El contador de gotas, de Francisco Javier Irazoki
Por José Luis Muñoz , 6 mayo, 2020
Sin lugar a dudas Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) es una de las voces más relevantes de nuestra poesía. Este navarro radicado en París desde 1993, fue periodista musical en Madrid, formó parte de CLOC, grupo de escritores surrealista, y cursó estudios musicales: armonía y composición e historia de la música. Cielos segados (Universidad del País Vasco, 1992) recopiló toda su poesía hasta 1990: Árgoma, desiertos para Hades, y La miniatura infinita. Hiperión le publicó en 2006 el libro de poemas en prosa Los hombres intermitentes; en 2009 La nota rota, semblanzas de músicos de épocas variadas; en 2013, el libro de versos Retrato de un hilo; en 2015, el libro de poemas en prosa Orquesta de desaparecidos; en 2017, 190 espejos.
Hiperión publica El contador de gotas, una recopilación de textos breves escritos en París entre 2016 y 2019 en forma de poemas en prosa en los que el autor repasa situaciones, etapas y personas que le tocaron, y lo hace con la lucidez que siempre le acompaña, con un estilo conciso libre de artificios que va a lo medular en un ejercicio de síntesis del lenguaje que tiene como resultado una poesía conceptual. Irazoki es un maestro a la hora de juntar palabras, crear atmósferas surreales y dejar abiertas respuestas entre las costuras de sus textos. La brevedad de ellos, su desnuda concisión, es inversamente proporcional a su intensidad. Su menos es más requiere una lectura lenta y atenta para captar su intensidad poética entre palabras.
El conflicto vasco aparece en una serie de textos a lo largo del libro. En Brindis a la oscuridad hace referencia a esa parte de la sociedad que jaleaba las muertes del contrario: Muchos vascos festejaron esta pesadilla. Uno de mis vecinos brindó con su vida. Disimulaba su violencia en disparos contra aves, liebres o jabalíes, y lo tratábamos con cautela. Pocos días antes de su detención, coincidimos en un local. Me habló con frases encarceladas. También lo hace en un texto dedicado a Maite Pagazaurtundúa, amiga personal del autor, rememorando un paseo: En aquel breve paseo era muy fácil imaginar con qué silencios triunfaron las grandes tiranías del siglo 20. Tampoco costaba saber cómo fue la vida cotidiana con el fascismo y el nazismo, el sistema soviético. Y del silencio impuesto en los años del plomo en Casas libres: Hasta llegar a la madurez, el silencio fue parte de nuestro vestuario. Los zapatos, la camisa, el pantalón y la chaqueta estaban conjuntados con el mutismo.
Los seres que ama aparecen en Una mujer duplicada: Los edificios, un puente y los animales de la ciudad componen el cuerpo de una mujer que amo. Susurro su nombre. Ella nació en la clínica que visito. Antes del viaje, he sentido en sus brazos las estancias, los ascensores, las puertas que ahora reencuentro. Y también están en Las mujeres excavadas en donde rinde homenaje a las mujeres que amó, algunas irremisiblemente perdidas que no consiguieron sobrevivir a la vida: Salen con rapidez de un aula de mi adolescencia, de un edificio de Madrid, de un concierto de blues. Huyen de una feria de Marrakech, de un bazar de Nueva Delhi, de una plaza de París. Agitan la chaqueta de cuero, el sabio, la camiseta perforada por sus pasiones. Dos de ellas, con los pies inmóviles en una charca de alcohol, no consiguen llegar al destino. Hay personas que pierde en la niebla de la desmemoria en Citas con la nómada: Terminada la cena, Hélène deposita sus restos de lucidez en una bandeja de Alzheimer. Se levanta. Caminando lentamente, abre un tabique de niebla y se introducen en el itinerario que forman los seres a los que liberó.
Irazoki rememora etapas de su vida con breves apuntes. Los paisajes rurales de su infancia están en Humo paralelo: Nací en una familia de campesinos y pastores feos que enamoraron a mujeres de gran belleza. El paso de los años está reflejado en Grieta ambulante: Me veo en una hilera de superficies quebradizas que llamo edad. Mi niñez pasa deslizándose sobre unos libros de hielo. /Con el paso de las estaciones, integro el camino en mi cuerpo. Soy una grieta ambulante. Me curvo y la grieta supura un líquido: es la alegría que va a deshacerme y esparcirme. Y también en El contador de gotas, que da nombre al volumen, hay una mirada al futuro: Lentamente me apago en una silla de ruedas que empujo.
Poesía como salvación: El hilo surge cuando ella elige la poesía para tamizar su angustia. Poesía con la que Irazoki construye adoquín a adoquín su casa: Algunas letras se unen y forman la frase que me recluye en una casa sin puertas. Un libro extraordinario El contador de gotas.
Título: El contador de gotas
Autor: Francisco Javier Irazoki
Editorial: Hiperión
Género: Prosa poética
Páginas: 113
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