocimiento; el resto está basado en conjeturas, creación de mundos mentales, discriminación y valoración de lo que es real y lo que no lo es, incluyendo lo que debería ser.
Es decir, el conocimiento incluye verdades y mentiras. Pensar consiste en pensar no sólo los datos, sino los pensamientos, la manera en que se tratan, hacer autocrítica de las ideas que surgen, localizando y corrigiendo errores.
El hecho es que, en términos cibernéticos, la habilidad para crear nuevas explicaciones es la única función significativa que caracteriza a una persona y, por tanto, la que deberá caracterizar a una inteligencia artificial.
Y entonces vendrá el gran dilema, pues lo artificial y lo natural se habrán diluido en una misma entidad: precisamente, la entidad “persona”.
En este sentido, no es el objeto físico, sino el software el que ha de ser considerado persona, y esto acarrea consecuencias filosóficas importantes: una vez que se ejecute el programa de inteligencia artificial en una computadora, su apagado equivaldría al asesinato. Y, al poder ser copiados de un “cuerpo” a “otro”, si esta copia se realiza antes de que el software haya podido diferenciarse a causa de las elecciones aleatorias y las experiencias particulares que registrará y conformarán su “personalidad”, ¿se deberá interpretar como una misma persona o como varias diferentes e independientes? Una vez ejecutado, el programa de inteligencia artificial ya no es un “programa”. Entraría dentro de la categoría de los seres vivos.
Expuestos los problemas éticos que señala Deutsch, volvamos a Kurzweil.
Uno de los errores que observa Kurzweil en Her es la ausencia de cuerpos virtuales, los cuales, paradójicamente, están ya prácticamente al alcance del mercado. Tales cuerpos y complementos robóticos capaces de transmitir sensaciones táctiles al cerebro –y por ende al sistema operativo de Samantha—habrían solucionado parte de los problemas de la pareja Phoenix-Johansson.
Y Google está decidida a que tales obstáculos no sean reales: con la llegada de Kurzweil a Google, esta empresa ha acometido la tarea de hacerse con el mercado mundial de robótica que la hará dueña del futuro; de momento, ya es propietaria de empresas como Bot&Dolly, Meka Robotics, Holomni, Redwood Robotics, Nest Labs, DeepMind y, la más sonada de todas, Boston Dynamics, cuya cartera de clientes incluye al gobierno de Estados Unidos a través de la DARPA (la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa).
Kurzweil es un transhumanista –el transhumanismo busca eliminar el sufrimiento humano mediante la combinación de vida natural e inteligencia artificial— convencido de que el ser humano alcanzará la inmortalidad gracias a los avances tecnológicos, cuando se alcance ese momento denominado “singularidad”, el instante preciso en que la Inteligencia Artificial superará a la mente humana.
De modo que el escenario de Her también sería superado por la realidad, pues el ser humano podrá introducirse en el mundo virtual de los sistemas operativos y convivir con ellos en una realidad virtual ajena a todo aspecto orgánico.
Esto es lo que se denomina uploading, el objetivo último del transhumanismo. De hecho, Google inició en 2013 el Proyecto Calico, una empresa cofinanciada por Apple que pretende investigar los caminos hacia la prolongación de la vida humana; un asunto que fue portada de la revista Time allá por septiembre y que generó cierto debate por la excentricidad del título: “¿Puede Google resolver la muerte?”.
Pero, lejos de excentricidades, Kurzweil es famoso por su habilidad para prever los cambios que la tecnología ha provocado en la sociedad. Así que:
Como dijo en cierta ocasión sir William Osler, «las filosofías de una época se han convertido en los absurdos de la siguiente, y las locuras de ayer se han convertido en la sabiduría del mañana».
(Michio Kaku, Física de lo imposible)
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