El Castillo, de Luis Zueco. Folletón histórico a la vieja usanza.
Por Javier Pérez , 7 marzo, 2016
Recientemente, tuve el gusto de que alguien dejara en mis manos la novela “El Castillo”, de Luis Zueco. Lo que, a priori, me pareció una tarea tan ardua como la construcción del propio castillo, resultó ser una lectura amena, a veces trepidante, ágil, en definitiva, para el volumen de páginas que abarca.
Aunque, como bien dice el propio autor, se ha dado algún salto temporal en aras, precisamente, de esa agilidad, se nos cuenta la historia de la construcción del mayor castillo románico que se mantiene en pie en territorio español.
En el lugar de Loarre, donde nadie ponía el pie por la cercanía sarracena, por deseo del propio Rey Sancho, se encarga a Lope de Fenech ser el tenente de la que se edificará como una gran fortaleza cristiana; novedosa en su diseño defensivo, desafiante en su ubicación. Lo que comienza siendo una prueba de fuerza de un hijo bastardo, acabará dando lugar a un escenario de historias entrelazadas.
Arrancamos en Abizanda. Un joven Fortún se nos presenta ya en los primeros capítulos. Un joven taciturno, ávido de conocimientos y saber que, junto con su padre, arriban en Loarre huyendo del hambre y la miseria. En Loarre se hará un hombre y crecerá, vivirá los momentos más angustiosos de su vida y saboreará, no una sino dos veces, las mieles del enamoramiento y del amor verdadero.
A la par, mientras en Loarre continúan las obras y las vidas de todos ellos, excepto de alguno que habrá de marchar, lejos de allí se librán otras batallas de más hondo calado.
De estas batallas, llegarán a Loarre los ecos. Luchas intestinas por la sucesión y las anexiones territoriales trás la muerte del Rey Sancho; intrigas papales para conseguir la soberanía romana sobre toda la cristiandad, la lucha, aparentemente inocua, entre el rito romano y el rito hisponovisigodo que supone un rechazo frontal a la supremacía de Roma, venciendo el primero al segundo allá por el 1071. Y no solo serán ecos, sino que afectarán de forma directa, brutal, al desarrollo de Loarre y a la vida de sus moradores.
Se cuelan otros temas al hilo de esta gran espina dorsal. Se cuela el paganismo, como se cuela la primavera, en los bosques aledaños plagados de peligros y de bandidos musulmanes. Se cuela la diosa y su betilo. Se cuela la igualdad de las mujeres en una sociedad cerrada y una época oscurantista. Se cuela la barbarie cluniacense contra herejes y brujas, encarnando en la mujer, como es costumbre, la tentación y el descarrío de los hombres. Llegado este punto, me permito la licencia, y permítanmela y sepan disculpármela también ustedes, de pensar que, pese a no creer tal cosa, o bien ellos eran muy tontos o bien ellas eran muy listas.
El libro abarca muchos más acontecimientos, todos ellos interesantes y redactados con sencillez. Todos ellos permiten una investigación más profunda y dejan abiertas las puertas si no a una continuación, sí que a la posibilidad de iniciar otras obras, con el desarrollo de algún personaje o el ahondamiento en alguno de los hechos narrados.
Es de agradecer al autor, la gran investigación llevada a cabo en temas como historia, arquitectura o biología, tan necesarios para llevar a cabo una obra de estas características y es de elogiar la sencillez para plasmar esos conocimientos, acercándolos de forma clara a un lector que no tiene la obligación de estar versado en ellos.
Citando a Wolf […] la obra de imaginación debe atenerse a los hechos y cuanto más ciertos los hechos, mejor la obra de imaginación […]
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